Y si ya no puedo verte
No hay justicia en este mundo.
Por: Andrés Bisserier
La última vez que lo vio con esa camisa. No hay forma de recordarlo. Llevaba esa camisa al menos una de cada cinco veces que se veían. La última vez que lo vio con esa camisa.
¿Qué tenía puesto la última vez que lo vio? ¿Y la vez anterior? No hay forma de saberlo.
No diferenciaban un día del otro, un encuentro del otro. Cuando tenés algo tan cerca, nunca hay últimas veces.
La última vez que lo vio con esa camisa. Tal vez yendo a pie hacia el cruce de avenidas donde se despedían. De noche, después de una película.
Sostiene la camisa con la punta de los dedos. Ni siquiera la camisa, sostiene el material, una parcela diáfana de textura leve que se repliega como una cascada quieta. Casi nada, a punto de desintegrarse pero aguantando.
Véanla de pie frente al armario del muchacho a quien ama. Ha corrido las puertas deslizantes y ha tomado el extremo de la camisa con la punta de los dedos. Luego la descolgó. Sostiene el material a la altura de la cadera: intestinos, ovarios, útero. Una cascada suspendida a mitad de camino hacia el suelo.
Tiene toda la ropa de él delante suyo. Conoce cada prenda. Las mira, suspendidas en ese encierro de los armarios, y no las reconoce. Hasta que ve esa camisa, aprisionada entre las prendas adyacentes por un contacto mínimo.
Dice: ¿puedo quedarme con esta? Luego va más lejos, dice: ¿puedo quedarme algunas de sus camisas? Luego voltea para mirarla.
La madre asiente. Con tanta bronca en la cara. Sabrá Dios dirigida a quién.
Tengo derecho a algo, se dice, algo suyo para que no desaparezca todo. Yo también era parte de él. Ha descolgado la camisa y está mirándola. La última vez que lo vio con esa camisa.
Se desliza hacia el suelo como una cascada quieta, casi nada de ruido. Apenas un roce de ropa. Véanla replegándose contra el pie de la cama, acercando el material al estómago, aguantando. Amaga tocar el fondo del armario.
Luego habla. Pero nada que dice parece salir de ella. Cosas parecidas dicen en las películas. Cuando fantaseaba con ese momento, tan accesible como inverosímil, nunca decía cosas así. Obviedades vulgares, como: no hay justicia. No hay justicia en este mundo. U otras cosas por el estilo.
Una situación estúpida merece palabras estúpidas se dirá luego, tanteando los dientes con la punta de la lengua. Una parcela diáfana de voz sibilante oscilando como una corriente quieta, a punto de hablar pero aguantando.
Se llevará las camisas. Remeras también, y una campera. Y otras cosas: objetos, libros, discos. Le tomará bastante tiempo hacerle lugar a todo eso entre sus cosas y en su propio armario. Más adelante se acostumbrará a su presencia y se volverán objetos benignos.
Regalará algunos, conservará otros. Sin explicar demasiado. Diciendo: te queda bien; o: ya lo leí. Nunca diciendo: a él le habría gustado que lo tuvieses, u otras cosas por el estilo.
Todo eso, regalar y conservar, le dará fuerza. Como él en su momento.
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