Lidia, de Ignacio Santillana Dir. Leyla Antezana

Algo en común

Por Jimena Repetto


Lidia no es una mujer cualquiera, aunque todos la conocemos. Lidia es una de esas maestras que tuvimos en sus últimos años antes de jubilarse. O una de nuestras vecinas que atraviesan el luto de un marido. También, la señora que alguna vez se nos sentó al lado del colectivo y nos conversó todo el viaje sobre el terrible estado de la ciudad. Lidia es un prototipo, en cierta forma, pero en su estado más oscuro. Por eso vale la pena enfrentarse a su discurso.










Escrita por Ignacio Santillana y dirigida por Leyla Antezana, esta obra propone un texto complejo. Durante cuarenta minutos una mujer de pasados cincuenta años está encerrada en un baño. Clava sus uñas en su cartera de cuero y recuerda. En su monólogo aparece su marido y su perfecta madre, ambos muertos que revive como fantasmas charlatanes. Ambos, todavía picotean sobre la pobre Lidia que intenta hacer algo por ella y se inscribe en una clase de baile.


Mora Elizalde propone una interpretación justa y medida para un personaje que, por momentos, roza lo patético. La puesta de Antezana incluye reproducciones de fotografías que cumplen el rol de transportarnos a los espacios en los que el personaje se recluye. Con objetos mínimos y un ritmo exacto, las palabras de Lidia envuelven a la audiencia como el humo azul que exhalaba su marido. 


Para quienes buscan propuestas distintas, esta obra demuestra que con poco se puede mucho, que la originalidad pasa por explotar recursos y darle un vuelco creativo al mundo que se nos presenta. Lo que sí hay que apurarse porque quedan pocas funciones.





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