Insoportable de Romina Mazzadi Arro

por Nico Pose


Insoportable pone en el centro de escena a una familia tipo de clase media venida a menos, como tantas otras que comenzaron a quebrarse durante el alfonsinismo, y como tantas otras que aún siguen cayendo bajo gobiernos de diversa índole.
Desde el principio la obra se perfila como una comedia familiar, al estilo de las familias que aparecen frecuentemente en las series televisivas de los canales de aire. Pero es una apuesta totalmente diferente, porque así como la obra despierta carcajadas también enmudece al auditorio. Una parte nuestra puede reír, pero cuando cae la máscara encontramos una realidad frágil y trágica. Insoportable retoma la rica tradición teatral que ofrece postales de familia, desde el sainete hasta el grotesco criollo, pero con menor expresionismo y animalización de la que aparecía en obras como las de Armando Discépolo. La puesta en escena de actores funcionando como marionetas la acerca a cierto expresionismo; expresionismo que se atenúa por la cantidad de momentos humorísticos que aparecen en la obra. Pero el funcionamiento del actor como marioneta es visible en la sobreactuación o en la expresividad desmedida con la cual Cunsolo dota al personaje de la hija menor, Solange; o en el cuerpo muerto y estático que de a ratos se puede apreciar en el padre de familia que recrea Ricardo Arias. Arias, en el papel del padre de la familia, se acerca a ciertos personajes de Discépolo, pero aggiornado a la realidad de las familias de los 80 y si se quiere, de hoy. Depende de cómo se mire esta cuestión. Porque si la madre representa algo tan distante en estos tiempos, como la clase de madre que pretende cargar con la responsabilidad de todo el núcleo familiar; el padre, por el contrario, es un inútil declarado, ya que sigue viviendo inerme dentro de su pasado de músico de tango; y además, es también, el porteño tipo, aquel que cree que Buenos Aires sigue siendo el paraíso o el mejor lugar del mundo para vivir. Dentro del sueño, esta marioneta, sólo percibe la realidad a través de los incesantes dolores de pecho que sufre. Y el conflicto se agrava constantemente: desde el supuesto asesinato que confiesa haber realizado la hija mayor con su novio, pasando por los dolores del padre y los reiterados caprichos de la hija menor, hasta la atroz soledad de la madre.
La obra hace reír por sus diálogos pero también hace temblar por la terrible realidad familiar que se muestra: desnuda y sin demasiadas esperanzas de cambio. Es ahí donde se cifra la rica tradición del grotesco, en esa mezcla entre comicidad y amargura. Ya que lo trágico, la muerte, en este caso, se vislumbra como posible salida, no como sufrimiento. Pero la amargura y la resignación lo cargan tanto el padre, con su depresión; como la madre, al ver cómo fracasa el modelo de familia que había imaginado.
Los diálogos son constantes, ya que en esta familia la condición es no dejar nunca de hablar, aunque no exista comunicación, llevando a que el clima familiar se haga francamente insoportable. Es gracias a esto que la obra fluye con naturalidad y que en ningún momento se siente un estancamiento con respecto a la acción dramática. Hereda del grotesco cierto juego con los sonidos que rompen con el silencio que se produce, y que dicen más que las palabras. Sobretodo en esa escena donde se percibe la desesperación de la madre: sola, sentada frente a una mesa, en medio del espacio despojado, mientras su marido ronca y la hija menor tose constantemente. A punto de la locura, la madre, ahí sentada, sola, de alguna forma, anticipa el final de la obra.
El despojamiento del espacio se debe a la forma en que se proyecta el movimiento de los actores. Ya que los elementos básicos que representan una habitación-dos sillas, una mesa, una cama, y la guitarra desafinada del padre tanguero-podrían ser prescindibles, si no fuera para mostrar el cuerpo inerte del padre sobre la silla sosteniendo un cigarrillo como si fuera un cenicero humano. O para darle mayor expresión a la pose de resignación de la madre, que de estar totalmente erguida y con los brazos en jarra durante toda la obra-signo de poder y mando en la familia-, pasa a sentarse y agarrarse la cabeza con ambas manos (En este sentido, la autora recurre a ciertos estereotipos para dejar en claro los roles familiares) Todo parece conducir hacia una tragedia sin fin, tragedia anticipada que ocurrirá cuando muera el padre. Pero la verdadera tragedia se sitúa durante toda la acción, porque es difícil encontrar paz en esa familia, donde los momentos de tranquilidad son interrumpidos por ronquidos y toses, violentando el añorado silencio como única forma de paz posible. El silencio también mata, porque cuando el clímax es tan tenso, los silencios ni siquiera sirven para relajar el nerviosismo constante que se produce en el grupo por una cuestión o por otra. La falta de comunicación y la presión de un mundo exterior que no se muestra pero al cual se alude y se sugiere por el comportamiento de los miembros de la familia, no da una gota de respiro a semejante clima. Así, Romina Mazzadi Arro al frente del grupo “Los hijos de Roche”, explora otra vez la convivencia y las miserias de una familia, como ya lo había hecho en obras como Uno busca lleno, donde se planteaba la necesidad angustiante de las hijas por "matar a la madre" para poder ser.


Insoportable, el término de un largo día una obra de Romina Mazzadi Arro
Intérpretes: Paula García Jurado, Elisabet Cunsolo, Mirna Pecoraro, Ricardo Arias.
Fotografía: Laura Ortego
Asistencia técnica: David Gastelú
Prensa: Carolina Alfonso
Producción general: Hijos de Roche
Puesta en escena y dirección: Romina Mazzadi Arro
En teatro Anfitrión, Venezuela 3340 (Teléfono: 4931-2124) Funciones: Viernes 23hs hasta el 27/03/09

Dirección:

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Ariana Pérez Artaso
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