Asco de Santiago Loza

Por Ignacio Santillana


Asco, de Santiago Loza y dirección de Lisandro Rodríguez, abarca una pequeña porción de mundo (el hall de un edificio) y un corto período de tiempo (una noche). Ahí están el portero y el vecino desvelado. El portero es un personaje reconocible para los que vivimos toda nuestra vida en edificio. No pude evitar recordar a los conocidos: desde el histórico y enérgico Carlos de la casa de mis viejos, hasta el actual Francisco que hay que tomarle el pulso para confirmar que vive, pasando por Luis, el portero de la casa de mi novia, que nos prestó su casa en Colonia para pasar unos días. Todos están sintetizados en el portero de Asco, todos con su paciencia, parquedad, predisposición, su buen y mal humor. También, de alguna manera está Don Juan, el portero de Sebastián en La conspiración de los porteros, rara novelita de Ricardo Colautti. Esas imágenes y recuerdos me quedaron resonando junto con algunas sensaciones:

La noche es larga pero termina.
El olor a desodorante de limón queda y se confunde con el de los vecinos.
Las historias se van con el día y vuelven con la noche.
El tiempo de espera se hace irrespirable.
Cuando estoy en mi trabajo lo que más quiero es trabajar, para que el tiempo pase lo más rápido e inadvertido posible; para que, así, trabajando, me olvide de que lo estoy haciendo. Entonces pienso en esos trabajos en los cuales, a priori, no hay nada para hacer, como lo es el de portero nocturno o sereno. Una cantidad de tiempo en el cual el trabajo se resume a estar. Que el cuerpo esté, no se pide más; se puede estar leyendo el diario o sacándose la mugre las uñas, pero hay que estar y, sobre todo, permanecer. Y esto es lo que lo convierte en un trabajo difícil. Todas las horas de la noche sentado, esperando que se haga de día: nada más, salvo algún imprevisto: un pareja besándose en la puerta, un asalto, un caño roto, no mucho más.
En ese escenario transcurre Asco, y para contar se alimenta de la espera: conflicto de conflictos. La espera que se vuelve un todo monótono en el cual no queda otra que apelar a la digresión, en ese lugar de tránsito que es el hall de un edificio, tan parecido a un baño público o una parada de colectivos. El portero y el vecino mantienen un diálogo que se sostiene por el primero y en cual el segundo es una especie de interlocutor vacío al que pareciera que hubiese que llenar con historias. Así, aparece la exploración de sentimientos infrecuentes, secretos inconfesables, cierta violencia y cierto delirio. Sucesos que se vuelven más raros aún si se piensa que transcurren cuando la mayoría de los mortales duermen.Creo que el mayor logro de Asco radica, fundamentalmente, en particularizar un mundo poco explorado en el terreno teatral, y hacer una extracción que huele a ordinario y extraordinario al mismo tiempo. Todo aquel que haya vivido en un edificio sabrá interpretar.

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