TE DIRÉ QUIÉN ERES

Por: Ileana Kleinman


El hombre invisible

Tae-suk tiene un plan: todos los días deja en las puertas de diferentes casas de su ciudad papeles de promoción. Y todos los días, mucho más tarde, cuando llega la noche, vuelve a revisar esas puertas que ya vio, para saber si alguien removió los papeles, para saber si, entonces, alguno de esos hogares está deshabitado. Cuando encuentra uno vacío, entra. Sabe cómo hacerlo y cuenta con los elementos necesarios. Luego de ingresar en la casa, la recorre, cena, mira televisión, lava la ropa, acomoda los muebles hasta que se duerme. Todas las noches el mismo procedimiento. Tae-suk es meticuloso y vive de acuerdo a este plan.
Un día de tantos iguales, Tae-suk vio que en una casa muy rica nadie había removido su papel de la puerta. Se sintió seguro y entró. Él no determinó que en esta ocasión, y en este espacio particular, encontraría a Sun-hwa.
En un primer momento todo fue como era siempre, revisó la casa, no vio a nadie, se dispuso a cenar y lavar la ropa. Comenzó a hacerlo, estaba tranquilo: sólo los movimientos conocidos y ningún ruido. Sin embargo, esa noche no iba a ser como las otras. Esta vez iba a ser visto, no estaría solo él comiendo en silencio ni mirando la televisión de otro. Esta vez, su procedimiento iba a quedar expuesto. Y esa noche la manifestación fue doble, la dueña de la casa, Sun-hwa, también fue detectada y todo lo que ella tenía para esconder se hizo visible para Tae-suk, quien decidió al instante que quería cuidar de ella. Y se dispuso a hacerlo. La incluyó, de esta manera, en su plan. Porque los dos extraños huyeron juntos sin que haya sido necesario acordarlo previamente, o siquiera hablar antes. Simplemente, ambos, en una moto, la noche de ese día, que podía haber sido como tantos otros para ellos, pero no lo fue, partieron. Fue sencillo, fue rápido y, sin haber sido proyectada, en ese momento comenzó una nueva rutina para Tae-suk, su rutina junto a Sun-hwa. A partir de entonces los movimientos de ambos se complementaron, Sun-hwa se adaptó sin esfuerzo a las actividades diarias de su nuevo compañero y las entendió sin explicación.
Pasaron algunos días.
Tae-suk y Sun hwa se enamoraron.
Por supuesto, las cosas iban a volverse difíciles, porque Tae-suk era libre, y podía desplazarse a su antojo, Sun-hwa no, y su pasado la iba a perseguir. Y la iba a encontrar. Y la iba a hacer retroceder.
Es así como, nuevamente, Tae-suk estuvo solo y tampoco pudo prevenir que sería encarcelado y que tendría que cambiar de estrategia, que tendría que desarrollar un nuevo plan. Y lo intenta todos los días, desde su encierro: aprender a desaparecer para poder salir a vivir. El nuevo plan es lento, es preciso, necesita práctica y paciencia, como un partido de golf. Es peligroso también, Tae-suk corre riesgos mientras lo desarrolla y los resultados se van apreciando despacio, demasiado despacio. Frente a estas condiciones, cualquier otro abandonaría. Tae-suk no. Él persiste. Él sabe que si continua obtendrá los objetivos que está buscando. Entonces: esperar, practicar, ocultarse, lograr, por fin, hacerse cada día un poco menos observable. Golpes, frío, tiempo perdido, cansancio, aburrimiento. Las cosas que Tae-suk tiene que tolerar para que su proyecto dé sus frutos. Las cosas que Tae-suk tolera. Y supera. Y todo eso porque abandonar su vida durante la noche, tomar de cierta forma la vida de alguien más, ser invisible o, al menos, no ser visible en la misma medida para todos, no es tan malo después de todo. Porque ser pasado por alto la mayor parte del tiempo por muchos ojos pero ser contemplado cada día por los de Sun–hwa es lo que funda la realidad para Tae-suk y la separa del sueño de la cotidianeidad.

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