Conversaciones desde el arrabal amargo, de Adrián Iaies y Horacio Fumero



Como una historia




Por Francisco Moulia

Hablar de algo bueno siempre es más fácil. Uno puede limitarse a una simple descripción. Ya funciona. Con la música, por ejemplo, no hay que convencer a nadie de nada. Está ahí. 

Invadir. La música hace eso. Invade. A un libro lo cerrás y listo. Existe pero no tanto. Te parás frente a un cuadro con los ojos cerrados y no pasa nada. Te tapás los oídos en un concierto de lo que quieras y el sonido te ataca por todos lados. La ropa no frena la vibración. Te entra. ¨Conversaciones desde el arrabal amargo¨, el ciclo de Iaes y Fumero es un buen ejemplo. 



Hablando de buena música ―que puede ser fácil, pero hay que hacerlo, ¿no?―: el domingo 29 de enero fui a ver al dúo Iaies ―Fumero. Había escuchado algunas cosas de Iaies cuando trabajaba en el Ateneo Grand Splendid y me quedaba hasta las doce de la noche custodiando el segundo piso, donde antiguamente estaba la sección de música clásica y jazz. Tenía una muy buena impresión del pianista. Después investigué un poco, como se hace en estos casos. No sé por qué pero es como un fetiche eso de que la calidad de un músico está determinada por los músicos con los que compartió escena: Brad Mehldau, Ron Carter, Stanley Jordan, Bebo Valdes, Yellowjackets, Lee Konitz, Richard Bona, Dino Saluzzi, Kenny Werner, Toots Thielemans y Pedro Aznar. Ya está, ¿no? Ahora, el contrabajista Fumero: Gato Barbieri, Freddie Hubbard, Johnny Griffin, Horace Parlan, Danilo Perez, Joe Newman, Sal Nistico, Jerome Richardson, Oliver Jones, Woody Shaw, Benny Golson, James Moody.

Entonces llego a Café Vinilo a las ocho y cincuenta y seis de la noche, con expectativas. Me recibe Josefina. Me muestra el lugar, me cuenta un poco de ¨Conversaciones desde el arrabal amargo¨, el ciclo de Iaes y Fumero. Ese domingo era la cuarta de cuatro funciones. Con el material de los conciertos se iba a hacer un disco. Todas las presentaciones fueron a sala llena.    




Entran los músicos como si pasaran al living después de una cena informal para hablar un rato. Cada uno frente a su instrumento. Con naturalidad. Cómodos. Hay un conteo por parte de Iaies. Un conteo mudo. Con la mano y los labios. Arranca.Cambia la iluminación. Todo negro menos el escenario. ¨Que lo disfrutes¨, dice Josefina y desaparece. Por cómo lo dijo me hizo pensar que lo estaba dando por descontado.  

En dos segundos se entiende la propuesta. Es claramente un tango. Suena a jazz. Recién arranca y ya la están pasando bien. Esa es siempre una buena señal para el público. 
Iaies acelera, suspende, arremete. Fumero le devuelve notas. Es como una dinámica de ping pong. Pero de final de campeonato. Son dos chinos jugando al ping pong con ritmo de jazz en un living después de una cena informal escuchando un disco de tango. 

Una señora mayor ―muy― que está sentada en mi mesa le susurra al audífono definitivamente roto de su amiga: ¨Uno¨. Y sí señora, Uno, el tango. La melodía se percibe nítida. No hay engaño. Solo la voluntad de explotar las libertades rítmicas y de improvisación que ofrece el jazz al servicio de las melodías sensibles de nuestra música.  

Y funciona. Mucho. No hay saciedad posible en un concierto así. Querés que se queden toda la noche. Que se jodan por ser tan buenos músicos.  

Voy a tratar de definir un poco lo que pasó con el dúo Iaes ― Fumero durante el concierto a la manera de un narrador que saca instantáneas del aire: 

Arreglos de tango con gusto a jazz. Rítmica variable, tiempos en constante evolución. Transgresiones conscientes. Juego. Brindis. Conmoción de señoras. Diálogo. Buen diálogo. Despliegue de detalles. Aflojarse el botón de la camisa después del trabajo. Profundo conocimiento. Profunda convicción. Teclas grises. Notas, acordes, física cuántica tonal. Música en la cara. Una historia. Algo así.  


El concierto termina. Los músicos se abrazan como despidiéndose en la puerta de la casa de alguno de los dos. Se secan la transpiración en el hombro del otro ―recordemos lo del ping pong―. Fue una noche amena. Nos vamos todos con un poco más de lo que pensamos que nos íbamos a llevar. 

Hay un nuevo cambio de iluminación. El piano sin pianista. El contrabajo acostado sobre el escenario negro. Se ve demasiado. Las caras del público. Ahora somos la fragmentación de siempre. Pero exageradamente iluminada. Me entra un poco de pánico. Me quiero ir. Quiero proteger esa sensación de buena música. Llueve.

Mientras espero en la puerta del lugar que la lluvia haga no sé qué, me encuentro con Josefina. Me pregunta qué me pareció. Levanto el pulgar. Entiendo lo que dio por supuesto antes. Lo doy por supuesto yo ahora, con mi dedo. Me habla de una fecha en la que va a estar cantando Luciana Jury ―el 23 de febrero a las 21 hs ahí, en Café Vinilo, Gorriti 3780―. Le digo: perfecto. 

Después llego a casa y escribo este artículo. Lo empiezo tres veces. No sé qué tono darle. ¿Algo más bien formal? No me da. ¿Un artículo que informe y nada más? No sería justo. ¿Algo como una historia? Y sí. Fue un poco eso.     

Dirección:

jimenarepetto@gmail.com

Ariana Pérez Artaso
capullodealeli@gmail.com

Equipo de redacción:
Marilyn Botta
Carmela Marrero
Guido Maltz

Diseño y moderación:
Pablo Hernán Rodríguez Zivic
elsonidoq@gmail.com

Las opiniones expresadas en los artículos y/o entrevistas son exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Revista Siamesa