por Nicolás Pose
Solas no más es un espectáculo que engaña desde el principio: tres mujeres en escena sobre tres tarimas, alineadas, gesticulan y se quejan de lo mismo. Todas ellas están solas, sufren. Escuchamos sus respectivos monólogos; primero habla una por vez, como si se estuvieran presentando, pero luego los monólogos se entrecruzan, haciendo de la escena un caos verbal que refleja exteriormente la confusión y la desesperación de estas mujeres solas. Ellas nos cuentan historias diferentes, distintos fracasos que han tenido en relaciones, decepciones, y están al borde de un ataque de nervios, porque sienten que están solas, y con eso es suficiente, ya que no existe un nivel, no existen grados para la soledad: uno se siente solo y con eso basta. Mientras las tres le confiesan sus angustias al público como si éste fuera su psicólogo, de los monólogos se desprenden tanto los momentos más poéticos de la obra como lo más reflexivos. Es por eso que esta primera parte de la obra funciona a manera de prólogo, enmarcando la problemática de la soledad femenina a partir de los 30, e introduciéndonos de lleno en la crisis que despierta la soledad en general sin que haya comenzado la segunda parte de la obra.
El comienzo de la obra es tan experimental como logrado, pero engaña porque es totalmente diferente con lo que se encontrará el público después, donde aparecerán dos solteras treinteañeras que conviven en un pequeño departamento: Clara y Alejandra. Ambas están nerviosas, están a punto de concretar una cita a ciegas. La espera les parece eterna, y en ese lapso anterior a la llegada que parece inminente, se cifra algo más que la curiosidad de conocer al otro y reencontrarse con el sexo opuesto. Allí, están en juego sus esperanzas, sus planteos existenciales, su oportunidad de sentirse más lindas que de costumbre, esperan el momento de ser recortadas y sentidas por la mirada del sexo opuesto y no mirarse siempre entre ellas mismas.
A partir de Clara y Alejandra asistimos a una obra completamente diferente de lo que habíamos visto al principio. En esta nueva parte, aparecen claras reminiscencias del universo Almodóvar, debido a cómo interactuarán durante el transcurso del resto de la obra lo trágico y lo cómico. Desde el momento en que aparece en escena un discapacitado mental-el hombre tan esperado-, también aparece el humor negro, cruel, que caracteriza la estética del director español. Entonces ¿Dónde quedaron las esperanzas de estas dos mujeres que ansiaban conocer a un hombre y de repente se enfrentan con un discapacitado que lo nombran como “eso”? Se sienten confundidas, superadas por la situación. Es en este momento donde el humor se torna más cruel y amargo, ya que Alejandra y Clara se ven decepcionadas por la aparición del discapacitado y al mismo tiempo éste hace que se disparen todos los rencores posibles entre ellas mismas, como si fuera una excusa perfecta para desnudar todas las miserias con respecto a la soledad que sienten.
La segunda parte al jugarse en esa mezcla entre la comedia y la tragedia, más cerca del neo-rrealismo italiano que del grotesco criollo-ya que no hay animalización en los protagonistas, ni tampoco se comportan como títeres-, confunde al público, ya que éste, a veces, no sabrá bien cuando reír o cuando amargarse. La situación que está en juego logra que el espectador pueda elegir entre reírse con cierta vergüenza, entristecer con ironía o simplemente reír y no ser tan hipócrita aferrándose a falsos convencionalismos. Sin embargo, si bien la obra logra a la perfección que la línea entre lo cómico y lo trágico se haga, a veces, tan fina hasta desaparecer, el recurso de poner un discapacitado en escena para llegar a este efecto puede tornarse, en algún momento, repetitivo.
Entre la primera parte de la obra y la segunda hay un contrapeso evidente y una diferencia de grado importante. Si la primera parte es más poética, y pone en práctica recursos más experimentales; en cambio, la segunda, es patética, grotesca, más convencional, y además de utilizar un humor cruel para incomodar al auditorio, tampoco tiene miedo de escaparle a los toques bizarros.
En Solas no más, Jorge Acebo retoma el tema de la crisis femenina, como ya lo había hecho en obras anteriores como Dramorexia y Divas, último modelo, donde en ambas se reflexionaba sobre la problemática de la mirada femenina con respecto al cuerpo.
La obra cuenta con un buen elenco que logra transmitir la intención del texto, haciendo que el espectador no sólo piense en la soledad de esas solteronas, sino también en la soledad que nos abruma frecuentemente en estos comienzos del siglo. Ya que si bien el tiempo y el espacio ya no son un problema para que nos comuniquemos, ahora el problema es la verdadera falta de comunicación la que nos hace sentir solos aunque estemos rodeados de amigos.
Autoría: Jorge Acebo, Javier Daulte, Matías Herrera
Actúan: Matías Herrera, Florencia Noverasco, Natalia Pascale, Mariela Rodríguez, Magali Romero, Gisella Sabatella
Iluminación: Natalia Pascale, Magali Romero
Maquillaje: Martín Caramés
Sonido: Natalia Pascale, Magali Romero
Diseño gráfico: Diana Sabatella
Asistencia general: Juan Rivera Bosch
Prensa: Marisol Cambre
Dirección y puesta en escena: Jorge Acebo
En teatro Andamio’90, Parná 660 (Reservas: 4373-5670) Funciones: Sábados 23hs.
