Capítulo III

Por Nico Pose

 

III


Al principio se sintió nervioso cuando vio a tanta gente brindando con copas de champagne, pero luego se tranquilizó al ver que todos eran similares a él. El piso de mármol verde azulado brillaba por la gran iluminación que se desprendía de dos arañas que colgaban de un alto cielorraso. Este lugar es increíble, nunca lo hubiera imaginado, nunca.... 

Se asombró por lo llena que estaba la casona, y no entendía cómo no había percibido un mínimo murmullo a través de la sala donde estaban colgados los retratos. Quizás había sido por la extrema concentración que le habían reclamado, o tal vez había estado tan entusiasmado que ahora ni siquiera recordaba si había escuchado algo o no. Las voces de todos los presentes no lograban tapar una leve melodía de bossa nova que flotaba en el ambiente. 

 Algunas personas se movían lentamente al compás del ritmo de la música, otras conversaban en voz alta con una distensión de amigos de hace tiempo; y otros, en cambio, sólo se servían canapés de las mesas o tomaban champagne en silencio. No, gracias, le dijo a un mozo que interrumpió el sueño hipnótico.  

Los cuerpos, ociosos, espontáneos, navegaban en el extenso salón sin ningún pudor aparente. Y ahora se percataba de que a muchos tipos los había visto hacía una hora en el  café. Qué hermoso es ver tantas cabezas calvas brillando al compás del tremendo fulgor de las arañas. Sonreía mientras comparaba las diferentes cabezas. Algunas totalmente calvas, otras no tanto, o sí, bastante, con esos pedazos de pelo a ambos lados de la cabeza, como si fueran pistas de aterrizaje entre el verde follaje o curvas de fórmula uno rodeadas por neumáticos esponjosos. También había frentes desoladas como llanuras pampeanas, y en el centro, un pedazo de pelo como si fuera algún ombú solitario. Notó que muchos protegían sus calvas con sombreros de gángster, de cowboy, gorras deportivas, pañuelos, boinas, sombreros hongos, de copa, y hasta se podían ver galeras. Estoy orgulloso, vine sin protección: soy yo. 

¿Será éste mi mundo, el espacio que tanto buscaba?, pensó en ese instante en que comenzaba a descender los escalones. Porque, aparentemente, todos los que estaban allí se sentían de la misma forma, contagiándose unos a otros el mismo sentimiento de liviandad, sin que hubiera caras tristes a simple vista.

