Por Nadia Zimerman
Noviembre 21, 2008 de voluntaddevivirmanifestandose
Colección
Del lat. collectĭo, -ōnis
1. f. Conjunto ordenado de cosas, por lo común de una misma clase y reunidas por su especial interés o valor. Colección de escritos, de medallas, de mapas, de mujeres.
2. f. Gran cantidad de personas o cosas. Colección de cretinos, de despropósitos, de hombres.
3. f. Conjunto de las creaciones que presenta un diseñador de moda para una temporada. Colección primavera-verano, mamas, miembros.
4. f. Acumulación de una sustancia orgánica, celulosa, humus, fluidos.
Coleccionista
com. Persona que colecciona
Y abrió la puerta. Una habitación enorme se desplegó a su paso, de techos altos y paredes blancas, espléndida, a oscuras. El escenario: sillón también blanco; biblioteca vacía; mesa de roble amplia y lo mejor: un jardín al fondo, con un pedazo de cielo. X entró anhelante pero cautelosa, como pisando un campo minado. Él prendió una luz indirecta, lateral, pidió perdón anticipado por un desorden inexistente, siguiendo una fórmula secreta, especie de cliché que desarrollaría con variantes durante la noche: “Soy hombre”. Con sólo escuchar este concepto la bombacha de X queda empapada. Acto seguido: “Bueno, éste es el living”. “Este es el centro de la casa, la barra”. ” La cocina” Aquí X contiene un amago de tropiezo con un zócalo disimulado por la penumbra. “El baño”. “Y acá… el matadero”. Acaban de ingresar a un cuarto enorme, 85% cama triple king size de sábanas deshechas, 15% televisor + ventanal + algo de suelo. X no puede más, pero siente un revoltijo de tripas con sólo escuchar esa desafortunada palabra, sinónimo directo y perentorio de ‘quepaselaquesigue’ en referencia a cualquier ejemplar preferentemente bovino y… femenino. Ahí mismo su cerebrito febril toma una decisión. Mirando el jardín, intentando abrir la puerta-ventana en búsqueda inconsciente de una salida a la trampa que su propio deseo le ha tendido y ya parece imposible de sortear, siente por detrás el traje que la roza, el brazo que le vuelve la cara hasta lograr besarla en la boca.
“Matadero”
“Matadero”
“El matadero”
“¿Dijo MATADERO?”
Resuenan en su cabeza que hierve los ecos grasas de esa infausta palabra; entonces interroga, desfalleciente y resignada: “¿Esto tiene que ser rápido?” Ante una respuesta milagrosa y piadosamente negativa, pide volver al living. Despacio, espacio, aire… Retrocede 4 casilleros, una breve prórroga para la víctima que vuelve al redil, al control. Con el estómago todavía revuelto y el sexo palpitante se dirigió X a la enorme biblioteca, simulando estudiar minuciosamente los 6 libros que contenía, intentando recuperar su aire intelectual y despreocupado, su impronta de mujer superada, fría, más-allá-de-todo.
‘Cocina mediterránea’ ‘Antiguo testamento módulos I y II’ ‘Reglamento de Tennis a la usanza inglesa’ ‘La taxidermia como método’ ‘Webster Dictionary for Financial Advisory & Counseling’ ‘Samantha, furor en la hierba’.
Un sonido de ducha interrumpió el análisis; Y se preparaba. Un ratito más…
Tomó el último título y se refugió en el sillón.