Solas no más es un espectáculo que engaña desde el principio: tres mujeres en escena sobre tres tarimas, alineadas, gesticulan y se quejan de lo mismo. Todas ellas están solas, sufren. Escuchamos sus respectivos monólogos; primero habla una por vez, como si se estuvieran presentando, pero luego los monólogos se entrecruzan, haciendo de la escena un caos verbal que refleja exteriormente la confusión y la desesperación de estas mujeres solas. Ellas nos cuentan historias diferentes, distintos fracasos que han tenido en relaciones, decepciones, y están al borde de un ataque de nervios, porque sienten que están solas, y con eso es suficiente, ya que no existe un nivel, no existen grados para la soledad: uno se siente solo y con eso basta. Mientras las tres le confiesan sus angustias al público como si éste fuera su psicólogo, de los monólogos se desprenden tanto los momentos más poéticos de la obra como lo más reflexivos. Es por eso que esta primera parte de la obra funciona a manera de prólogo, enmarcando la problemática de la soledad femenina a partir de los 30, e introduciéndonos de lleno en la crisis que despierta la soledad en general sin que haya comenzado la segunda parte de la obra.
El comienzo de la obra es tan experimental como logrado, pero engaña porque es totalmente diferente con lo que se encontrará el público después, donde aparecerán dos solteras treinteañeras que conviven en un pequeño departamento: Clara y Alejandra. Ambas están nerviosas, están a punto de concretar una cita a ciegas. La espera les parece eterna, y en ese lapso anterior a la llegada que parece inminente, se cifra algo más que la curiosidad de conocer al otro y reencontrarse con el sexo opuesto. Allí, están en juego sus esperanzas, sus planteos existenciales, su oportunidad de sentirse más lindas que de costumbre, esperan el momento de ser recortadas y sentidas por la mirada del sexo opuesto y no mirarse siempre entre ellas mismas.
A partir de Clara y Alejandra asistimos a una obra completamente diferente de lo que habíamos visto al principio. En esta nueva parte, aparecen claras reminiscencias del universo Almodóvar, debido a cómo interactuarán durante el transcurso del resto de la obra lo trágico y lo cómico. Desde el momento en que aparece en escena un discapacitado mental-el hombre tan esperado-, también aparece el humor negro, cruel, que caracteriza la estética del director español. Entonces ¿Dónde quedaron las esperanzas de estas dos mujeres que ansiaban conocer a un hombre y de repente se enfrentan con un discapacitado que lo nombran como “eso”? Se sienten confundidas, superadas por la situación. Es en este momento donde el humor se torna más cruel y amargo, ya que Alejandra y Clara se ven decepcionadas por la aparición del discapacitado y al mismo tiempo éste hace que se disparen todos los rencores posibles entre ellas mismas, como si fuera una excusa perfecta para desnudar todas las miserias con respecto a la soledad que sienten.
La segunda parte al jugarse en esa mezcla entre la comedia y la tragedia, más cerca del neo-rrealismo italiano que del grotesco criollo-ya que no hay animalización en los protagonistas, ni tampoco se comportan como títeres-, confunde al público, ya que éste, a veces, no sabrá bien cuando reír o cuando amargarse. La situación que está en juego logra que el espectador pueda elegir entre reírse con cierta vergüenza, entristecer con ironía o simplemente reír y no ser tan hipócrita aferrándose a falsos convencionalismos. Sin embargo, si bien la obra logra a la perfección que la línea entre lo cómico y lo trágico se haga, a veces, tan fina hasta desaparecer, el recurso de poner un discapacitado en escena para llegar a este efecto puede tornarse, en algún momento, repetitivo.
Entre la primera parte de la obra y la segunda hay un contrapeso evidente y una diferencia de grado importante. Si la primera parte es más poética, y pone en práctica recursos más experimentales; en cambio, la segunda, es patética, grotesca, más convencional, y además de utilizar un humor cruel para incomodar al auditorio, tampoco tiene miedo de escaparle a los toques bizarros.
En Solas no más, Jorge Acebo retoma el tema de la crisis femenina, como ya lo había hecho en obras anteriores como Dramorexia y Divas, último modelo, donde en ambas se reflexionaba sobre la problemática de la mirada femenina con respecto al cuerpo.
La obra cuenta con un buen elenco que logra transmitir la intención del texto, haciendo que el espectador no sólo piense en la soledad de esas solteronas, sino también en la soledad que nos abruma frecuentemente en estos comienzos del siglo. Ya que si bien el tiempo y el espacio ya no son un problema para que nos comuniquemos, ahora el problema es la verdadera falta de comunicación la que nos hace sentir solos aunque estemos rodeados de amigos.
Autoría: Jorge Acebo, Javier Daulte, Matías Herrera
Actúan: Matías Herrera, Florencia Noverasco, Natalia Pascale, Mariela Rodríguez, Magali Romero, Gisella Sabatella
Iluminación: Natalia Pascale, Magali Romero
Maquillaje: Martín Caramés
Sonido: Natalia Pascale, Magali Romero
Diseño gráfico: Diana Sabatella
Asistencia general: Juan Rivera Bosch
Prensa: Marisol Cambre
Dirección y puesta en escena: Jorge Acebo
En teatro Andamio’90, Parná 660 (Reservas: 4373-5670) Funciones: Sábados 23hs.