Por: Vivian García Hermosi
I
Se llamaba Reina y era soberbia cuando el sol le daba de frente. Cuando dormía, así nomás, sobre el pasto húmedo. Cuando, con toda la garganta, gritaba mi nombre...
II
Tenía los ojos grandes y la lengua áspera. Decía verdades, las más crueles, con los ojos. Dormía, así nomás, a la intemperie. Se alimentaba
de semillas
de insectos
III
Se sentaba en la nada y cruzaba las piernas mientras la miraban con hambre. Se le resbalaba la luna por el cuerpo imponente. Dormía, así nomás, sobre el asfalto. Se le resbalaban los ojos, como un jabón, por la luna.
No sé si alguna vez soñó, aunque a veces cantaba.
Pero no sé si alguna vez soñó.
IV
Ella no era de nadie pero era mía. Como en un pacto silencioso, sí, de esos que se tiene con los amantes, con los poemas, incluso con los hijos.
Y en un pacto silencioso nos mirábamos aunque ella permanecía siempre detrás de un vidrio claro. Y a veces yo le tocaba la espalda y ella reía, Reina, reía como sólo pueden reír los ángeles. Batir los ojos, grandes, puros. Y yo sé que no era de nadie, pero era mía.
Mi Reina.
Uñas de mujer carcomida.
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