DEME DOS





LAS LUNAS ROTUNDAS

Por: Vivian García Hermosi


Estas noches de luna llena me obligaron a escribir esto.

Es raro e inexplicable cómo ciertas cosas que leemos o vemos colonizan lentamente nuestra imaginación.
En el último viaje largo que hice en auto pasé por varios cementerios viejos, de esos que te erizan la piel y te alimentan el morbo, porque están ahí, al costado de la ruta, como esperando. Y no pude evitar recordar a Comala, aquel pueblo fantasma al que Rulfo le puso litros de sangre caliente y una voz que es como un susurro de fuego. Así también me pasó el viernes pasado cuando una luna rotunda me recordó El cadáver de la novia, la película de Tim Burton, y ese exquisito final de mariposas azules. Y entonces supe que tenía que escribir esta nota. Así, por azar. De puro capricho nomás.
¿Y por qué no? ¿En qué puntos se tocan estos dos mundos? Ya sé. Son más cosas las que los alejan que las que los unen. Y sin embargo, cada uno a su modo, fueron seducidos por la misma temática: el mundo de los … ¿muertos?
Me explayo un poco.
En Pedro Páramo como en El cadáver… un joven se introduce en un mundo desconocido. Como extranjeros, son recibidos por los habitantes que están condenados, sobretodo, a sí mismos, a sus recuerdos, a sus deseos, a sus sueños por cumplir.
De la misma manera, en ambos mundos predominan los personajes monstruosos.
Aunque se tratan de monstruosidades muy distintas: en los personajes burteanos, es predominantemente física. En Pedro Páramo, en cambio, el monstruo es el hombre común, su maldad cotidiana, sus pensamientos. Sus acciones pequeñas pero terribles, como callar, mentir, olvidar.
No crean que veo sólo similitudes. Si bien en ambos mundos la muerte está viva, en El cadáver… el mundo de los vivos es gris, esquemático, estructurado, lo que contrasta definitivamente con el mundo de los muertos que está lleno de colores, de parranda. En Pedro Páramo el mundo de los muertos es la prolongación del de los vivos: sus creencias, sus supersticiones, sus errores, sus miedos, su patriarcado. Es un universo donde no hay escapatoria. Incluso la locura los sigue en la muerte, como ocurre con Susana, esa, “la única mujer que Pedro Páramo quiso”.
El hijo de Pedro Páramo, el recién llegado, nunca sale de las tierras de su padre. La muerte lo embulle. Allí vuelve al círculo. Se convierte en uno más de los olvidados de Dios.
En El cadáver..., en cambio, Víctor escapa de las garras dulces de Emily, la novia asesinada, para casarse con su prometida, Victoria quien, además, está viva. Así, todo vuelve al equilibrio inicial.
El cine, sobretodo el cine animado, tiende a los finales felices. Aunque, digamos, en este caso en particular el final no es tan feliz como quisiéramos. Los finales angustiosos son cosas que la literatura se permite más. ¿O es sólo algo qué me parece a mí?
Hasta acá algunas apreciaciones de dos obras tal vez muy diferentes. Incluso puede que todo esto les resulte extravagante. Pero ¿quién no trata de navegar en caprichosas asociaciones entre las cosas que le gustan, sean amigos, ex novios, libros o películas? Tengo la excusa de que siempre me atraparon los relatos fantásticos y los personajes fantasmagóricos, como los de Poe.
Y si todo esto les parece muy tirado de los pelos, no me culpen a mí.
Culpen a la luna.

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