ANIMAME





Le dio luz a mi vida.

Sobre los avatares de los personajes más despechados de Disney.

Por: Jimena Repetto

En el maravilloso mundo de Disney hay historias para todos los gustos, pero por sobre todo, las hay teñidas de cierto tinte azucarado. Nos enredamos en los dibujos animados con fascinación, seducidos por los artilugios de sus colores y movimientos y sufrimos el mismísimo “encantamiento” de sus personajes. Sólo se pierde la magia si, por un momento, nos preguntamos por el trazo o la incongruencia de una línea de diálogo. Cuando miramos Disney deseamos creer, olvidar el verosímil y, cada tanto, reír o llorar. Nada más.
Fuera de la sala, el tema es otro. Nos arremete la idea voraz de que todo en fue planificado, dibujado, pensado y diseñado, desde el color de la ropa de los personajes hasta el más pequeño vericueto de su carácter. Ni hablar de las tablas de costos beneficios, la distribución, la rentabilidad, etc.
Hoy nos quedamos con el hechizo que se carga a los despechados. Con una lógica simplista, podríamos atenernos a la maniquea división del bien y el mal. Están, por un lado, los despechados buenos que logran alcanzar su meta y besar a su ser amado, y, por otro, los villanos despechados que hacen del desprecio rencor y dispositivo de su mal.
Vamos por más. En este pequeño catálogo buscamos despechados de todo tipo, resentidos con la vida, buenos y malos, hombre y mujeres, pulpos y gatos, que comparten la misma triste sensación de rechazo y soledad.

Campanita en Peter Pan, 1953. Linda y tierna hadita que todos recordamos con los brazos cruzados negándole una miradita al simpático Peter. Terrible despechada, Campanita, adorable en todo su resentimiento. Que Peter es un histérico está fuera de toda discusión, como tampoco podemos negar las habilidades como estratega de ella, jugándola de mejor amiga. Todos sabemos que Wendy era una tarada y que la vida fue injusta con el hada a la que todos sacudían -sin ningún reparo- para poder volar. Su revancha le llegó fuera de la trama, cuando se convirtió en la figura oficial de “The Walt Disney Company”, abriendo y cerrando comerciales y spots con su varita mágica. Después de todo, la pobre se merecía a Peter, aunque fuera en Nunca Jamás.

Mulan en Mulan, 1998. La historia de esta película tiene larga data. Está inspirada en la imagen heroica de Mulan, personaje del poema chino "Mu Lan Ci", perteneciente al periodo de las Dinastías del Sur y Norte (420-581). Mulan es una chica valiente, de armas traer. No es típicamente femenina ni desea ser un buen partido para los brazos de un muchacho. Lo singular de esta heroína es que se desloma para entrar en el ejército imperial, sale a pelear y se une al ejército chino para rechazar a los invasores Hunos, liderados por Shan-Yu. El pequeño detalle que le permite a la señorita tales hazañas es, mire bien, disfrazarse de varoncito. He aquí el despecho de la dama ante una sociedad de caballeros. A Mulan le sale muy bien su hazaña hasta que, por esas desgracias de la vida, se le da por revelar, pequeño detalle, que es toda una señorita. Con todo el anhelo de querer pelear codo a codo en un mundo animado que le suele conferir autonomía sólo a los hombres, Mulan demuestra que no sólo de casarse y usar pequeños zapatitos se trata ser mujer.

La madrastra y sus hijas en Cenicienta, 1950: El queridísimo Walt dijo alguna vez que era ésta su película favorita y habrá que preguntarse por qué. Que tiene malas malísimas no hay duda y a falta de una, tiene nada menos que tres. Vamos que no hay seres tan horrendos y despreciables como estos adefesios que le roban minutos a la bella Cenicienta en la pantalla. La hermanastra queda bien despechada por no poder encajar su pie en el bello zapatito. Todos sabemos que las mujeres vagas y presumidas se quedan para vestir santos, que en Disney por los cincuentas, sólo a una ex ama de casa, le van bien los zapatos, corona y casamiento, como deber ser.

