Por: Clarisa Anabel Pozzi
¿Podemos hablar de arte comprometido o el arte es sólo arte? Adorno dice que “por su expresión las obras de arte aparecen siempre como heridas sociales. El principal testigo de lo que decimos es el “Guernica” de Picasso, que, por ser irreconciliable con el obligado realismo, consigue en su inhumana construcción esa expresión que lo convierte en una aguda protesta social más allá de cualquier malentendido contemplativo. Las zonas socialmente críticas de las obras de arte – continúa – son aquellas que causan dolor, allí donde su expresión, históricamente determinada, hace que salga a la luz la falsedad de un estado social”.
Si bien el bombardeo a la ciudad vasca de Guernica le sirvió a Picasso de estímulo para dar comienzo a su pintura, es evidente que ésta no reproduce –sino expresa- un hecho real. No hay aviones alemanes ni sangre derramada que recuerde el paisaje de la ciudad, en la que Picasso, por otra parte, no había estado nunca.
“Existe en Adorno – explica Elena Oliveras – la preocupación constante de salvar la autonomía del arte sin separarlo de su aspecto social. De allí que, más allá de la marca individual, el genio se convierte en representante de un sujeto social”.
Situada en un tiempo y un espacio, la obra participa de una época, es testigo presencial de un suceso, entabla un diálogo en el aquí y ahora con su sociedad, sin caer por eso en un “panfleto”, sin tener únicamente una función social, como puntualiza el pensador alemán: “las obras de arte tienen su eficacia práctica en una modificación de la conciencia apenas concretable y no en que se pongan a arengar. Por lo demás, los efectos de la agitación pasan pronto…”.
Artista y auditorio platican a través de la obra, ella se transforma en respuesta con contenido, en aquello que completa lo incompleto, en vocera de lo todavía no dicho pero presentido.
Dejamos de lado las teorías del “arte por el arte”, “puro esteticismo de la forma vacía de contenido”, y llegamos a la conclusión de que ninguna obra escapa a su contexto. Dice el filósofo: “Don Quijote puede haber servido a una tendencia particular e irrelevante, a la tendencia de suprimir la novela de caballerías que se había arrastrado de los tiempos feudales a la época burguesa; siendo el vehículo de esta modesta tendencia, se convirtió en una obra de arte ejemplar”.
Adorno, defensor de las vanguardias, encontrará en Beckett el mejor ejemplo para expresar “la verdad histórica de un mundo dominado por la violencia”. “Lo decisivo de las obras de arte – expresa Oliveras – está en que, a partir de su estructura formal, ellas dicen algo respecto al contenido; así son las respuestas a sus preguntas y por esto se convierten en nuevas preguntas. El arte es esencialmente, enigma”, concluye.
“La oscuridad de lo absurdo – sintetiza Adorno – es la vieja oscuridad de lo nuevo. Hay que interpretarla, no querer sustituirla por la claridad del sentido”. Es allí, en esa obra inundada de silencio, donde “el arte habla callando”, el lugar donde el filósofo alemán encuentra “un arte que no aporta a la sociedad su comunicación con ella, sino algo más mediato, su resistencia, en la que se reproduce el desarrollo social gracias a su propio desarrollo estético”.
“Tenemos entonces dos cuestiones en pugna: la sociedad, que intenta absorber y transformar en mercancía a la obra de arte a partir de su lógica administrativa, y la obra de arte, que se resiste”, afirma Oliveras.
La obra de arte se rebela contra cualquier intento de “salir a las calles a denunciar abiertamente nada”, nace de lo social pero se mantiene autónoma, desde su autonomía critica la cara social, “único modo – según Adorno – de impugnar la realidad social”.
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