Ana no juega (seleccionado convocatoria "Mentime que me gusta"

Por Lorena Cafardo



Ana no juega, no escupe, ni salta. Ana no duerme. Sus trenzas que recogen su ondulado pelo descolorido imaginan cosas que no son ciertas. Pero ella no se da cuenta. Ana se aventura a nuevas travesías, desfallece y vuelve a vivir. Ana se enferma, tiene alergias, y un viejo piano de cola la acompaña en sus tardes grises de encierro en el bungalow de sus padres. Ana usa borsegos y remeras grandes. Ana silba por lo bajo un tema de Los Beatles mientras mira por su ventana la vida pasar.

Ana miente. Se esconde. Se flagela. Se perdona, y vuelve a mentir. Ana ama, con dudas y certezas, ama.

Paco, su edulcorado novio, la está por dejar. Ana aún no lo sabe.



Estrella, su madre, tiene leucemia. Ana no piensa en ello. No lo concibe. Lo niega. Lo esquiva con charlas aguadas con su terapeuta. No hace el duelo de la enfermedad, y tampoco el de su inminente muerte. Ana no lo procesa. Prefiere llenarse las horas trabajando como maestra de música y, en sus ratos libres, dedicarse a la manifestación con su cuerpo en algunas disciplinas... a expresar más allá de todo.



Hoy Ana, por primera vez, va a visitar a su madre a la clínica donde está internada.

No sabe si comprar flores, un chocolate Milka o un innecesario oso de peluche. Prefiere las manos vacías y una sonrisa que miente.
Al llegar ve a Estrella leyendo “Sobre héroes y tumbas” por vez número mil. Su madre cierra el libro y lo apoya sobre la mesa de luz. Ana se acerca, le da un beso en su húmeda frente y se sienta del lado izquierdo. Ana parlotea cosas aburridas y sin interés, su madre la mira con detenimiento. Cada tanto Ana toma la mano de Estrella y acaricia su arrugada piel.

Estrella quiere hablar, no sabe de qué ni cómo. Pero quiere vomitar su aliento matinal, asqueroso y denso, retenido desde hace horas. Ana no da lugar. Habla y habla. Sus verdades se acaban, pero todavía quedan largos y espesos minutos hasta las 16:00 hs, horario en el que llegaran los médicos a controlar a su madre. Estrella quiere demostrar que está viva, comienza a balbucear alguna historia con olor a anestesia, pero Ana súbitamente la calla.
La anunciación es inmediata y necesaria. Ana necesita hacerlo para no escuchar los sórdidos murmullos que le recuerdan que está en un lugar de internación, en donde, rodeada de cables, tubos y máquinas con pitidos, se encuentra postrada su madre. El frágil y lánguido tono de voz de su madre la alterará lo suficiente como para no querer volver.



Con ademanes y palabras cargadas le dice que tiene algo importante que revelarle. Utiliza sus dotes actorales para desempeñar su mejor obra. Se para frente a ella, mira su vientre y, llevando sus manos a él, le anuncia la noticia más esperada. Ana está embarazada. Silencio ensordecedor. Estrella sonríe por primera vez en la tarde, pide que su hija se acerque. Ana va hacia ella, se miman mutuamente. Ana no sabe lo que acaba de decir. Su improvisada e insolente mentira, ahora, no tiene marcha atrás.

Estrella, escritora de poemas devenida en ama de casa, recita una de sus prosas. Una que, quizás, la tenga guardada desde siempre esperando este momento.

Ana le cuenta una historia ficticia. No solo oculta y omite cosas reales de su vida que jamás encajarían en el nuevo relato, sino que, como una historia de telenovela de la tarde, cuenta con estructura de suspenso y comedia su novedad.

Estrella lleva una sonrisa sostenida, y solo abre sus pulposos labios para felicitar a su hija.

Por pedido de una enfermera, Ana se debe retirar. Estrella la abraza efusivamente y le dice que la quiere. Ana no contesta y sale de la habitación.



Ana está en el jardín de su casa, hamacándose en un viejo sillón perteneciente a su bisabuelo. Paco llega, besa su tibia frente. Se sienta junto a ella. Comparten la cadencia del andar. Él recorre sus manos con la mirada, mira su tatuaje. Le acaricia el cabello. Paco le dice a Ana que conoció a otra mujer, que no le gusta demasiado pero que necesita de ella.

A Ana le sudan las manos, cierra sus ojos y respira profundo. No entiende que pasa. Se marea. Pone los pies sobre la tierra bruscamente. Intenta pararse de allí, quiere ser distante, alejarse de él, demostrar enojo. Ser superior. Quiere pensar que ella no es la víctima, sino él. Pero no puede. Su vulnerado cuerpo no se despega del sillón.

Ana quiere decir algo contundente y rápido. Quiere devastarlo en una palabra. Necesita llamar su atención.

Ana se siente en un déja vu. Esto le es familiar, y no sabe porqué.

Pero, de repente, y sin saber cómo, aparecen en ella la idea mágica e infalible. Y, ahora renovada, se para imponente sobre el césped amarillento, toma su vientre y miente. Miente para perdurar.











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