IDA Y VUELTA

Adorarte para mí fue religión

Sobre el libro Fuegos de Marguerite Yourcenar y la película Dogville de Lars Von Trier

Por: Nicolás Pose

“El amor es un castigo. Somos castigados por no haber podido quedarnos solos. Hay que amar mucho a una persona para arriesgarse a padecer. Tengo que amarte mucho para ser capaz de padecerte.”
Fuegos, publicado en 1936, es el producto de una crisis pasional de su autora, Marguerite Yourcenar. Allí, evoca en todos los relatos -que tienen figuras de la mitología griega como Fedra, Aquiles, Antígona, Safo y otras-, al amor.
En “Clitemnestra o el crimen”, narra el despecho de la esposa del poderoso Agamenón. Tanto mujeres y hombres habrán sentido lo mismo que ella sintió: una mezcla de odio/amor y amor/odio. Agamenón, regresará luego de diez años, cuando la guerra de Troya haya finalizado. La espera de Clitemnestra es eterna -literalmente-, Yourcenar la hace expresarse a través de un monólogo frente a sus jueces. Lo va a asesinar, sí, con la ayuda de su amante Egisto –al que no ama y sólo utiliza para cubrir un vacío-. Sin embargo confiesa cosas que nos ponen los pelos de punta: “Partió hacia nuevas conquistas y me dejó allí, abandonada como una casa enorme y vacía que oye latir un inútil reloj”. Entonces, cuando se acerca el regreso del rey, ella, un día, al contemplarse en el espejo y verse el pelo gris, se da cuenta de que los años la han desgastado. El amor, como castigo, ha multiplicado el tiempo de la espera. Clitemnestra, siente que “en lugar de una mujer joven el rey encontraría en la puerta a una especie de cocinera obesa”. Este sentimiento de vergüenza, de temor, ante la inminente llegada, se repetirá una y mil veces en cualquier víctima de la pasión. Y no es raro, que los griegos hayan expresado, a través de la tragedia, un tema como el despecho. Este sentimiento, que puede apoderarse de cualquiera de nosotros, es imposible de esquivar. Cuando aparece, sólo queda exorcizar o glorificar al maldito amor, como lo ha intentado Yourcenar a través de estos relatos.
En Dogville (Lars Von Trier), el personaje de Nicole Kidman, sufre con otro tipo de poderoso que nunca cesa de cuestionar y pensar, para nunca actuar. Entre el intelectual de Dogville y el guerrero Agamenón, no hay diferencias, ambos con su poder miran y generan un vacío corrosivo en sus mujeres, un desgaste en su piel, que termina envejeciendo a cualquiera que se identifique con ellas. Por eso, Nicole tan hastiada, tan harta, odiando y amando simultáneamente, en vez de agarrar un cuchillo como Clitemnestra, agarra un revólver y mata sin piedad, al sutil, elegante, verborrágico, y pacífico intelectual.
Finalmente, ambas mujeres envían, desde su propio infierno, un sutil mensaje: un intelectual o un poderoso guerrero, más que pensar en el poder de palabra o el de la fuerza, debería reconocer que cualquier persona no amada es más peligrosa que un arma. Siempre nace una ley que reclama sólo el tacto y las caricias. De este modo, el amor desconsolado, se venga del poder, demostrándonos cómo la mezcla de odio y amor, construye la fatalidad a posteriori. Si decimos “Loco/a de alegría”, digamos también: “Cuerdo/a de dolor”.

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