Por Tomás Grounauer
La visión del movimiento produce felicidad, asegura Bresson, y la visión de la felicidad produce también felicidad, afirma quien escribe.
En uno de los primeros registros de la historia del cinematógrafo, Fred Ott estornuda abiertamente: es uno de esos estornudos abiertos, eficaces, placenteros, que da gusto recordar.
Esta joya de cuatro segundos cuenta con una estructura dramática que se corresponde con el modelo de guión cinematográfico de Linda Seger y el clásico esquema de tres actos, aquí en una mínima expresión.
En el potente acto de Ott (basta cerrar los ojos para imaginar el trueno arrollador de su estornudo) hay un principio –primer plano de Fred con la mano en la nariz, inhalando rapé o polvo pica-pica-, un desarrollo –la escalada del estornudo hasta alcanzar la climática descarga-, y un final –luego del estallido, unos pocos cuadros con la mirada de Ott a cámara, satisfecho con el deber cumplido.
Hay en Ott una lucha por alcanzar la cima del estornudo, una pugna feliz -puede adivinarse una leve sonrisa en sus labios-, y una recompensa en la intensidad del resultado y el posterior alivio que le produce. Se calcula que el aire que sale disparado por la boca en una espiración así supera los 110 kilómetros por hora. El pionero Ott, un asistente en los laboratorios de Thomas Edison, aplicó su humanidad toda en este vertiginoso acto.
Resta imaginar la mañana de ese día de rodaje: Fred mirándose al espejo y pensando “mi rostro será inmortalizado por el nuevo invento del Sr. Edison” mientras se peina el generoso bigote y se arregla el pañuelo se seda bermellón que eligió a modo de corbata. La mujer de Ott, la generosa Edna (quien coprotagonizaría con él su segunda y última incursión en el cine, “El beso”), insistiéndole en que se perfumara con su mejor agua de colonia y Ott intentando recordar si lo que registrará ese extraño aparato incluirá los olores. Edna poniéndole, sin que él lo notara, otro pañuelo blanco en el bolsillo de su saco beige por si lo necesitara después de actuar. Será el mismo pañuelo que Fred sostiene en su mano derecha en el film, mientras su nariz, colorada como cuando bebe hasta perder el conocimiento en las fiestas de fin de año, exhala junto a la boca aire y partículas de mucus.
Esa misma noche, horas después de que los reflectores del estudio de Edison se hubieron apagado, Ott invitó a Edna a cenar, aunque no estuvieran celebrando el aniversario de casados ni el cumpleaños de ella, para festejar la entrada de Fred en la Historia. Brindaron por el hijo que venía en camino y recordaron con alegría al padre de Fred, imaginando que, en caso de existir el paraíso, allí estaba Edward Ott sonriendo feliz con el logro de su hijo mayor.
Poco después, y tras el pedido de Edna de que Ott estornudara una vez sólo para ella, la pareja deshacía con sus cuerpos entreverados sobre la cama la prolijidad de las sábanas perfumadas que esa misma tarde la señora Ott se había esmerado en conseguir.