LA REDENCION DEL ODIO

-Literatura-

Por Vivian García Hermosi


Latencia



A veces los odios se rumean por abajo, muy despacio. Son odios familiares, conocidos, que se pasan con el pan o cuando se sirve el vino. A veces incluso necesarios para la coexistencia amena. Una clase de culpa los acompaña, incluso, los alimenta. Y sólo los redime pensamientos furtivos de venganza. Actos descabellados e inhumanos que jamás se concretarán pero que pagarían con creces los años de latencia.
Por eso es que en la mayoría de las vidas cotidianas las acciones no abundan y sí los pensamientos. Los malos pensamientos que son acciones vitales para la mente de cualquier sujeto y su núcleo de relaciones.
De esas cosas aprendí en la casa de mi abuela, a la que íbamos con mi mamá por la temporada de verano. La abu tenía una pile por lo que su casa se le llenaba de nietos. Pobre vieja, vivía sola todo el año y entonces las tres hijas se le aparecían en enero hasta fines de febrero cuando se iban y se quedaba sola otra vez.
Y estaba también la virgen, una imagen esculpida en piedra de proporciones exageradas, con los rasgos de la cara pintados a mano. Un trabajo artesanal bárbaro, pero pesado. Ahí estaba la estatua, en un altar improvisado, con flores de plástico rodeándola. Nadie la movía, inflexible, miraba sobre nuestros hombros. Y mi abuela se levantaba a la mañana y en el desayuno siempre infería:

- Hoy está triste la virgencita. Qué cosas malas estarán pasando en el mundo.

Nos mirábamos, callados, con mis primos enfrente de la tele. Nuevediario siempre confirmaba sus terribles sugerencias.

Pecados mortales

" Todo el mundo ardería en el infierno" - dijo mi abuela cuando escuchó que el sacerdote le dijo a mi primo Antonio que cuando uno piensa en ciertas cosas ya está pecando.
Mi primo Antonio, un pobre preadolescente desahuciado de tanta masturbación culposa, era un tema familiar bastante entretenido para mis precoces ocho años. Y él, que no era ningún estúpido, de tal modo se odiaría así mismo - y ese odio es el peor de todos- que jamás pudo dejar ese hobby efímero, placer brusco y urgente, hasta que llegó a su fatal determinación.
La inocencia propia de la edad y la astucia se peleaban. Yo sabía que hablaban de algo sucio, secreto y divertido - y que no le podía preguntar abiertamente a mi madre - así que tuve que averiguar por otros medios qué era lo que pasaba y que convertía a Antonito en la burla solapada y familiar de las reuniones. Cosas como:
"Pasame el pan, pero vos no Antonio por favor" o "te van a salir pelos en la mano" no era raro de escuchar.
Fue Vera, otra prima hermana aún más precoz que yo pero de once, quien me dio la respuesta. Mis hermanos estaban los dos en la colonia de vacaciones y no podía recurrir a nadie más.
- Lo que pasa, Mati, es que los grandes lo hacen... ( y siempre gestualizaba tanto con las manos).
- ¿ Lo hacen? ¿Cómo? - Por aquellos tiempos la televisión no era tan instructiva como ahora en esos asuntos-.
- Ella se desnuda, él también, y … bueno.
- ¿ Desnudos?- Vera asintió con la cabeza - pero qué asco.
- Y sí. …Pero no tienen vergüenza.
- ¿Y quién te lo dijo?
-Fede … - Era su hermano de 14 años-.
-¿ Te contó que es lo que le pasa Antonio?
-Le gusta mucho… las chicas.
-¿ A Antonio?, si ve fútbol todo el día.
-Me dijo Fede que la tía Estela le dijo que se le va a poner verde…
-¿Qué cosa?
-El pito… nene.
-Pero Vera… ¿ Es grave?
-No sé. Pero Fede sabe.