Mientras empezaba a beber una copa de champagne vio que se le acercaba un hombre bien vestido, calvo, y con largos bigotes que se enrollaban en las puntas al estilo Dalí.
 -Hola-le dijo con una sonrisa que dejaba asomar unos dientes blancos y perfectos.
-Hola.
-¿Te puedo recomendar algo con respeto?
-Si...-dijo el joven mirándolo sorprendido y con cierta desconfianza por el tuteo inmediato.
-Sabés, tenés que dejarte un candado, te quedaría bien.
-¿Por qué?
-Por tu cara, se me hace como demasiado dulce sin barba. Aparentás muy pendejo.
El joven, un poco nervioso, sin saber qué decir por las últimas palabras del sujeto, finalmente dijo:
-Gracias, es como un halago para mí, siempre pensé que parecía más viejo.
-Claro, todos en algún momento pensamos lo mismo. Pero...No es así. De algún modo tiene sus ventajas.
-Si Ud. lo dice...-dijo con sorna el joven.
-Tuteáme que no soy tan viejo- dijo el sujeto serio. Por experiencia te lo digo. Mirá, yo tengo casi cincuenta años, sufrí lo mismo que vos, y acá estoy: pelado y todo parezco más joven.-dijo con orgullo.
-Si...-dijo el joven dudando mientras miraba las arrugas que surcaban el rostro del hombre.
-¿No me creés?
-Sí, sí, estoy pensando que...
-Sobretodo me refiero al sexo. Podemos sufrir la pérdida de pelo, pero nunca de impotencia. Es más, si me pongo a pensar, creo que la mayoría de nosotros gozamos siempre de una excelente vida sexual.
-¿Ud. cree?
-Tutéame, pibe, tutéame.-dijo ahora con disgusto.
-Perdóneme.
El sujeto puso cara de “me parece que sos medio pelotudo”, y luego siguió como si nada hubiera pasado.
-Por supuesto, ¿por qué te pensás que acá hay tantas mujeres?
-No lo sé. Pero en las fiestas siempre hay mujeres. ¿Por qué no debería haber?
-Por ejemplo, ¿ves a aquel viejo de allá?-dijo señalando con su dedo índice.
-¿Cuál? ¿El de saco marrón?
-Ése. Bueno, él es mi maestro.
Pelasco no dijo nada.
-Porque ese viejo, ése hijo de puta, no hay día que no coja. Siempre se va con una distinta, encima siempre anda con todas pendejas. Es un viejo hijo de puta.
-¿Sí?
-¿Y qué te parece? Con la edad que tiene… Anda con cada caramelo. ¡Vive rodeado de bombones! ¡Sí, sí! Además, pensá que la mayoría de nosotros siempre habla de sexo. O no sé; mirálo de esta manera: por lo general, son más los pelados que escriben sobre sexo que los que tienen pelo. Me refiero en el plano literario, ¿no? Igual, tené cuidado con ese viejo; no tiene pelos, pero no es ningún boludo.
-¿En qué sentido?
-Yo solamente te lo digo.
El joven se quedó pensando en esto último; no entendía muy bien a qué se refería el hombre con los bigotes dalilianos; dijo para cambiar de tema:
-¿Te gusta la literatura?
-¡Al fin, nene!
El joven puso cara de pregunta. Se arrepentía de haber hecho una pregunta tan fuera de lugar.
-¿Ves?, si nos tuteamos es mejor-dijo el sujeto, olvidando por completo la pregunta.
- ¿Te gusta la literatura?-volvió a repetir el joven.
- Mmm, como un pasatiempo, pero en realidad yo no me dedico a eso. Es mi remedio en los ratos libres, nada más; ¿vos, qué hacés?
-Escribo. Trato.
-¿En serio?
-Bueno, tampoco vivo de eso; hago de todo un poco.
-¿Como qué?
-Doy clases de español para extranjeros, en colegios, y si puedo escribo notas para un suplemento literario. A veces, trato de meter alguna nota en otras revistas. ¿Y vos, qué hacés?
         -Vivo de rentas; alquilo un departamento a un yankee en la calle Quintana, y otro con mi hermano en Palermo a unos daneses.
         -Ah, qué bien. La verdad, que ahora está lleno de extranjeros.
         -Sí, estos tipos nos vienen como anillo al dedo, porque los alquileres suben pero ellos pagan. Por suerte, tengo tiempo para hacer todo lo que yo quiera. Pero por lo general, me aburro. ¿Te gusta Henry Miller?
         El joven recordó la foto del retrato, y dijo:
         - Mucho.
         -Me gusta, porque habla de sexo todo el tiempo sin pudores.
         -Sí, pero siempre exageraba, tenés que creerle la mitad de las cosas que contaba.
         -¿Eh?-dijo con sorpresa, tocándose la calva, sin comprender a qué se refería el joven.
-Es que Henry Miller exageraba, digo, inventaba la mayoría de las historias que narraba. Él mentía mucho, podría decirte que era un mitómano, básicamente, eso dice el libro que leí de su amigo Alfred Pérles.
-¡Escribía de sexo o no!
-Sí, claro.-dijo el joven, mirando para otro lado.
-Bueno, ahí tenés, por poner un ejemplo. Pero si nos ponemos a pensar vamos a encontrar a muchos. Alguien algún día tendría que hacer una teoría sobre la calvicie y el sexo. Porque, según tengo entendido, nosotros perdemos el pelo por distintas razones, pero una puede ser el exceso hormonal; el exceso de sexo también…Pero no estoy seguro donde leí eso…-dijo mirando el cielorraso de la casona.

