Abraham Gragera




El jardín de lo que no hay



como la luz

que es lo que es
porque no cabe

como las flores

que siempre son
el primer día

o como el aire
lo nunca visto

despertar
se parece
a cualquier cosa

como los minerales
la fruta de las piedras

lo breve
esa estridencia
de lo mismo

me pregunto

de qué respiración
será este viento

será porque te dije
no sé qué
mientras la euforia en flor
disimulaba

la falta de tema

y la tarde
como siempre
de algún modo lo balbuce

todavía




o será que me gustas
porque sí                                                                                                  

y por otros motivos
que las piedras

callan
y las aguas

llevan
al crecer

que es redundar

como las flores

como la luz

que no cabía

me pregunto

si alguna vez
hemos sido

esas cosas humanas

irrepetibles






 Casi demasiado serio

   El aire que improvisa, inacabado, los gestos imprecisos, las cosas que se cogen sólo para soltarlas, me gustan, porque no van a ningún sitio, pero no llegan nunca tarde.

   Inestabilidad, tienes nombre de milagro. Somos nosotros los que decimos adiós, los que decimos… Ah, qué no te regalaría si supiera cuánta fruta es un buen regalo. Estaba todo lleno de racimos. Y todo los miraba con nostalgia.

   Tal vez porque la soledad es todo

   lo que ocurre alrededor de ella, las cosas nos enseñan cuánto amor se necesita para pasar desapercibidos. O cuánto deseamos que nos interrumpan. Las moscas, como el siglo diecinueve, lo sabían; las cigarras celebran el amor, no su visión del mundo, la orilla añora el roce de sus eles, mirar un río es también ahogarse.

   Si pudiera, pensé, volvería al pasado a por la ropa de entretiempo. Pero la nieve que cegó mis nueve años con un helor de ojo sin pupila para borrar el mundo y prometerlo, aún no se ha derretido; mientras que aquí, el verano y el otoño resultan demasiado familiares para disfrutar de la seducción de los extraños, y demasiado extraños para hablarles con familiaridad:

    El sol y la llovizna juegan a la sed.

   Quizás porque proponen un nuevo concepto de doma las tragedias son, no sé, tan infinitivas, que no parecen hijas de su tiempo, verbal, imperativo… Y lo que nos ocurre es siempre una liberación, un despertar:

   Si con pasos de arena, balbuciendo han entrado ladrones en la casa, te bañaste en mi sueño ¿no fue para que yo te respondiera no te preocupes, son los nuestros…

   Aquella nube bruta, este barro tan dócil…

   Ya verás como siga así este tiempo. Van a proliferar las elegías.




 Del libro: 

Adiós a la época de los grandes caracteres
Editorial: PRE-TEXTOS
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