AMORES FATALES




NO SÉ LO QUE QUIERO PERO LO QUIERO YA!

Sobre La mujer de la próxima puerta de François Truffaut

Por Federico Karstulovich


La mujer de la próxima puerta (traducción-engendro del más correcto la mujer de la casa de al lado) es una fantasía desalmada de amour fou y cosha golda de orígenes melodramáticos casi circenses, donde hay desde desmayos de amor hasta miradas con puñales y todo.
El encuentro casual de los amantes, vecinos circunstanciales, reunidos por el azar, en el contexto de la falsa pax burguesa (porque ambos están casados y hasta ese encuentro, felices; porque el pasado pasional de lo que existió entre ambos es mas fuerte que la cama calentita y las tostadas recién hechas) de la casa de familia, detona el peligro: la fatalidad siempre hiperbólica entre Bernard y Matilde y su amor desatado, exacerbado, amor-demonio de tasmania, que se lleva puesto a todo lo que rodea. Truffault ya venia de otro amor loco, con La historia de Adela H. Pero aquí, sin hacer una película de época, apelando a las premisas del romanticismo literario (aquel que asocia amor al acto de fundición en el otro, soldadura cárnica), se traslada al presente convocando al melodrama decimonónico como exorcista. Nos sorprende de cachetazo con el relato enmarcado de la tragedia con una evocación en tono policial que comienza en... una cancha de tenis (¡!) para establecernos en el terreno del cotidiano contemporáneo, como si Truffaut quisiera recordarnos que el siglo XX, aun en sus ultimas décadas, puede entregarnos esas formas aparentemente olvidadas del amor.
Y dado que en toda tragedia se está ante la consumación del deseo o la muerte (así de adolescente, así de inquieta es la quinceañera), le petit François se la juega por evitar el dilema de la artificiosa dialéctica: aquí la consumación del deseo es la muerte y la muerte hace a la consumación del deseo. Así, la tragedia, desliga su estamento clásico (aunque parezca remotamente) y se convierte en un grito desaforado de incomprensión. El amor entre Matilde y Bernard no es un amor trágico porque no es un amor de este mundo: es un amor amorfo y extraterrestre. Este amor tanático vincula a Truffaut con David Cronenberg (en especial el de M Buterfly y Pacto de amor), ahí donde no hay resolución posible entre el contigo y el sin ti..
Huracán de pasiones sirkeano (Douglas Sirk, otra influencia visible) vuelven los ecos de ese amor-monstruo híbrido de dos cabezas, ecos de los gritos de ese sujeto doble conformado por Heathcliff-Cathy en Cumbres Borrascosas. Porque el azar hace eso con los que se repelen como actos de reacción nuclear: en algún momento los junta químicamente. Y se cargan la hipocresía del mundo que los rodea, como si nadie más que ellos existiera.

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