Mía + Las Acacias




Su secreto encanto


Por Jimena Repetto


Aplausos. Así terminó la función de Mía en el cine Gaumont. Aplausos. Así también, la de Las Acacias. Hoy por hoy, dos películas argentinas en pantalla que capturan una esencia, tocan una fibra, sacuden nuestro pequeño mundo como por primera vez, como nunca antes. Si bien los aciertos son múltiples, Mía y Las acacias tienen la particularidad de presentar personajes honestos, con días buenos y malos, con torpezas y encantos. Tan fuertes son Ale, la protagonista de Mía, o Rubén, el de Las Acacias, que con sólo pispear sus vidas es suficiente para sentir hacia ellos una atracción profunda. 
Estas historias hablan de las diferencias; de la necesidad de escuchar al otro; de la humanidad en el sentido más puro. Fábulas preciosas de un oscuro mundo contemporáneo.






MÍA, dirigida por Javier Van de Couter.

         Una travesti (Camila Sosa Villada) se pasa las noches cartoneando con un carrito decordado con telas y mariposas. Un día, frente a una casa, presencia la pelea entre Manuel (Rodrigo de la Serna) y su pequeña hija, Julia. Portazo de por medio, Manuel tira una caja que Ale guarda en su carrito. Allí, un diario, el de Mía, la madre de Julia, la mujer de Manuel. Poco a poco Ale comienza a leer y descubre que Mía ha fallecido y que el diario era un legado para su hija. Ale vuelve a la casa, junta fuerzas, y empieza una relación con la pequeña Julia.
Mía es una película sobre los vínculos, sobre la fuerza del afecto por sobre los mandatos, sobre la necesidad de mirar al que tenemos al lado. Mía, también, es una de las mejores películas argentinas de los últimos años.


Las Acacias, dirigida por Pablo Giorgelli

Rubén (Germán da Silva) es un solitario y parco camionero, acostumbrado a cruzar la frontera con un cargamento de acacias. En uno de sus tantos viajes de Paraguay a Buenos Aires, por pedido de su jefe, Rubén acepta llevar a una mujer, Jacinta (Hebe Duarte). Pero para sorpresa de Rubén, Jacinta llega con Anahí, su bebé de meses (Nayra Calle Mamani). Entre el silencio de la ruta, con atardeceres y luces de asfalto, la dureza de Rubén va cediendo al encuentro con Jacinta. Las morisquetas de Anahí colaboran bastante. Las acacias tiene la destreza de ser una película profunda, sin caer en golpes bajos. Con una fotografía envidiable y un guión certero es imposible no entregarse a esta historia sin sentirse arrastrado por el sin fin sublime de las rutas argentinas. Las actuaciones, deslumbrantes.   

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