Por Juan Di Loreto
Ernest Hemingway estaba de pie junto a la barra del bar del Hotel Ritz de París, que llevaba su nombre. Entre el escritor y las botellas del fondo se encontraba Collin, el mítico barman inglés, con un daiquiri en la mano. Era el tercero que el autor de Adiós a las armas pedía esa tarde. Estaba con la mirada perdida y en silencio. “Quizás ya esté borracho”, pensó Collin, que lo conocía de memoria. Sabía todo lo que se rumoreaba del gran Ernest en Francia; sabia, por ejemplo, que le gustaba estar de pie para poder beber más y que, en la época de la Ley Seca en los Estados Unidos, se abastecía de bebidas prohibidas que él mismo traía de La Habana en la lancha de un amigo. También había escuchado del Hemingway aventurero y del Hemingway amante del menage trois, de cuando se había enrolado en la Cruz Roja la Gran Guerra, donde había sido víctima del fuego alemán y le habían contabilizado 237 heridas.
Collin le entregó el trago. El escritor lo miró y, como si nada, le dijo: “El hombre no está hecho para la derrota. Se puede destrozar a un hombre, pero no derrotarlo”. Y en ese momento recordó con una sonrisa la cara de sorpresa de los soldados franceses cuando lo vieron en ese mismo bar bebiendo y celebrando la liberación. Desde aquella época, el bar del Ritz llevó el nombre de su libertador. Aunque hubo muchos bares en su vida. Desde el Harry´s Bar hasta el Gritti Palace de Venecia, donde llegaba a tomar tres botellas diarias de Valpolicella. Pero ninguno de aquellos era su lugar predilecto. Extrañaba las tardes cálidas en El Floridita de La Habana Vieja, donde degustaba sus Papa´s Special. A pesar de que había dicho alguna vez que soñaba con una vida después de la muerte “que siempre tenía lugar en el Hotel Ritz de París”.
Hoy, a cuarenta y nueve años de su muerte, el lugar no tiene el encanto que supo darle el autor de El viejo y el mar. Pero siempre habrá algún nostálgico que imagine ver a Hemingway entrando al Ritz, acercándose a la barra y escuchando esa frase maravillosa que sólo en un bar se puede escuchar: “¿Lo de siempre, señor?”.
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