-Teatro-
El caos de la espera
Por Nicolás Pose
Sobre un escenario despojado aparecen tan sólo un banco y un farol típicos de estación ferroviaria. Al fondo, una escalera, desde donde de a poco comienzan a bajar lentamente dos personas: son los protagonistas de la obra. A partir de ese encuentro en la estación, él y ella se conocen y comienzan a dialogar gracias a la oportunidad que les brinda la espera del próximo tren. Ellos discuten quién ha bajado a quién del tren y no consiguen ponerse de acuerdo. Y si se conocen por sus respectivos números de documentos, y no por su nombre, esto ya marca desde un principio la frivolidad y la superficialidad que existe en las relaciones de hoy en día. Él es un programador de software donde bajo sus parlamentos se cuela la frialdad numérica de su discurso y su marcado racionalismo. Ella es una viajante de tren, lo que su madre soñaba con que fuera en el futuro. Entonces, desde el banco de la estación comienzan a tratar de relacionarse, y allí aparecen los miedos, las inseguridades, la presión de los mandatos sociales y familiares, y sobre todo, el destino. Un destino que parece ser lo más importante, un destino que tratan de hacerlo común con la llegada del amor como la única posibilidad de amenizar la espera, y al mismo tiempo, como la única puerta para darle un poco de sentido a sus vidas carentes de sentido. Porque en la obra se juega el destino de esa relación, de esa torpe seducción que él intenta con ella, de la desilusión que ella tiene por no haber encontrado nunca a un príncipe con manos grandes, y ojos fuertes de equino. Y cuando finalmente llega el beso tan esperado por él, aparece un relincho, la voz de animal que le da otro cariz a él destruyendo su marcado racionalismo. Todo sucede en la estación Ciudadela, una estación cualquiera, porque podría ser en otra estación, lo importante es que sea en un espacio preparado para la espera, un espacio para bajarse de ese vaivén alocado que es la vida para pensarnos un poco a nosotros mismos. Eso es lo que viven los dos personajes de la obra de Spregelburd, dándose cuenta que el sentido de la vida se cifra, a veces, más en el caos, que en la búsqueda de lo que nuestros mandatos sociales y familiares nos imponen. Por eso, en la obra se menciona que no importa conocer si algo empieza o termina, sino lo que se vive, lo que está sucediendo. Finalmente, el espectador se sorprende cuando aparece El Dueño, el tercer personaje en cuestión. Un personaje que mantiene una mímica al estilo presentador de lotería, pero que al mismo tiempo les hace a los personajes preguntas sobre su relación. Es el dueño de sus destinos, el que elige a quiénes serán los próximos en bajarse en esa estación de tren para conocerse. Sobre el final de la obra, pareciera que la pareja dialogase con el hacedor de su destino, que puede ser también el dueño del shopping center donde han visto una película de “bichos que comen bichos y que vomitan más bichos”. El dueño emite una pregunta y se congela, y así todo el tiempo, mientras la pareja piensa qué contestarle. Y así, contra toda la lógica, los personajes escapan a las directivas del dueño, un posible eslabón en la cadena para mantener al mundo tan ordenado como siempre, dentro de lo previsible, por eso, no es casual que sea el dueño de ese pequeño micro universo que es el shopping center. Por eso, los personajes, aprendiendo a vivir dentro del caos de la espera y de lo que significa revelarse ante el otro, se cuentan sus miedos, sus historias familiares, sus sueños, se enamoran, y finalmente, al romper con la rutina, se escapan del dueño en la balsa de las aguas del amor, instalando un caos saludable y eficaz para eludir esa lógica comercial que el mundo le quiere imponer a nuestra vida en todo momento.
Aunque anterior en cuanto a su composición, esta obra Destino de dos cosas o de tres sube a escena bajo la tutela de Marcelo Velásquez, y con muy buenas actuaciones. A pesar de que la obra dure sólo 50 minutos, posee una fuerza expresiva que se muestra desde el primer momento. No es necesaria una mayor duración para una obra donde el despojamiento de la escenografía hace que los parlamentos y las actuaciones sean lo principal del escenario. Con un lenguaje en ciertos momentos procaz y soez, los parlamentos de los protagonistas nunca rozan la artificialidad, aunque sí en los momentos que la poesía lo requiere. Es una obra muy recomendable, y que difícilmente el espectador se arrepienta luego de haberla visto.
Dirigida por Marcelo Velázquez
Funciones: Viernes 21.30
DelBorde Espacio Teatral: Chile 630 – San Telmo-
Reservas: 4300-6201
Entrada general: $25 Dto. Estudiantes, jubilados y docentes $18
Elenco: Mariano Karamanian, Yazmín Schmidt y Alejandro Rozenholc
www.destinode2cosasode3.blogspot.com
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