Gentilicios, de Gabriel Losa

Imagen: Bermemar.

Siéntate, querido camarada, y juguémonos esta botella de vodka en una reñida partida de ajedrez, ¿qué me dices?”. Mijaíl me grita, aunque pase a metros de su mesa. Le agradezco el ofrecimiento, pero me rehúso aduciendo que estoy muy ocupado y sigo caminando con mi bandeja.

El bar es un bullicio de voces, de acentos, de costumbres y de estereotipos. Camino entre las mesas, sirviendo los pedidos y tratando de no ofender a nadie, ya que las costumbres en este bar perdido de la vista de Dios son tan disímiles y tan susceptibles que un día voy a terminar siendo golpeado. Como casi me pasa esa vez que Nakata se enojó cuando le dije que no todo en la vida es trabajar, y que la cultura del trabajo estaba demasiado sobrevaluada. Casi me mata con un golpe de Karate.

Les llevo su fernet y su pisco a Martín y a René, dos muchachos que siempre se juntan a charlar animadamente. Cuando me retiro escucho que la conversación se pone cada vez más áspera. Uno amenaza con sacar un mapa y una goma, y el otro le responde, mientras guiña un ojo, que le da fiaca revisar el mapa, pero que todo se puede conversar.






El olor me guía hasta la mesa de Jean Pierre. Un cliente de fino bigote, impecablemente vestido, pero apestando a mil demonios. La ropa que viste y el champagne que toma, siempre me hacen dudar si es él el del olor y los malos modales, pero en cuanto me acerco a la mesa cualquier duda que puedo tener se ahoga. Le sirvo lo de siempre y me alejo rápidamente.

Klaus me llama enojado desde su mesa con ademanes muy poco comunes en su educado y neutral país: “Pedí eso hace 9 minutos y 32 segundos. ¿Dónde estabas? Perdí demasiado tiempo esperando. El tiempo perdido no es tiempo ahorrado”. Me disculpo, y le digo que unos segundos, deducibles de impuestos, tendrá su fondue sobre la mesa.

En el fondo del bar, pero a la vista de todo el mundo, Johnny y Nahir se matan a golpes. Ya le habían avisado a Nahir que lo iban a provocar, que no tenía que meterse a pelear; pero no hizo caso, y se metió igual. Hay que admitir que es difícil evitar una pelea cuando te pegan el primer golpe; y más si no te educaron en la religión de “poner la otra mejilla”. Igual, bastante fuerza le está haciendo a Johnny, que pensó que su contrincante iba a ser presa fácil.

¿Los de seguridad del bar? Mirando. Cada vez que quieren intervenir, Johnny los mira mal y se quedan en el molde. El que también se queda en el molde es Charles; se muere por ayudar a su amigo Johnny, pero su educación (o tal vez su cobardía) no se lo permite y se queda en un rincón, mirando atentamente y comiendo papas con pescado. Sus padres, grandes peleadores de bar, estarían muy decepcionados de él si pudiesen verlo.

Un canal de deportes y otro de reality shows transmiten la brutal golpiza. Pero no en vivo, sino con unos segundos de delay, no vaya a ser que alguien se baje los pantalones y dé un espectáculo desagradable. ¿Qué clase de ejemplo les daríamos a nuestros hijos?

A la sombra, en un lugar apartado del establecimiento, Kuan mira la pelea y sonríe esperando que la golpiza termine y que el rubio contrincante quede lo mas debilitado posible. Mientras tanto, piensa abrir un supermercado por si sus planes no llegan a funcionar.

Otro que mira la pelea es Mijaíl. No está tan preocupado por el resultado como Kuan, pero sé que no le importaría que Johnny recibiera una buena paliza. De vez en cuando da un trago de vodka directamente de la botella. Parece que nadie quiso jugar con él.

Busco con la vista a Otto, pensando que él también iba a estar mirando, pero no. Está demasiado ocupado haciendo buena letra, borrando manchas del pasado, juntando dinero y tomando su cerveza.

Al pasar, veo que desde una mesa lejana, una morocha hermosa me hace señas.  Me acerco a tomarle el pedido.