 Al joven le había sonado un poco disparatado lo último que había dicho el sujeto, ya se daba cuenta de que la comunicación se iba perdiendo, tenía que dejarlo, era hora de ir hacia otro lado. Además, quería conocer mejor el lugar, no tenía ganas de estancarse ahí. Mientras pensaba, se escucharon gritos, ruidos de objetos que caían al piso.
-¿Qué mierda pasa?-dijo el sujeto.
 -No sé.
-Vamos a ver, nene.
        
Se acercaron, y vieron a un grupo personas que miraba una pantalla de cine. Mientras se proyectaba una película, otros arrojaban canapés contra la pantalla. Los que seguían atentamente el film se quejaban de los inadaptados, y parecía que dos hombres calvos, jóvenes, estaban a punto de agarrarse a trompadas.
-¡Dale, sacáte el gorro, pelotudo! Dale, dale, vení, así te arranco lo poco que te queda de pelo...- escucharon.
-¿Qué película es la que están dando?-preguntó el sujeto.
-Ni idea.-dijo el joven, sorprendido por la situación.
-¡Uy, mirá cómo se están dando!-dijo con una sonrisa el sujeto.
        
Los dos calvos habían comenzado el combate mientras los amigos trataban de separarlos. Una mujer lloraba en un rincón mientras uno que estaba borracho estaba pateando en el piso al otro que se agarraba la cabeza con las manos.
-¿¡Así que te gusta Hair!?  ¡Tomá, tomá, tomá! ¡Aprendé, pelotudo...!
          
La gente seguía mirando, cuando un hombre grandote, alto, y tan erguido que parecía estar construido a patadas en el culo, le arrojó tal trompada al borracho, que éste salió despedido y pegó contra una mesa de donde cayeron y explotaron copas y platitos de canapés. El otro estaba  tirado con la boca ensangrentada y se tocaba los dientes con una mano. Lo levantaron y se lo llevaron entre dos amigos. 
-¿Y ése tipo quién es?-dijo el joven.
-Un patovica.
-¿Patovicas?
-Y sí, qué querés, como en todos lados.
-¿Hace mucho que se hacen estas fiestas?
-Ufff sí, hace bastante. Desde que empezaron a discriminarnos...
-Sí, es verdad, yo era chico, y tenía más pelo, quizás por eso no me acuerdo.
-Yo soy Alberto, nene.-dijo el sujeto sin darle la mano con indiferencia.
-Lino Pelasco. Un gusto, Alberto. Bueno, me voy a recorrer un poco, yo todavía no conozco mucho, después nos vemos.
-Dale, nene.
Así, el joven se fue alejando de su primer contacto dentro de la fiesta. Todo un dandy el tipo éste, qué camisa, qué saco, qué elegancia. Nunca hubiera pensado que tipos que alquilan departamentos en Recoleta estuvieran acá. ¿Qué es esto?

Empezó a caminar hacia el centro del lugar, entusiasmado porque parecía haber cada vez más gente. La música había cambiado totalmente, de la lenta bossa nova que Pelasco escuchara desde un primer momento no quedaba ningún acorde, ahora la gente estaba bailando con Staying Alive de los Bee Gees, y la fiesta empezaba a subir los decibeles de a poco. Pelasco miraba cómo la gran mayoría se movía frenéticamente, y como no conocía a nadie no tuvo mejor idea que dirigirse a la mesa donde había botellas de champagne para entonarse de a poco. Amaba que hubiera botellas de champagne en todas las mesas, y que éste estuviera bien helado, porque podía pasarse horas bebiendo. Todavía quedaban mesas con personas, pero a la mayoría las habían sacado para que todos bailaran. De la película que estaban pasando hacía unos minutos no quedaba ni rastro, ahí estaba la pantalla totalmente en blanco, una tela suspendida. Terminó la copa que se había servido y vertió más champagne adentro del cristal. Estaba estático y contento, nunca había estado en un lugar que hubiera champagne gratuito, y por eso su felicidad no podía ser mayor. Mientras tomaba no paraba de mirar a la cantidad de mujeres que bailaban en la pista bajo las dos arañas gigantes que ahora estaban casi en penumbras, simulando ser pequeñas velitas, para que la atmósfera se repletara de luces giratorias y humo, que oscurecían aún más el lugar, mientras lásers naranja, fucsia, y violetas iban y venían sobre las paredes una y otra vez. Pero a pesar de recorrer con su mirada todo lo que pasaba allí dentro, se sintió atraído por una mesa en especial, en donde había cuatro mujeres infartantes junto a dos tipos; uno vestido de manera muy elegante hablaba apasionadamente con el otro, y las mujeres estaban allí como barbies de vidriera, mudas, indiferentes a todo lo que sucedía a su alrededor.  Su atención se desvió de aquella mesa cuando sintió gritos, porque un pelado con una corbata atada en la cabeza, ahora estaba bailando solo, haciendo todo tipo de monigotadas mientras una ronda de hombres y mujeres aplaudían formando un círculo. 

