Por Jimena Repetto
El azar anda por ahí con sus plumas al viento. Se piensa que puede arremeter cuando le da la gana. Se sabe más seductor que el destino, más irreverente que la pura suerte. Es el vacío de la causalidad, un porque sí caprichoso que se refugia en su despojada apariencia. Creer o no creer en el azar, en un punto se vuelve una aceptación categórica, como la religión o nuestros amores. Pero que pasa, pasa y hay un punto en el que lo inesperado estalla volviéndonos personajes de nuestro propio andar.
En la ficción no, ahí están los narradores que juegan con sus piezas y hacen que los alfiles ignoren cuando los viene a mangullar una reina. Y en la vida, si bien todos vamos un poco ciegos, prefiero pensar que el azar es una flor roja al lado de la vereda, esas que crecen un poco porque sí y otro poco porque ahí debían estar.
El azar anda por ahí con sus plumas al viento. Se piensa que puede arremeter cuando le da la gana. Se sabe más seductor que el destino, más irreverente que la pura suerte. Es el vacío de la causalidad, un porque sí caprichoso que se refugia en su despojada apariencia. Creer o no creer en el azar, en un punto se vuelve una aceptación categórica, como la religión o nuestros amores. Pero que pasa, pasa y hay un punto en el que lo inesperado estalla volviéndonos personajes de nuestro propio andar.
En la ficción no, ahí están los narradores que juegan con sus piezas y hacen que los alfiles ignoren cuando los viene a mangullar una reina. Y en la vida, si bien todos vamos un poco ciegos, prefiero pensar que el azar es una flor roja al lado de la vereda, esas que crecen un poco porque sí y otro poco porque ahí debían estar.