El amor de la estanciera, en la nueva versión de Fadel, Di Croce y López Olivera





Por Nicolás Pose


El amor de la estanciera, supuestamente escrita en el año 1792, es una de las primeras obras del teatro argentino. Es una obra que pertenece al género gauchesco, y en este caso pertenecería exactamente a la gauchesca “primitiva”. La obra sufre la continuidad del teatro español, aunque diferentes investigadores sostienen que el autor ahondó en los modismos y costumbres gauchescas y desde allí intentó lo más fielmente posible escribir un sainete que reflejara la vida de campo. El autor es anónimo, pero parece que era un intelectual en la época de la colonia, cuando las pautas artísticas y sociales eran regidas por el modelo de La Ilustración. La historia original es muy sencilla: la estanciera, Chepa, tiene dos pretendientes: el portugués Manuel Figueira y el gaucho Juan Perucho. También está el padre de la estanciera, Cancho, y Pancha, la madre. El conflicto surge porque el padre quiere casar a la hija con el gaucho y la madre con el portugués. Aunque la chica prefiere al portugués, éste enloquece y se envilece, lo que refuerza su condición de extranjero extraño. La familia se une contra él y finalmente se convierte en el cocinero y sirviente del casamiento. En la historia original aparece claramente el tema de la confrontación entre identidades (criollos-extranjeros) como también se verá posteriormente en los sainetes de conventillo un siglo más tarde, en la época inmigratoria.
Ahora bien, lo interesante de la reescritura que llevó a cabo Valeria Fadel junto a Verónica López Olivera y Pablo Di Croce es que crea un nuevo personaje, la mudita, que es la que contextualiza la obra antes de que comience. Es en este sentido que la mudita en una suerte de preámbulo, habla nerviosa, al mismo tiempo que se encarga de que el público se entere del marco histórico-anecdótico-literario que rodea a la obra. La mudita también aclara que tres de los personajes de la pieza original se han perdido o han desaparecido. Es por eso que luego de que la Mudita sale de escena aparecen el portugués Figueira y Pancha, la madre de la estanciera, los dos protagonistas de la obra.
En esta nueva versión, que cuenta con un acto único, los dos personajes se aburren e intentan jugar entre ellos como niños para que transcurra el tiempo, como si estuvieran obligados a llevar adelante la historia pese a todo. De este modo, ellos están más provistos de mímica que de diálogo, y a través de reiteraciones, silencios, buscan encontrar su verdadero papel en esa historia donde nadie suple la ausencia de los otros tres personajes. Por ende, la reescritura muestra cómo los personajes se encuentran con la imposibilidad de continuar reiterando mecánicamente una obra (la original) que vienen representando ininterrumpidamente desde 1792. Así es cómo se comprenden las reiteraciones y la monotonía que van desarrollando los dos personajes, mientras van revelando la teatralidad de la obra y señalan en la obra el teatro dentro del teatro.
El mínimo espacio y la ausencia de los demás personajes, obligan a Pancha y Figueira a hacer lo que pueden dentro de la historia. Soportan el mandato de realizar la historia hasta dónde pueden. Es entonces cuando a partir del hallazgo de un grabador donde están las voces de los otros personajes, el portugués y Pancha descubren, se convencen, de que ellos están dentro de un espacio del cuál los otros ya han escapado. Finalmente, ellos también escapan de ese espacio, encontrando la libertad luego de cumplir su obligación dentro de una obra que iba desintegrándose lentamente.
La reescritura es inteligente, y moderniza a la obra al interesarse más por denunciar los efectos de la teatralidad antes que por los vericuetos de la historia que es demasiado sencilla. Inteligente, nostálgica, con ciertos toques de humor, la obra es experimental, aunque no pretenciosa. El amor de la estanciera es una buena apuesta que ahonda en los artificios del teatro y al mismo tiempo homenajea a uno de los primeros géneros del teatro argentino.



Autor: anónimo.
Dirección: Valeria Fadel.
Reescritura: Verónica López Olivera, Pablo Di Croce y Valeria Fadel.
Intérpretes: Gabriela Julis, Pablo Di Croce y Nela Fortunato.
Voces en off: Francisca Ure y Mariana Biscotti.
Escenografía: Fernando Morando y Matías Mikey.
Vestuario: Isabel Cardozo.
Montaje sonoro: Matías Berneman.
Asistencia de dirección: Daniela Schiaffino.
En Puerta Roja, Lavalle 3636. Viernes a las 21. Duración: 50 minutos.














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