Todos los chicos tienen un par de preguntas en el bolsillo. Vienen así, con los ojos llenos de mundo a tratar de entender cosas que los adultos hace tiempo nos resignamos a ignorar. Mientras tanto, la Escuela los llena de fórmulas, les peina el flequillo y los ordena en filas donde la Ciencia entra vestida de pruebas y tablas. Ediciones iamiqué prefiere el banco del fondo de una clase rígida y tira papelitos en las horas de biología, física y química.
Adentro aparecen respuestas y más preguntas. Los libros de esta pequeña editorial, fundada por una bióloga y una física, vienen a ocupar en los estantes infantiles un lugar de privilegio: entre la lupa y el microscopio, los libros se abren al Sistema Solar, los alimentos, la medicina y el funcionamiento de las cosas.
Dentro del universo que atraviesa iamiqué, las irreverentes Silvana Fucito e Ileana Loterstain traen Química hasta en la sopa, un libro para los químicos que hay en casa, aburridos de repetir las tablas y dispuestos a lanzarse a averiguar cómo funcionan los aerosoles, por qué se les va el gas a las gaseosas, qué tienen en común un lápiz y un diamante. Para quienes crecimos frente a "El mundo de Beakman", este libro trae los buenos recuerdos de redescubir el mundo con una mirada lúdica, en la que el conocimiento no se disfraza de bostezos.
La historia empieza así: Silvana, una licenciada en Química, se dispone a convencer a su hermana Marina, durante un día, de que la Química es divertida y que nos rodea en nuestro espacio cotidiano. Las horas que atraviesan juntas estas hermanas, envidia de más de un niño y no tanto, convierte al mundo cotidiano en la tierra de los secretos mejor guardados.
De la cocina, al parque; de la parrilla, a la ducha, en cada lugar se renuevan incógnitas y misterios develados.
Química hasta en la sopa debería viajar en la mochila de los chicos y, también, en la de algunos profes.
Texto: Jimena Repetto
jimenarepetto@gmail.com
