Ficciones barrocas de Carlos Gamerro


Una nueva mirada sobre el fantástico rioplatense


Por Nico Pose

Carlos Gamerro, además de escribir ficciones-una de las novelas más complejas y trabajadas de las últimas décadas de la literatura argentina, es sin duda, Las islas-, también suele dedicarle tiempo a los ensayos literarios.  En su nuevo libro de ensayos, Ficciones Barrocas, usa la teoría literaria para entender a la literatura, y se propone esta tarea arriesgando una nueva lectura de la producción de autores ya canonizados. Se va a ocupar sobre todo, de leer lo que habitualmente se conoce como el género fantástico, bajo otra óptica. Es así que en el primer ensayo, “Ficciones Barrocas”, luego de definir qué es el barroco, pasa a proponer una nueva mirada del canon rioplatense (Borges, Bioy, Ocampo, Cortázar, Onetti, Felisberto Hernández)



 El punto de partida, la hipótesis sobre la cual se sostiene el libro, es la distinción que Gamerro hace entre lo que denomina como “escritura barroca” y “ficción barroca”. La primera remite a los conocidos resplandores, brillos y opacidades de los autores del Siglo de Oro y se limita a la superficie verbal, al lenguaje en sí; la segunda, en cambio, define a las obras que parecen clásicas en lo que hace al lenguaje y son barrocas si nos atenemos no al nivel de las frases, sino a los personajes, la estructura narrativa y la construcción del universo referencial. Luego de repasar los clásicos del siglo de Oro como Cervantes, Góngora, Quevedo, Calderón y ejemplificar el barroco con Velázquez y Churriguera, procede al análisis de lo que él llama, no sin ironía, “los cuatro fantásticos”: Borges, Ocampo, Cortázar y Bioy Casares. 

Si pensábamos que la literatura barroca estaba más ligada a la literatura cubana, a nombres como Lezama Lima, Severo Sarduy, o más relacionada con Centroamérica, y no tanto con el sur de Latinoamérica, para Gamerro esto no es tan así, ya que según su modo de ver, los cuatro fantásticos construyen ficciones barrocas. Así desde el concepto de pliegue-la figura que encuentra Deleuze para definir al barroco,- el autor dice que Borges, por ejemplo, permite ilustrar esta distinción: su juvenil fascinación por Quevedo revela un interés por la escritura barroca, que consiste en un pliegue del idioma sobre sí mismo; pero luego se aleja de la escritura barroca, porque su “obra es en gran medida barroca, pero no ya en el nivel de del lenguaje y la sintaxis, sino en el nivel de los juegos y plegamientos barrocos que involucran a los personajes, el universo referencial y la trama. El arte barroco “es un arte desconfiado por naturaleza, y su atención se dirige menos al mundo que a las variadas representaciones que de él nos hacemos.” Así en “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges trabaja el pliegue realidad/ficción, o en “Pierre Menard, autor del Quijote” juega los juegos cervantinos del autor y la obra, como así la incerteza de qué es realidad y qué es ficción, porque “no es barroca una ficción en la que el personaje sueña, sí lo es si no sabe si sueña o está despierto.” Esto también es visible en obras como La invención de Morel de Bioy, o en relatos cortazarianos como “El otro cielo” o “La noche boca arriba”, o el mejor ejemplo sería “Continuidad de los parques”. También, es importante destacar el trabajo que ambos autores hacen con la fotografía y el cine para sembrar la duda entre la realidad y la ficción. Esto no es ni más ni menos que aprovecharse de las paradojas barrocas posibilitadas por los nuevos medios de reproducción técnica. Además tanto Cortázar como Bioy Casares comparten el gusto “por  los pasajes, pasadizos, galerías, puentes, puertas o vasos comunicantes que permiten pasar de un plano a otro sin viaje, casi sin esfuerzo”.



 A partir de la reflexión sobre estos autores-todos rioplatenses: Onetti, Cortázar, Borges, Bioy Casares, Ocampo, Felisberto Hernández; excepto el último ensayo dedicado al gran escritor de ciencia ficción Philip K. Dick-, Gamerro dice que “parece posible sugerir, entonces, que el urdido de ficciones barrocas sea el denominador común y la dominante estética en la obra de estos autores, y así, una serie de reflexiones sobre el arte barroco han terminado generando, como quien no quiere la cosa, una hipótesis sobre el género fantástico argentino.”  Y Gamerro, luego aclara inmediatamente que la trama barroca puede darse tanto en obras fantásticas como no fantásticas, de ahí comprendemos la inclusión de Onetti, y de la mayoría de relatos de Felisberto Hernández en lo que son las “ficciones barrocas”.  Pero al mismo tiempo, también es “comprensible que a todos se les haya aplicado el rótulo general de género fantástico, porque aun cuando el cruzamiento de planos de realidad se dé por causas naturales como sueños, locura, drogas, etc, la dominancia de estructuras barrocas introduce la sensación de lo fantástico.”

El último ensayo dedicado a Philip Dick no es para nada caprichoso, ya que si la tecnología ha agregado nuevos materiales, y nuevos procedimientos al repertorio tradicional de las ficciones barrocas, como la fotografía al cuadro, el cine al teatro, etc.; la ciencia ficción agrega la realidad virtual al sueño, al doble tradicional se le agrega el robot y el clon, y a la locura y el delirio se le agregan los estados producidos por las sustancias psicotrópicas. Es por eso que Gamerro, además de ejemplificar con los relatos de Dick, se aprovecha de toda una serie de películas clásicas del género, para mostrar esto con mayor claridad, así como en la clásica Blade Runner, El vengador del futuro, Inteligencia Artificial, Matrix, Terminator o eXisTenZ. 



Ficciones barrocas, Carlos Gamerro, Eterna Cadencia, 2010, 218 págs.

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