Cesare Pavese: el fracasado del amor

Por: Nicolás Pose


Pavese vivió su infancia marcado por el fallecimiento de su padre, víctima de un tumor cerebral, cuando contaba con sólo seis años de edad. Sin embargo, lo que realmente marcó a Pavese fue la presencia de su madre, una mujer de carácter autoritario y dominante. Ella fue protagonista de una escena largamente recordada por Pavese, según recoge Davide Lajolo en el libro "El vicio absurdo": mientras el padre del autor estaba en su lecho de muerte, suplicó a su esposa que le permitiera ver por última vez a una vecina que, supuestamente, había sido su amante. La madre de Pavese se negó, y es posible que esta escena, de la que el autor nunca pudo librarse, sirviera para subrayar la postura firme de la madre, la firmeza de su carácter, y se enfrentara por primera vez a Pavese con la dureza que él atribuiría siempre a las mujeres. Pero las verdaderas desgracias con el sexo opuesto comienzan en su adolescencia. En ese período clave, Pavese experimenta varias pasiones amorosas que siempre acaban por frustrarse. La anécdota más patética es aquella que retrata a un Pavese esperando durante horas, bajo el frío y la lluvia, a una bailarina de teatro que huye de él saliendo por la puerta de atrás. De este encuentro frustrado sacó Pavese una bronquitis crónica, un motivo más de desconfianza hacia el sexo femenino y, seguramente, el germen del relato "El aventurero fracasado" que, como él, esperó a una bailarina hasta que "la vio alejarse con unos hombres, por la ciudad, en el lujo de un automóvil".
Unos años más tarde, a mediados de los treinta, Pavese vivirá lo que se convertirá en su gran amor frustrado: "la mujer de la voz ronca","Ella", "Tina", "La señorita". Pavese nunca se refirió a ella por su nombre completo. Sabemos que era estudiante de matemáticas y miembro activo del Partido Comunista, compañera del también comunista Altiero Spinelli. Pavese se enamora profundamente de esta mujer, hasta tal punto que acepta recibir en su casa las cartas que Spinelli le remitía desde la cárcel. Estas cartas, que la policía encuentra durante un registro en la casa de Pavese, llevan al autor a prisión y de allí al exilio en el pueblito calabrés de Brancaleone. Es imposible no preguntarse por qué razón Pavese aceptó servir de intermediario entre Tina y su amante, pero es probable que el escritor creyera sinceramente que el único vínculo de unión entre la "señorita" y Spinelli fuese ya la actividad política
Pavese hizo su última tentativa de matrimonio a otro gran amor, la americana Constance Dowling; también fue rechazado por ella.
Poco antes de su suicidio, el escritor envió esta carta a una muchacha desconocida a la que se refiere llamándola "Pierina", aunque al parecer no era ese su verdadero nombre. En estas palabras se cuela la confesión de su soledad, pero lo hace de un modo reposado y sereno, libre de toda amargura, al margen de la ironía y la crudeza que reflejan sus diarios:
¿Puedo decirte, amor, que nunca me he despertado con una mujer a mi lado, que cuando amé nunca me tomaron en serio y que ignoro la mirada de reconocimiento que una mujer dirige a un hombre?
Es conocida la extremada misoginia de Pavese, como deja traslucir su diario, El oficio de vivir. Pero todos acuerdan de que hay dos posibles Pavese: el sentimental que amaba profundamente a las mujeres y les escribía, y el terrible misógino. En su diario hay numerosas muestras de este último: “Quien revela a una mujer el ser potencial de ella, será su primer cornudo. Es matemático. Ni más ni menos, matemático", como también, "Lo único que cuenta en el amor es tener a la mujer en la cama y en casa" o, "Todos encontramos una puta en el transcurso de nuestra vida. Y son poquísimos los que encuentran una mujer que les ame y sea honesta. De cada cien noventa y nueve son putas".
Poco antes de suicidarse, escribe en 1950: “No nos matamos por el amor de una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, indefensión, nada".
Las últimas palabras que Pavese anotó en su diario son las siguientes: “Todo esto da asco.
No palabras. Un gesto. No escribiré más.”

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