EL PLACER DE LA LECTURA


Por: Clarisa Anabel Pozzi

“La lectura es una amistad, pero al menos es una amistad sincera – dice Proust – y el hecho de que se profese a un muerto, a un ausente, le da algo de desinteresado, algo casi conmovedor”.
Un buen libro nos hace sentir libres, ya sea porque nos sumerge en un mundo al que nadie más puede ingresar o porque nos abre vías del conocimiento. “Leer” tiene su origen en el latín legere que significa “recoger”, la operación de lectura está además asociada a la acción de espigar en la superficie de un campo, por eso el lector junta, recolecta, reúne, recoge.
“En la lectura la amistad nos devuelve su primitiva pureza – explica Proust -. Con los libros, no hay amabilidad que valga. Con estos amigos, si pasamos la velada en su compañía, es porque realmente nos apetece”.
“Leer implica siempre percepción crítica, interpretación y reescritura de lo leído”, afirma Paulo Freire, el texto se presenta desafiante ante su lector porque lo invita a participar de un mundo todavía inexplorado.
A veces la lectura tiene que ver con la búsqueda de uno mismo, el libro aparece a nuestros ojos como una puerta, una posibilidad, una alternativa, una experiencia en la que quien lee se transforma en dueño de su destino.
Cuando se logra la identificación dejamos de ser quienes somos para emprender el viaje que nos llevará a través de cada capítulo por un universo inimaginado donde somos los protagonistas de lo que se está contando.
Subimos al barco que nos trasladará hacia otros puertos, navegamos por sus orillas en un viaje que no quiere finalizar, porque cuando arribamos a destino nos queda la nostalgia del trayecto recorrido y queremos volver a abordar.
“A menudo tenemos que dejarlos contra nuestra voluntad – sentencia Proust – y una vez que nos hemos ido, ni sombra de los pensamientos que echan a perder la amistad. ¿Qué habrá pensado de nosotros? ¿Hemos gustado?, todos estos sobresaltos de la amistad desaparecen en el umbral mismo de esta amistad pura y tranquila que es la lectura”.
A través de la lectura hay construcción, se da el descubrimiento del tiempo propio de la obra. Gadamer habla de un “tiempo lleno”, es éste el tiempo particular del arte, diferente del tiempo del trabajo o del tiempo “para algo”, es decir “del tiempo que se dispone, que se divide, el tiempo que se tiene o no se tiene, o que se cree no tener”, sintetiza el filósofo alemán.
Detalla Gadamer que “cuando nos enfrentamos al tiempo que hay que llenar, se presentan dos alternativas extremas: el aburrimiento y el ajetreo. Las dos son formas vacías; en una sentimos la vaciedad de no tener nada para hacer, en la otra, la vaciedad de no tener nunca tiempo, de tener siempre algo por hacer”.
Ingresamos en el tiempo del arte, un tiempo estético. Avanzamos o detenemos la lectura sin ninguna prisa, son tiempos que no se pueden computar ni juntar pedazo a pedazo hasta formar un tiempo total.
El arte se vuelve comunicativo, dialogamos con el autor, coincidimos, disentimos, nos hacemos uno; la posibilidad de estar unidos se da en el silencio y en la más absoluta soledad, el libro es puente de contacto; el arte se transforma entonces, en palabras de Nietzsche, “en el más alto punto de comunicabilidad entre los hombres”.

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