Miramar, de Gloria Peirano

Un comentario en una tarde cualquiera puede mover la fibra menos pensada de nuestros recuerdos y hacer que la cabeza comience a trabajar a toda máquina sin freno posible hasta la resolución de la idea.

De una fiebre parecida sufre Victoria, protagonista de Miramar, preciosa novela escrita por Gloria Peirano  (Buenos Aires, 1967), editada recientemente por El fin de la noche editora.

Victoria, decíamos, se obsesiona detrás de una figura: las últimas horas de vida de su padre y un llamado agónico que toma la forma incómoda de una incógnita. Empieza así su lucha por entender, 30 años después, qué significó esa comunicación para su padre. En el trayecto, la revisión del pasado chocará con el presente cambiando la perspectiva de los hechos.

Los ausentes nunca hacen silencio y son, de alguna extraña manera, visibles, se lee en Miramar. Ellos, aún desde el exilio que les impone la muerte, pueden contar las historias que se tejieron durante los días que vivieron, siempre y cuando los que sobreviven sepan -¿o puedan?- escuchar y leer el revés de las cosas, ese costado del otro del que nos quedamos afuera. Ese es el desafío para Victoria.

Con humor y misterio, el libro de Peirano se mueve como un péndulo: va de Buenos Aires a Miramar, del amor pasado al presente, de la vida a la muerte, de la niñez a la adultez. Entre los extremos del oscilante vaivén, los personajes levantan puentes que Victoria transita con la lupa en la mano, intentando develar los secretos que guarda aquello que ya pasó. Acompañarla en su camino resulta de lo más agradable, aunque de tanto en tanto el nudo se nos arme en la garganta.

En 2007, Miramar obtuvo la 2ª Mención en el Premio Nueva Novela de Página/12, además de una mención en el Concurso Régimen de Fomento a la Producción Literaria Nacional del Fondo Nacional de las Artes. Para todos los que quieran leerla, El fin de la noche ofrece su versión online. Accedé a ella haciendo click acá.

Por Perez Artaso Ariana.

Fragmento de la novela

Mi padre no era un nadador. Era un hombre de las plantas, de los árbo­les, siempre tenía las manos sucias de tierra. El “dedo verde”, le decía mi ma­dre, refiriéndose a la habilidad que tenía para revivir las plantas marchitas. Ella detestaba que casi nunca nos acompañara a la playa. Siempre fuimos una fami­lia sin padre bajo el sol furioso del mediodía. Mi madre se ocupaba de clavar la sombrilla en la arena, y lo hacía mirando furtivamente hacia la escalinata del balneario, año tras año, luchando contra el viento, y esperando que mi padre se arrepintiera y bajara con nosotros. Después acomodaba las reposeras, se ponía un pañuelo en la cabeza, nos daba órdenes a mi hermano y a mí como un gene­ral en una batalla, pongan los sandwiches a la sombra, sacate las sandalias, trai­gan más acá la canasta. Actuaba como un general traicionado que nunca quedaba satisfecho con el campamento que armábamos en la playa. La orientación de la sombrilla se transformó, con los años, en una cuestión delica­dísima ya que no lograba hallar el punto justo para aprovechar mejor la sombra.-Hay que sacar el mayor partido de esta sombrilla- murmuraba mientras ajustaba la posición del puntal, una y otra vez.

Detalle
ISBN: 9789871491360
Formato: 13x20
Páginas: 168
Año: 2012.
Precio: 71$.

El fragmento de la novela lo tomamos de la página Cuatro cuentos.

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Ariana Pérez Artaso
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