EN BOCA DE LOBO

Un saquito de té

Una escena de El hombre sin pasado de Aki Kaurismaki

Por Mariana Levy

No voy a volver a ver la película, voy a escribir sobre lo que recuerdo desde hace años. Y esta escena quedó impresa en mí cómo si yo también hubiera sido una chica sin pasado que estuviera almacenando sus primeras experiencias sobre el mundo.
Fui a ver la película con G, G era un chico de rulitos negros y ojos amarillos. Yo era una chica de pelo muy corto que se enamoró de G de una manera nítida e irrevocable. Salíamos, charlábamos, hacíamos el amor, tomábamos vino y escuchábamos Marisa Monte. Un día se nos ocurrió sacar entradas para el Festival de cine independiente. Al otro día a él se le ocurrió ser independiente. Horas más tarde ese mismo día a los dos se nos ocurría la misma idea: el volvía con J, su ex.
Decidimos como buena ex pareja intelectualosa que las películas no tenían la culpa de nuestro fracaso. Y así, fuimos juntos: separados. Meses más tarde me encontré con G y J en el festival de teatro, habían sacado las entradas juntos, pero en ese momento también estaban como nosotros: separados.
Me topé con G en la fila. Nos sentamos juntos. Mirar la pantalla es buena excusa para no mirar algo que te hace llorar. Y todos sabemos que el cine es ese lugar donde no necesitamos mirar al otro para sentirlo con todo su calor sentado al lado nuestro.

La película transcurre en algún lugar de Finlandia, el protagonista toma un tren, viaja a una ciudad que no es la suya. Recuerdo que el hombre tenía un portafolio -creo que por eso me imaginé que viajaba por alguna reunión de negocios- me acuerdo que bajaba del tren y llegaba a una plaza de una ciudad que no era la propia, eso es seguro. En ese lugar ocurría un episodio con otro hombre que puede ser que fuera un mendigo o simplemente un hombre que atacaba al protagonista. Lo más importante es que le robaba su portafolio con su dinero y todo aquello que podía darle algún dato sobre su identidad. Lo que no me acuerdo es si perdía la memoria por ese incidente o por algo que pasaba antes en el tren. No importa: lo que sí importa es que este finlandés de unos 50 años perdía, en una ciudad extraña, su dinero, sus documentos y sus recuerdos de su vida anterior
Después de eso, hay una escena (recordarlo me pone la piel de gallina y se me anuda la garganta) donde este hombre entra a un bar, por su aspecto podemos pensar que ya pasó algún tiempo en esa situación: tiene la barba un poco crecida y la ropa desarreglada. Es Finlandia, imaginamos que afuera del bar hace mucho frío, aunque no es invierno. Hay una barra, hay mesas y detrás de la barra hay una mujer, regordeta, bastante más baja que el hombre. El hombre se acerca, ella lo ve.
Él, con mucha humildad y algo de vergüenza, le pregunta si es posible que le dé agua caliente. La mujer lo medita mirándolo un segundo y hace un gesto ( una de las genialidades de esta escena y una razón para aplaudir a Kaurismaki y decirle “pudiste captar algo de la esencia humana y de la belleza cotidiana de las pequeñas cosas”). La mujer piensa que este hombre está en un bar y los bares son lugares dónde la gente da dinero a cambio de bebidas o comida. Luego piensa: no hay nada que cobrar por algo como agua. Después de mirarlo y pensar, asiente. Se da vuelta y le prepara una taza con agua caliente. El hombre con su taza se sienta en una mesa. Está al lado de la ventana y desde afuera entra mucha luz. El hombre apoya la taza en la mesa y mete la mano en su bolsillo. De ahí saca una cajita de fósforos pequeña, un poco doblada y vemos -genialidad definitiva de la escena- su dedo un poco sucio, con la piel curtida y reseca, empujando una de las partes de la cajita suavemente para abrirla. Lo que hay en el interior es un saquito de té usado. Tiene esa textura aquello que ya se mojó y se volvió a secar, tal vez más de una vez. Eso lo endureció y le dio ese color marrón clarito de la tintura del té sobre el color crema que alguna vez tuvo.
El hombre saca ese saquito muy delicadamente de la cajita de fósforos, lo introduce en el agua caliente, lo mete y lo saca un par de veces y luego se lleva la taza a la boca y toma. La luz que entra de afuera sigue muy brillante, adentro está un poco más oscuro.

Cada vez que recuerdo esta escena me conmueve. Ese día, mientras la veía por primera vez, me caían las lágrimas y al mismo tiempo pensaba que G no entendería jamás por qué lloraba yo. Creo que lo que me conmueve es que ese saquito de té sintetiza la dignidad en el momento de mayor desprotección. Es un hombre a punto de quedarse sin absolutamente nada. Lo que lo separa de eso, es sentarse en un bar y tomar té de un saquito que fue usado y secado muchas veces. Ese saquito de té en su casita, caja de fósforos, en el bolsillo de un hombre de un metro noventa, eso es pura poesía cinematográfica.

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