Samantha, amazona furiosa, exuberante y millonaria, se zambulle bajo el sol tropical de Dominicana. Sus pezones gotean, perlando toda su piel de un bronceado dorado; su pubis se afana entre las aguas transparentes, como llamando a las rayas, a los predadores del Caribe. Tiburones desesperados muerden sus pies diminutos, pero Rubén ya está allí, a su lado. Con sus poderosos brazos torneados aparta de un golpe al escualo, tomando a la heroína por detrás entre sus músculos. Poseyéndola salvajemente. Samantha grita, salpica, intenta escapar. Es demasiado tarde… Rubén descubre un falo violáceo de punta muy blanca que rezuma en la espuma y la penetra. El sol del ocaso se pone en el horizonte. Las palmeras se agitan en el viento. Una ola gigante envuelve a los fogosos amantes empapándolos. Samantha, amazona, diosa de los Trópicos, exhausta, es arrastrada a la orilla por su negro, dejando una estela húmeda a su paso. Rubén se sacude regando el arenal, cuando por fin
Y ha salido del baño, chorreando el piso patinado, envuelto apenas en una toalla, con el encanto y la frescura de un adolescente. Con un malabar violento X esconde el libelo debajo del almohadón. Cruza las piernas húmedas y sonríe, disimulada. “Todo bien?” “Todo bien, ji ji” vuelve a sonreír de costado, haciendo un poco de lugar, porque él ya se instala como auténtico propietario del terreno. La luz le da en plena cara, tiene los rasgos preciosos de un niño-hombre… pero X no puede concentrarse ahí: más abajo, decenas de lunares oscuros le llaman poderosamente la atención; atraída y repelida a la vez, no puede evitar tocarlos. Él considera esto un dechado de sensualidad, está visiblemente orgulloso de su torso moteado. Ahora sí el atraco es inevitable. Y sigue cuidadosamente los pasos necesarios tan trajinados a lo largo de su historia de consumado playboy. La mano que se inmiscuye debajo de la pollera tiene una pericia calculada que, lejos de toda improvisación, busca claramente su objetivo, con lo que en aviación se denomina un hábil piloto automático, y en psicología tics seriados o compulsión seductora. X no logra aflojarse del todo, su pierna se multiplica en cientos de piernas superpuestas reaccionando de la misma manera. La mano avanza esta vez un poco más arriba; X se transforma en una masa epidérmica de nombre Susy, Vicky, Gisela, María Paz, Celina… “¿Celina?” murmura sin querer. “Cómo?” dice él, muy cerca de la oreja. “No, nada” Ahora son, a medida que las manos avanzan, cinco, diez, treinta los pares de tetas que X ofrece a su disposición. Siente que una pila de cuerpos se va acumulando encima suyo, son rellenitas, delgadas, altas y bajas, más velludas, menos, blancas o morochas, pecosas, jóvenes, pesadas, livianas… Sobrecargada, ahoga un gemido más de angustia que de placer… Entonces Y avanza ya completamente confiado, tomando lo primero por lo segundo… La multitud de mujeres semitransparentes se abre en un abanico de fantasmas curvos y gelatinosos que pegan grititos, le chupan la oreja al galán, le tiran del pelo, le manosean la cara; él corcovea entonces con más y más fuerza, sobre una miríada de ombligos (algunos, los osados, llevan piercings). X siente de pronto una punzada pero el colchón de sus compañeras de ruta evita que se le quiebre del todo la parte lumbar; con un impulso inusitado se levanta eyectada y muerde el cogote viril con tal ahínco que la blancura del David empieza a virar progresivamente al púrpura ; el edema se expande sobre la superficie deliciosa recién duchada. “Aaaayyy!!!!” Él se toma el área apartándose bruscamente. “AAAuuuch”. “Perdón, perdón” esboza X, mientras una a una las demás féminas se desintegran dejándola por fin sola en el sillón, boca arriba, desconcertada. Y se toca el cuello, se mira la mano, vuelve a tocarse. Por fin se para y va al doble espejo del baño, “tan grande como todo mi departamento” piensa X.
“Mierda” farfulla el seductor en voz baja. Cuando vuelve al living tiene el adorable ceño fruncido y la piel pálida; unas venitas azules le laten en la sien y en el cuello… en el cuello crece un moretón del tamaño de un carozo, pongamos, de durazno… no, es más bien como un carozo de palta. Sosteniéndolo inútilmente con la mano vuelve fastidiado al sillón, bajo la mirada contrita de X que, solidaria, trata de hacer algo… “Dejame ver…” “No, está bien, estoy bien”. “Disculpame” “No es nada, el tema es que hoy tenía que ir a comer con mi novia a lo de mis suegros, y con el calor que hace no puedo ponerme un pañuelo para tapar…” “Yo no quería, te juro, lo que menos pensaba… Ellas… fueron…ellas…” “¿Ellas quiénes?” pregunta él cada vez más malhumorado. “Ellas… no, yo…no…” tartamudea X, que intenta nerviosa vislumbrar la salida, mira disimuladamente a la puerta, mientras una convicción creciente se incuba en su confundido corazón, sobre algo parecido a la venganza, un acto fallido, mejor dicho, la revancha de todo un género que la ha tomado como médium para clavar con un ímpetu sobrenatural los colmillos en el lugar exacto del compromiso, ese punto yugular tan temido por una víctima, que, como en una mala historia de vampiros, termina dominado por las mismas fuerzas que desató, las fuerzas infernales que vienen del matadero… las almas en pena que crueles se ríen del verdugo señalando, con cientos de uñas pintadas, anillos, cutículas comidas, esa mancha delatora, esa verdad que tarde o temprano sale a la luz desde lo oscuro… en una cena formal donde un veterano matrimonio conspicuo e indignado y una futura ex mujer escandalizada y furiosa pinchan en silencio la entrecôte, salpicándose por mirar el cuello de su yerno y futuro ex prometido, respectivamente, territorio venal que parece haber sido chuponeado a más no poder por miles de bocas apenas horas antes, y que sella impúdico la última posibilidad de crédito social que ansía incluso hasta el dandy más rebelde.
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