Úrsula y el cangrejo Sebastián en La Sirenita, 1998. Esta película marca un antes y un después, entre otras cosas, porque Disney aprendió a dibujar un príncipe decente, los anteriores eran tan feos pobrecitos que una ya se preguntaba qué les veían las princesas. Úrsula, por si no lo notaron, no sólo juega de villana, sino también tiene que lidiar con ser gorda, vieja y feísima, tres elementos terribles para nuestro mundo global. El caso es que a esta mitad mujer mitad pulpo, con pelo corto y tentáculos, le tocó vivir afuera del reino por su mal carácter y sus terribles acciones. Si actúa por despecho es porque la echaron –tía de Ariel, la sirenita en cuestión, también le corresponde la corona- y no tiene mejor idea que agarrársela con su sobrinita -suponemos, ¿futura heredera?-. Pero esta destronada no es la única portadora de esta sensación tan aberrante que nos convoca, ¿recuerdan al simpático Sebastián cantándole a Ariel para que por favor no lo abandone? Y sí, el más despechado de todos en La Sirenita es el cangrejo naranjita que es vilmente dejado cuando Ariel decide dejar de vivir “Bajo el mar”.

Woody, en Toy Story, 1995. Esta es la primera película hecha por computadora. Woody, el cowboy de madera, es simpaticón, no vamos a negarlo. Pero también es terriblemente celoso y egocéntrico. Digamos que es un juguete mal acostumbrado por un niño en edad de crecimiento. Hay una diferencia central entre Woody y Buzz Lightyear, su archienemigo, que logra que el espectador se identifique con el superhéroe espacial y que el vaquero se le torne insoportable: Buzz todavía es un niño en el mundo de los juguetes. Él cree que tiene los poderes que detalla su caja, siente que puede volar “hasta el infinito y más allá”. Woody, por el contrario, es un juguete adulto, conoce sus limitaciones y es bien conciente de que sus poderes no son reales. Woody es un despechado, no sólo porque sufre la caída de reino, sino también porque ha perdido esa inocencia que hace que creamos las cosas más insólitas y maravillosas aún pueden pasar.

Maléfica en La bella durmiente, 1959. A las mujeres que elige Disney les encanta no hacer nada, excepto fregar, hilar y cantar en el mejor de los casos. La bella durmiente, Aurora, logra desvelar a su príncipe –chicas tomen nota- nada menos que durmiendo. La historia viene así: Unos reyes que no podían tener hijos tienen una bella niña. Hacen una fiesta de bautismo, invitan a todas las hadas, menos a una, Maléfica, a la que se le ocurre como venganza interrumpir en la ceremonia y lanzar una maldición. Admitamos que está mal eso de dar una fiesta y dejar a una afuera. Esta vez, contamos con el despecho de quien es dejado de lado con la vieja excusa del “se me olvidó que te tenía que avisar”.

Stitch, (2002) Lilo & Stitch. Un despechado de nacimiento, un hijo de la ciencia sin padre, creado para el mal y alejado de su planeta compulsivamente. Mejor conocido como Experimento genético 626, Stitch es la creación ilegal de Jumba, un brillante científico que lo programó para ser destructor e indomable. Justamente por eso el tribunal de extraterrestres condena a la pequeña criatura a vivir en el exilio, donde no pueda hacer daño a nadie. Stitch, pese a todo, es adorable. Como malvado es casi inverosímil de tan divertido que resulta y, por supuesto, con el amor de su amiga Lilo se cura de toda maldad. Un reconocimiento a los malos despechados que, si tienen a bien resignarse a cualquier circunstancia, alguna vez les toca ganar.

La Reina Grimhilde en Blanca nieves y los siete enanitos, 1937. Primer largometraje de dibujos animados rodado en Technicolor con la despechada más aggiornada de todo el mundo animado. Nos encanta la malvada del espejito, porque nadie como ella representa tan bien los deseos de una sociedad de competencia en la que las mujeres matarían para ser las más bonitas. La belleza como objeto en disputa, lamentablemente divide los discursos sociales entre los que tienen más posibilidades de perder o de ganar. Más allá de la anécdota que corresponde a los hermanos Grimm, la malvada reina cuya “belleza” fue inspirada en Greta Garbo y Joan Crawford, marca el despecho de una sociedad que asocia juventud y belleza como parámetros de la felicidad.

Queremos a los despechados de Disney porque son los diferentes en un mundo almibarado, porque son más feos, más viejos, más valientes, más gordos e incluso más inteligentes. Esta nota lleva el apoyo por los que despechó el azar, por los que están destinados a perder, a los malos sin los cuales los buenos no tendrían nada que hacer ahí ni ninguna gracia que aparentar.

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