Agarró la botella y se sirvió otra copa, el alcohol comenzaba a hacerle efecto, y eso le gustaba. Entonces, le surgieron ganas de ir al baño. Los buscó con la vista pero no los vio. Caminó hacia donde finalizaba el rectángulo que formaba el salón y los encontró.

-Ooohhh- fue su expresión cuando terminó de orinar, dejando posados sus ojos sobre los rectángulos blancos de cerámica de la pared. Se dirigió a las piletas. Mientras se lavaba, notó cómo lo miraba otro tipo que estaba secándose las manos. Se miró en el espejo y contempló su imagen. Cuando estaba a punto de salir, el tipo le cerró el paso.
-¿Sabías que sos muy lindo?-dijo el tipo que estaba totalmente rapado, pero que no era pelado. Pelasco se quedó silencioso e hizo un movimiento para salir. El tipo no se movió.
-¡Dejáme pasar!
-No quiero…-dijo mirándolo fijo a los ojos.
Pelasco bajó la mirada y le dijo más tranquilo:
-Dale, déjame pasar.
-Está bien, pero ¿no querés chupármela un poquito antes?

El tipo se abrió y Pelasco con un sabor desagradable volvió a la fiesta. Trató de olvidarse rápido del hecho y se concentró en la música y el baile que parecían no tener fin. Miró su reloj: las dos de la mañana. Era una hora ideal para él. Fue de nuevo hacia las mesas y se sirvió más champagne, porque lo necesitaba, el efecto del alcohol se había evaporado instantáneamente por culpa de ese tipo y esto era lo que más bronca le daba. Mientras tomaba lo vio al tipo otra vez. Le estaba hablando al oído a otro sujeto, pero le pareció que le hablaba tan cerca de la oreja que era como si se la besara. Desvió la mirada. Miró nuevamente: ahora el tipo lo estaba mirando mientras le seguía hablando al otro. Pelasco se sirvió otra copa y dejó las mesas, buscando otro punto desde el cual no pudiera ver al sujeto que ya lo estaba haciendo sentir incómodo. Entonces, de repente, todas las luces se apagaron y un rayo de luz  iluminó el centro de la pista: era la introducción de Survive en la potente voz de Gloria Gaynor.  El lugar explotó cuando comenzó la canción, y Pelasco sintió unas ganas terribles de bailar. Pero no se movió de donde estaba, porque le daba vergüenza bailar, y él siempre había sido así, porque pensaba que bailaba peor que un muppet.  Buscó a Alberto, pero no lo pudo encontrar. La timidez no se le había ido con el alcohol, y se sintió un boludo, porque todos estaban bailando menos él, que estaba ahí de pie, con un cigarrillo en una mano y una copa en la otra. En ese instante, ya cansado de él mismo, de su poca capacidad para tratar de divertirse, y de su poca voluntad para acercarse hacia alguna mujer a pesar de estar entonado,  optó por retirarse, sin antes susurrar: “soy un estúpido”.

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