The Original Harlem Globetrotters (crónicas urbanas)







Por Jimena Repetto


Padres con sus hijos comiendo panchos. Una cancha de basketball…¿o debería decir baloncesto? Gradas. Vendedores de gaseosas. Ir a ver a los Harlem Globetrotters se acerca mucho a vivir una película norteamericana de esas que pasan los domingos a las tres de la tarde.

Si bien la base del espectáculo, se supone, es el partido de un equipo de jugadores altísimos (los Harlem) debatiéndose contra su contrintante los Washington Generals, el mayor placer del espectador reside en poder participar activamente de una escena que hemos visto en la pantalla.

Por un instante somos el elenco, la platea, los fans que hemos visto al infinito en cuanta producción norteamericana incluya un evento deportivo. La gracia empieza cuando nos convertimos de espectadores en protagonistas, cuando nos sentamos en una grada a tomar una gaseosa, aplaudimos, aceptamos el español neutro como la lengua de la ficción y nos deleitamos con la posibilidad de arrojar una pelota y encestar. El show comienza y, a falta de porristas que no hacen al basketball, llega Globie, la mascota del equipo. Si han visto la cantidad de series suficiente, saben que estamos hablando de un señor disfrazado de que hace gracias para enardecer a la tribuna, cual Homero el algún capítulo de Los Simpsons.


Una vez generada la atmósfera, se condimenta con los movimientos espectaculares de esos jugadores de metro noventa que, con la misma soltura con la que uno se anima quizás a hacer patéticos "jueguitos" un parque, hacen girar la pelota "oficial" por el aire como si tuvieran la capacidad de colgar las esferas en el espacio.

Los Harlem, se supone, son un equipo que compite con los Washington, cuyo entrenador arremete con prácticas un tanto deshonestas como utilizar un paraguas que hipnotiza cada dos por tres a uno de los pobres jugadores del equipo contrario. Si bien la competencia por momentos se dilata, los chicos parecieran disfrutar con atención de cada momento. Más aún de aquellos en los que algún que otro afortunado del público puede pasar al frente y ganar un “producto oficial de los Harlem”...provocando el sufrimiento de los padres de los no tan afortunados chicos que aprovecharán el intervalo para averiguar precios de pelotas, camisetas y muñequeras.

Vale destacar la chispa de algunos de los jugadores que participan, entre la picardía de los clowns y la ductilidad del deportista.

Entre comisuras de labios con mostaza, pelotas y contadores, transcurre el juego. Cuando el espectáculo termina, se escuchan los comentarios de los chicos que cumplen con sus padres la salida de domingo y se van incentivados a convertirse en jugadores estrella. Tal vez,las piruetas circulares del equipo logren un cometido que envidiaría más de un promotor deportivo: hasta el más reacio a levantarse de una silla quiere convertirse en una suerte de habilidoso Ginóbilli.

Si de reproducir películas se trata, y más si se va acompañado de algún sobrino fanático del deporte, es una experiencia bastante divertida ir a esta compañía que desde 1926 ya ha dado más de 20.000 shows en 118 países
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