DE COLOR





El amor y la pasión

Sobre el despecho de algunos directores a propósito del semen. Flandres (Bruno Dumont) y Semen (Ernesto Baca) en el Festival de Mar del Plata

Por Alejandra Vassallo

Dos imágenes.
Una mujer, oscura y desnuda, hecha un ovillo en la tierra desértica, sin rostro pero llena de gritos y quejidos eternos, escucha cómo se alejan los soldados blancos en su marcha hacia la próxima muerte, y en primer plano, el puño femenino aún chorreante de semen obligado, un receptáculo más de la humillación.
Otra mujer, tirada bajo el puente de una autopista, su cuerpo dispuesto como una muñeca rota, la violencia palpable en su quietud y la mirada hueca de quien acaba de perder un trozo de alma, un agujero en la trama, una ausencia que ya no se irá. Mientras tanto la pantalla se inunda de dibujos psicodélicos que simulan el avance inexorable del semen.

Dos frases.
Un hombre, alto, blanco, francés, con el tono profundo y bajo de quien se sabe respetado, dice: “La cadena de la venganza sólo se corta matando al inocente; ella no importa, es el amor en la imaginación del protagonista”.
Otro hombre, bajo, moreno, argentino, con el tono alto de quien sabe que llegará el momento de ser respetado, dice: “El semen es la vida. Tener ese hijo es un acto de amor”.
Yo pregunto: “¿Dónde está el amor? ¿El amor sólo es posible por el sacrificio del alma femenina, la penetración dolorosa de su carne, la acogida forzada de líquidos ajenos?”
“Es que vos decís eso porque sos mujer.” Una frase tan sencilla como devastadora que detiene toda posibilidad de intercambio, de discusión. Así como el semen, debemos tragarnos las palabras y además, dudar: ¿es así, no puedo desprenderme de este cuerpo igual a aquellos otros cuerpos inermes en la pantalla, en llanto, abiertos, mutilados? ¿No puedo dejar de sentir que soy yo y somos todas, siempre actuando el mismo papel sin poder proponer otra explicación de la imagen porque “miramos como mujeres? ¿Cómo no mirar como hombres y mujeres? Pocas veces tan palpable aquello de que lo femenino no alcanza la dimensión de lo universal, que siempre es un singular particular. Una mirada particular, “es que sos mujer”.
En el arte todo es válido y no esperamos que un realizador cree sólo lo que nos tranquiliza como espectadores, el mensaje corrector de una realidad que está lejos de lo que algunas desearíamos. ¿Pero no podemos hacerlos cargo de ese acto creador? Miremos como mujeres. Miremos como hombres. Y todos hagámonos cargo de que todavía nadie puede ser simplemente espectador. Hasta que podamos entre todos quebrar el espiral de lo violento con la estética de lo humano. Sin tener que, siempre, sacrificar al (¿la?) inocente.

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