Adriana Kogan

Cientos de animales están cazando ahora
y en su mente quieta no hay otro dibujo que una presa pequeña.

Cientos de árboles hermosos se están meciendo ahora
y hay un pino azul en el centro
y una pista de patín que se forma alrededor por efecto de la nieve en su acumulación.

¿De dónde llegaría, si llegara
la calma como un manto ideal en su reposo
sin paralelo real en las ideas
o un obrero trabajando la miel como las piedras, en su labor continua?

Si nuestro corazón verdaderamente ya no amara nada
ya no creyera en nada,

¿veríamos resistir a los leones del mundo, apiñados como rocas, con toda la violencia contenida entre sus músculos?
¿o en cambio veríamos lobos oscuros, cipreses altos y especies rígidas abandonar el calor y entregarse dulcemente a la muerte?

El movimiento anillado de nuestro pensamiento nos devuelve siempre a casa y
“las cosas como son”, en boca de un pájaro cualquiera, debiera parecernos más bien un gesto o un susurro,
un árbol inexpresivo cuya existencia se sostiene en ramas.





El corazón salvaje de las cosas

Negrura.

Separar la maleza de la obra.
Por fuerza mayor los eslabones de la gran cadena se reparten el trabajo.
Entre los pelos, enredado un solo pensamiento
pequeño y errado.

Una estrella sobrevuela a mi altura, la veo venir
como se ve venir una canción o una roca
o una línea musical, mental, sentimental
un fruto que pasa redondo y lo persigo con la fuerza que el trabajo que arde (cuando arde) me transmite:

¿un tigre?
¿pasto?
¿una forma pendiente?
¿un estruendo?
¿un sentimiento que avanza hacia los lados?

Sólo unas cuantas piedras para el corazón:
feroz es el ciervo que pasa dormido
rojiza es la sangre que lo recorre
pesada es la carga que cree sentir cuando lleva un pensamiento en su espalda.

Misterio, descreo
secreto, lo guarda
cadena, la lleva (solidaria)
oculta es la llama que está prendida, no siempre encendida, quemando el pelaje que le da forma, alimento y todo el aliento que necesite para agitar el lomo, respirar el fuego y soplar el calor.

Alguien diría que el corazón salvaje de las cosas, en su solo intento de pertenecer al mundo de los objetos naturales, irrigaría verdades tales como:

-“naturaleza muerta”
-“ver para creer”
-“pastos en los zapatos anuncian prosperidad”
-“sorpresa”
-“conciencia progresiva del progreso”
-“fin del mundo”
-“casos clínicos”
-“el gato se aísla para morir”
-“desmesura”
-“ovni”
-“la luna blanca, un observatorio de las cosas humanas”

Al tiempo que es el mensaje, lo transmite
un rumor, un rugir, un temblar
un cordón que, llevadero, parte hacia la selva espesa de la gran cadena natural
un ciervo que anuncia que no hay regreso porque los halcones se han devorado, una por una, las migas de pan
señales rojas como un fluido verdadero
trabajo que da energía y  después la saca
un recorrido aparentemente circular, y sin embargo.

Armada hasta los dientes llego al peor lugar
el pelo en una trenza enmarañada
soy una madeja pensante
soy un animal distraído
soy una recién llegada al centro (que imagino) enérgico y punzante hacia un solo corazón que, por continuidad, me pertenece sólo a mí y a un ciervo que casi siempre me acompaña.



Nuestras cabezas se tocan en algún punto

Nuestras cabezas se tocan en algún punto.
Invisible, imprevisible como todo encuentro verdadero
nuestras cabezas se tocan en algún punto.

En ese momento:
el alma cuelga como un hilo
el hilo se siente como hilo porque se trata de un estado altamente emocional.

La música es más música que nunca
las notas no suenan pero sí atraviesan el cuerpo
los sentidos frontales se preparan para recibir mejor las ondas laboriosas de la cabeza contigua
que en su esfuerzo demencial luchan unas contra otras para no superponerse, siquiera tocarse
para que Una Cabeza no deje de ser Una Cabeza
y pierda en el contacto la posibilidad de percibirse a sí misma como Sí.

Pero qué extraño y hasta peligroso ese momento en que la cercanía acecha
nuestras cabezas juegan a la confusión y yo juego con biromes
y te dibujo en la rodilla un círculo que no cierra y algunas gotitas alrededor:
“parece un sol”, me decís
“pero no cierra”, te digo.

En algún punto tu cabeza y la mía se tocan
y ése es un encuentro real
que podría explicar por dos vías:
1. porque mi corazón así lo dicta, en una sola y certera inyección de tinta que es mi sentimiento
2. porque los dibujos surgen de una mente inquieta que, como toda mente, habita una cabeza proporcionalmente más pesada que la densidad que lleva adentro, porque queda un punto abierto entre un extremo y el otro del círculo, que no llega a delinear un sol ni siquiera un corazón ni una luna ni nada que se parezca a un centro, porque en ese punto abierto nuestras cabezas se tocan y, si la distancia quiere lo que quiere la diferencia, al amor lo tiene de enemigo.    





Adriana Kogan nació en Buenos Aires el 9 de agosto de 1983. Publicó las plaquetas Donde estaban sentadas las bases hay un millón de ciervos (Pájarosló, 2007) y Las cosas, los patos (Zorra, 2009), y formó parte de diferentes antologías. Algunos de sus poemas pueden ser leídos en el blog www.mandalacabra.blogspot.com. 

Dirección:

jimenarepetto@gmail.com

Ariana Pérez Artaso
capullodealeli@gmail.com

Equipo de redacción:
Marilyn Botta
Carmela Marrero
Guido Maltz

Diseño y moderación:
Pablo Hernán Rodríguez Zivic
elsonidoq@gmail.com

Las opiniones expresadas en los artículos y/o entrevistas son exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Revista Siamesa