El viento
Solamente escucho su voz:
unas pocas nubes graves
que se alejan o se acercan
y enseguida chocan contra el oído.
No las palabras que me dice, sino la base
de ese pequeño y atolondrado
instrumento de música.
Para comprobarlo, apoyo mis dedos
sobre sus labios
como si fueran las aspas de un ventilador
(con ese peligro) o algo más raro todavía:
como si me zambullera en el mar, en pleno julio,
y él estuviera esperándome en la orilla
(el mismo short azul, la misma sonrisa
filosa e indulgente...)
Otras veces, en cambio, subo
hasta la terraza o abro, como si fuera un asmático
(pero no soy un asmático) la ventanilla de los autos
y pienso, pienso
en la perpetua ondulación de los árboles
que refresca la noche y relampaguea.
Aunque parezca una superstición.
El desvarío de un muchacho que, con sólo asomarse,
cae en el pozo más profundo.
Explicación del movimiento, según las nubes
No se trata de negar la realidad
–me dijo una nube-- sino de mirarla
con otros ojos, otra perspectiva.
Es eso lo que te pasa –me dijo
con esa vocecita fosca y bamboleante
que tienen las nubes en las tardes de verano.
Que el viento huracanado
o el quietísimo viento, salen de su boca,
no es una fantasía tuya, sino una realidad.
Basta con alejarse de las convenciones
un poco, y mirarlo dormir...
No conozco otra naturaleza
sino la de esos suaves empellones
que hacen girar, en una interminable danza,
este mundo (te lo dice alguien
que ha viajado mucho, y que no concibe las ataduras.)
No hay cosa que no tiemble
al compás de algún desatinado movimiento.
Hasta la roca más pesada, más sólida
se corre a ciertas horas
unos milímetros de su lugar. No sólo los seres
débiles e insustanciales como nosotros: veleros
perpetuamente acodados
sobre la exhalación, el tufillo áureo
de una boca que se entreabre o se cierra
en cada anochecer.
Conozco leones en plena selva
transidos por cosas así. Edificios
que se estremecen en la oscuridad, derrumbados
por esta suerte de terremotos inaudibles...
Un muchacho dormido
no puede ser una excepción.
Ël mismo (si te fijás bien) es traspasado,
en el sueño, a otro mundo.
Como si su largo y extendido cuerpo
fuera --pese a todos los anclajes--
nada más que una nube.
Sí, solamente una nube, él también.
Lo mismo pasaría con los astros, y el sol
y con las celosísimas estrellas.
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