Fuimos los dos con Fede, medio con vergüenza, yo lo llamé:
- ¿ Fede… te puedo preguntar algo?
- Ya me estás preguntando… Dale, te contesto y te vas.
- ¿ Qué tiene Antonio? ¿ Está enfermo?
Fede me miró un largo rato y le dijo a Vera que se fuera. Vera se fue muy enojada aunque estoy seguro que escuchó detrás de la puerta todo lo que hablamos.
- Mirá Matías, vos todavía sos un nene pero a determinada edad es como si se despertara, ¿ entendés? - me dijo mirando para abajo.
- No.
- Antonio se hace la paja en el baño y eso no está mal, más en los hombres, pero lo que pasa es que está loco. No puede parar.
- No entiendo.
- Se toca - otra vez mirando para abajo.
- Qué asco…
- Sí, ¿ no? - contestó Fede, riéndose, pensando quizá lo inútil de la charla. Sin embargo recuerdo cada palabra de esa conversación orientadora. Con qué facilidad uno retiene las primeras informaciones acerca de lo tabú.
Me quedé pensando.
- Fede…
-¿ Y ahora qué?
- ¿Y es pecado? - le dije con cara de preocupado.
- Y sí.
- Pero Antonio es bueno.
- Ya sé
- ¿ Es venial o mortal?
- Mortal.
- Fede… ¿ Antonio se confesó?
- No sé. Ni idea.
- Fede…
-¿ Qué querés?
- No quiero que se vaya al infierno. - Y me puse a llorar como el chico que era.
Fede se angustió por si venía alguien.
- No le digas a nadie de lo que hablamos porque te van a retar.
- Bueno.- le contesté moqueando. Mi mamá vino con el pañuelo y le dijo a Fede:
- ¿ Qué le hiciste? Siempre igual vos peleando con los más chiquitos…
- Pero yo no le hice nada. Déjenme de joder a mí - le contestó poniendo más alto el último de Soda Stereo.

Evangelización

Horas me las pasé al lado de Antonio. Cada vez que entraba al baño yo estaba detrás de la puerta.
Era bueno Antonio. Ojeroso y tímido. No conocía a nadie, pobre. No tenía ningún amigo. Para colmo yo lo perseguía por todos los rincones. No era de pesado. Yo quería ayudarlo. Es que justo a mediados del otro año había comenzado a asistir regularmente a mis clases de catequesis. Este año por fin podría tomar la comunión.
" Los sacramentos son algo muy importante. Nos acercan a Dios. Nos salvan del infierno". Dijo Mónica, instructivamente, una maestra linda con ojos verdes y muy tierna con nosotros, sus alumnos.
Por aquellos tiempos las palabras de Mónica retumbaban en mis oídos. Dios era algo lógico, algo natural, y Mónica lo explicaba muy bien. Nos hacía dibujar. Yo me acordaba cada palabra: "No jurarás en mi santo nombre en vano"… "Honrarás a tu padre y a tu madre", " No matarás"…, " No robarás"… y el más largo… " no desearás a la mujer de tu prójimo". Eran diez y yo ya los sabía de memoria.
Me había aficionado, también, a las estampitas. Tenía veinticuatro. Hasta de santos que nadie conocía y entonces yo les mostraba las estampas y … viste, tenía razón, sí que existe. Te gané.
Luego me enteraría que todos y cada uno de estos imperativos dogmáticos son relativos, o incluso anacrónicos, pero bueno, tenía ocho años y esos relatos pseudofantásticos me cerraban de maravillas. Y mi misión era clara: tenía que salvar el alma de Antonio de ese cuerpo enfermo y pecador. Porque Antonio era bueno.


Predicando


- Hoy la virgen está contenta. Ay, si hasta parece que sonríe.
Sí, contenta, abuela, contenta. Yo ya había comenzado con mi ardua tarea.
Con Antonio juntábamos caracoles. Siempre juntábamos caracoles y los poníamos todos juntos en una caja, hasta que eran una sola masa de algo, no sé bien de qué, pero una sola masa verde pálida con un una llamativa similitud al moco.
- Yo les tiro la sal - me dijo Antonio-. Si le hace mal a las babosas a los caracoles…
- 22, 23, veinticuatro, Antonio, tengo veinticuatro. ( le dije mostrándole mis estampitas).
- ¿ Y para qué tantas?
- No sé. Me gustan. Es como que esconden algo. Mirá, esta tiene una serpiente y esta, en cambio, sostiene en la mano a un pájaro. Debe ser el espíritu santo.
- Sos todo un experto.
Tomá, Antonio, elegí la que más te gusta. Es para que te cures.
Antonio me miró con rabia e impotencia y casi llora.
- No te pongas triste. Te vas a curar. Yo voy a rezar todas las noches. Si vos le pedís a Dios con fuerza vas a estar bien. En serio.
- Cállate, pendejo de mierda. Para que sepas Dios no existe. ¿ Lo viste alguna vez? ¿ Lo viste?
- No, pero es invisible. Está en todos lados. (Y pensé por dentro si en el baño también.)
- No, no existe. Lo inventan para que pendejos como vos no caguen tranquilos. (Me quedé callado. Había leído mis pensamientos, uno de los más malos).
- ¡ El diablo, Antonio. Tenés el diablo adentro!. ¡Sos malo, vos! (Le dije y me fui corriendo para evitar que supiera lo que estaba en mi cabeza).
Yo no entendía eso, de rezar adentro, sin mover los labios. Yo pensaba que los pensamientos eran algo privado, algo tuyo, solamente tuyo. De golpe sabía que lo que decían era verdad. Los malos pensamientos también son pecados. Antonio iba ir al infierno. Era inevitable.