Hola, ¿cuál es tu nombre?”, pregunto según las costumbres del local.
Conceição”.
"A que querés una caipirinha, ¿no Conceição?”.
“¡Si, muito bom!”, responde sonriendo.

En el bar, por lo general, se trata de adivinar que va a tomar el cliente por algunos datos que podíamos obtener de su personalidad, su nombre o la forma de vestirse. Las primeras veces era divertido intentarlo. Ahora ya me cansa un poco adivinar todo el tiempo.

 La mulata tiene unas piernas hermosas y no puedo evitar mencionárselo. Ella sonríe.

Es por dançar y jugar futebol en la praia

Voy hasta la barra, soñando con trepar por esas piernas de ébano, y pido su bebida. En el camino veo que Johnny terminó por ganar la pelea, pero nadie va a felicitarlo excepto Charles. Kuan se va del bar con cara de enojado.

Sirvo un par de tragos más, y, pasando por una mesa, rápidamente tranquilizo a Iñaki y a Paolo, que discuten sobre paellas, pizzas y cuál de sus dos ligas de fútbol es más competitiva. Vuelvo a la mesa de Conceição con su bebida.

La caipirinha que querías”, le digo, poniendo mi mejor cara de galán, la cual no es muy buena.
Obrigado, y a voçe também”.
Discúlpame, no te entiendo”.
Eu quero a voçe também. ¿Nos vamos?
Ehhh, claro. Salgo en 15 minutos”.

Golazo de media cancha. En una playa, en un bar; acá, o en la mesa de Ming, el jugador de ping pong.

Ya en el taxi, mientras nos dirigimos a mi casa, cansado por el día de trabajo, pero emocionado por la expectativa, mi mente se pierde cada vez que Conceição mira por la ventanilla, o calla por algunos minutos.
Tengo un trabajo más que extraño. Lo malo que puedo encontrarle (aparte del riesgo de ligar un golpe en una pelea que no me corresponde), es que a veces es demasiado predecible. Los clientes ya tienen sus costumbres y no las cambian por nada. Eso, que en un momento me pareció entretenido, ahora sólo torna las cosas demasiado rutinarias.

Miro a mi cautivadora compañera sin poder creer mi suerte. Viniendo de donde venimos, que a uno le den una sorpresa unos minutos antes de irse vale por todas las horas de aburrimiento. Ella me sonríe y nos besamos por unos minutos. Luego se acomoda su collar de caracoles y sigue mirando las luces que pasan rápidamente por la ventanilla.

No dejar que el honesto Björn se suicide porque se le viene la noche, darle un tequila a Francisco cada 7 minutos y asegurarle que Johnny va a ser su amigo tarde o temprano, decirle a Isaac que no me interesan las cosas que vende y que me alegro por su nuevo negocio, comprarle hierba a Manuel sin que nadie se de cuenta, y no dejar entrar a Chow Pak porque fomenta la prostitución y el trabajo de menores, me pareció novedoso y hasta… especial, pero sólo las primeras semanas. Ahora sólo veo el movimiento del bar como una obra de teatro, donde cada uno representa un papel lo mejor que puede. Pero si mirás con atención, podes ver que, en realidad, es un espectáculo de marionetas, donde los hilos de cada uno de los actores, comandados por quién sabe qué ser deseoso de ver una actuación lo más trillada posible, se enredan más y más entre ellos.

Finalmente, llegamos a casa. Nos besamos mientras entramos, cuando caemos sobre la cama y mientras me saca la camisa. Cuando voy a hacer lo propio con la de ella, me frena y me dice: “Déjame ponerme mais cómoda”, y se mete en el baño.

La noche se está poniendo cada vez más interesante. Empecé trabajando en el bar, para terminar en casa con una morocha hermosa, de cuerpo divino, que baila, juega al fútbol en la playa y toma…
Me quedo helado.

De pronto, me inundó una profunda decepción. Si ella es cliente del bar es obvio que…no, no puede ser... pero…

Me aburren y desagradan los clichés. Los tolero porque son parte del trabajo, pero en casa no sé hasta dónde podría soportarlos.

Pero, por otro lado, la chica es hermosa. Tengo que tomar una decisión rápida.

La echo sólo si sale del baño con un sombrero de frutas en la cabeza.


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