Señales

Cada vez que lo veía me persignaba. En el nombre del padre, del hijo…Cada vez que lo veía… del espíritu santo… Yo pensaba por favor, diosito, por favor, no lo dejes. No dejes que me lea. Antonio me miraba y yo sentía sus ojos punzantes que cortaban en rodajas todas mis ideas.
- ¿ Qué pasa, Matias, seguís enojado? - me dijo Antonio
- En el nombre del padre…
Mi tía Estela se puso a llorar.
- Viste, por tu culpa, Antonio, mirá lo que le hicistes al nene. Lo asustates. Todo es mi culpa por darte todos los gustos.
- No, Estela, es Matías… que no sabe… No, Estela - le dijo mi mamá.
Vera y Fede nos miraron con los ojos grandes. La tía Marga les pidió que se fueran.
- Al psicólogo me dijeron que te lleve. Loco, mi único hijo, loco - dijo Estela quebrada, casi susurrando.
- Pero cállate, Estela, Antonio también es chico. Tiene doce recién. - le dijo mi abuela poniéndola en su lugar.
- ¡ Es mi hijo, yo le digo lo que quiero!.- Ella le contestó.
- Padre nuestro que estás en los cielos…
- ¡Te callás pendejo de mierda. Todo por tu culpa, por tu culpa! - me dijo Antonio.
Yo me puse a llorar fuerte, gritando con todos los pulmones. Entonces mi mamá me llevo al cuarto.
- Matías, qué mal que te portaste. Mañana mismo nos vamos.
- ¿ Pero por qué, mamá?
- Ni cuenta te das- me dijo- Dormite.
Y me quedé dormido muy rápido aunque los gritos seguían en el comedor.
Arder en el infierno
No nos fuimos al otro día. Vera me dijo que Antonio le había contado a Fede que se lo iba a cortar. No quedaba otro remedio. Federico trató de disuadirlo.
No seas boludo, que no crece. Es por mi mamá, me vuelve loco. Pero no hagas ninguna locura, Tonto, ya se te va a pasar. No lo puedo evitar, entendés, y me muero de vergüenza, fede, todos saben. Todos.
El olor a humo nos despertó.
- Un incendio - exclamó mamá.
- No, no, es afuera - dijo Marga.
Salimos.
Una hoguera crepitaba fuertemente y adentro parecía vislumbrarse una silueta erguida.
- ¡ Agua, agua! - dijo Estela.
- ¡ La virgen, la virgen ! - gritó mi abuela.

Todos corrieron adentro. Yo me quedé abrazado a la vieja. Los dos llorábamos.
- Fuistes vos, enfermo, fuistes vos - le dijo Estela a Antonio.
Apagaron el fuego.
- Lo voy a mandar al psicólogo al nene. Perdóname, mamá - decía mi tía- . No sé que hice mal... no sé.
- Mirá, mirá, está triste… ¿ Ves?- Decía mi abuela, mientras refregaba una y otra vez un paño contra la imagen negra. Una, dos veces, tres, con compulsión.
Junto con la virgen se quemaron también dos Playboy de Antonio y mis veinticuatro estampitas que dejé desprevenido sobre el altar.
No nos fuimos nosotros sino Estela con Antonio al otro día.
La acción fue terapéutica porque Antonio dejó sus hábitos imperiosos. Desde entonces me odia, yo lo sé. Igual llega y me abraza.
- ¡ Primo! - me dice mientras me envuelve con sus enormes brazos de cornudo.

Malos pensamientos

Pasaron doce años, doce, de todo eso. Es una anécdota casi. Ah, cuando Antonio quemó la virgen.
Un día me dijo:
- Pensar que el enfermo saliste vos, que sos puto.
Era una broma, claro, otra de tantas sobre mi sexualidad en las reuniones familiares. Un largo y gran chiste. Una larga carcajada. Y los ojos de mi tía Estela como diciendo: eras vos, eras vos, con una satisfacción casi lujuriosa que me imagino ropa interior roja debajo de su vestido negro.
Pero mis pensamientos son míos y ellos no saben que yo también los odio. Por debajo, mientras les pasó el pan y les sirvo el vino. Los odio dulcemente, en un odio familiar y conocido.
Me voy preparando. Vamos a pasar navidad juntos este año. Seguro que no quemo nada aunque nunca se sabe.

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