Una novela intitulada EL CLUB

     

    A partir de hoy Revista Siamesa comenzará a publicar una vez por semana esta novela intitulada: El club. Acá van los dos primeros capítulos. Así fue cómo comenzó todo, disfrútenla...



por Nico Pose



I

Era una fría noche invernal cuando salió de su casa, estaba ansioso y no sabía lo que le esperaba. Lo había leído en algún periódico y ya había pasado más de un mes que lo había visto de casualidad. No se acordaba ni cuándo ni en dónde. Pero esa noche sólo recordó lo que decía y salió de su casa apurado, decidido. Podría haberlo visto en el trabajo, en un café, o en su casa tal vez, pero lo mismo daba para el caso. Al principio no le había prestado demasiada atención; pero después, al ver las mismas palabras escritas bajo diferentes formas en distintas revistas y conocidos periódicos de la ciudad se había terminado por convencer. 

El aviso, que ahora tenía en el bolsillo del saco, era un rectángulo diminuto, una pequeña ventana que lo invitaba a la curiosidad. Ahora se estaba encaminando hacia esa dirección, ansioso, pero con lentitud. Caminaba con ese paso precavido hacia lo novedoso, simulando la seguridad suficiente como para no parecer un extraño. Echaba miradas de vez en cuando para sentirse más seguro. Debía saber con exactitud si algún conocido lo seguía, algún pariente, algún amigo, algún compañero del trabajo, ya que no quería que nadie supiese nada. Observaba caminando las ventanas, las vidrieras, las superficies espejadas, tratando de comprobar a través de la luz mortecina de Buenos Aires, si detrás de su reflejo iba alguna silueta conocida, alguna cara que le resultara familiar.

 Cuando ya había caminado bastante, sintió que una fina llovizna comenzaba a caer.

En la vereda de enfrente alcanzó a ver una inmensa casa estilo art déco con una gran puerta de madera, cuyos motivos grabados, parecían ser  obra de ebanistas de oficio. Avanzó un poco más y decidió ingresar en el café que estaba ubicado frente a la gran puerta.
 Se sentó en una mesa junto a una ventana desde donde podía observar con calma.
-Hola, buenas noches-preguntó el mozo, que tenía el pelo húmedo peinado hacia atrás, y un bigote fino recortado al ras.
-Sí.
-¿Qué quiere tomar?
-Un café, por favor.-dijo sin mirarlo, con la mirada puesta en el objetivo.
    
Sacó un cigarrillo pero inmediatamente lo volvió a guardar dentro del atado de veinte. Pensar que no puedo fumar, y qué ganas tengo, pero es verdad, no ayuda al problema; mejor dicho, lo beneficia, y yo estoy acá... Sentado, mientras miraba el café a medio tomar, comenzó a notar ciertas miradas que caían sobre su rostro. Miró hacia atrás para cerciorarse de si efectivamente lo estaban observando. No había nadie a los costados, y la mesa que estaba detrás estaba vacía. Dos hombres que estaban sentados  con tres mujeres lo miraban mientras charlaban. Le clavó a uno de ellos la mirada y el otro dejó de observarlo siguiendo la conversación con naturalidad. Pensó que estaba un poco paranoico al recordar lo que le decían sus amigos. Con esto de la inseguridad uno desconfía de todo, y no es así, soy un tipo absolutamente normal, como todos.

Continuaba mirando con tranquilidad la entrada, pero hasta ahora no había visto nada que le llamara la atención. Buscaba ciertos indicios, ciertos movimientos, que no sabía si debían suceder porque su imaginación se había anticipado a los hechos, o si en realidad, debían suceder porque el mundo funcionaba de esa manera. ¿Será verdad? Sacó el aviso gris y arrugado y leyó la dirección nuevamente. Sí, era ahí, no había duda. Quizás era demasiado temprano, o tal vez alguien se demorara, en última instancia estaría equivocado el horario que figuraba en el recorte. No se preocupó demasiado, sabía que estos pensamientos eran fruto del que se arrima por primera vez a un lugar que no conoce de antemano, al menos así se lo explicaba él.

Dejó de mirar por el cristal y se topó de casualidad con la mirada de una mujer. Le extrañó un poco porque estaba en la misma mesa del tipo que lo había mirado unos minutos atrás. La miró, y ella al igual que el hombre desvió su mirada y le prestó atención a la conversación de su mesa. La mujer le pareció hermosa. Treinta pico de años y linda mirada. Al observar la mesa con mayor atención notó que el tipo que lo había mirado antes se había cambiado de lugar: ahora estaba de espaldas. Se reprochó no poder estar pendiente de los detalles de enfrente por perder el tiempo en aquella mesa. No te persigas, hacé lo tuyo, sólo lo tuyo, lo demás no importa, confiá en vos, dale.

En la mesa, ahora tenía a un hombre de frente junto a las dos mujeres, mientras que de espaldas estaba el sujeto que había visto unos minutos antes junto a la tercera mujer. Ya tenía un panorama completo; Ya sé cómo está ubicado cada uno en aquella mesa, puedo mirar tranquilo sin llevarme ninguna sorpresa. Además, quizás el tipo se cambió de lugar porque tenía ganas, y... ¿¡Qué hay con eso!?

Siguió mirando por el cristal mientras meditaba estas cuestiones que ya le estaban pareciendo idiotas, pero igualmente, para anular las dudas lo iba a consultar con su psicoanalista el sábado. Vio enfrente el primer detalle que le interesaba y sonrió porque estaba sucediendo lo que había imaginado. A continuación vio que venía caminando otra persona, al verla le sintió un cariño instantáneo sin saber el porqué. Es parecido a mí, y le queda muy bien. Ahora que estaba más calmo, miró nuevamente hacia aquella mesa y vio que nada había cambiado. Todo seguía igual que antes: las personas seguían dialogando entre ellas y nadie lo miraba. Pero vio junto a ellos, en una mesa ubicada al costado de la animada charla, dos tipos parecidos a él que lo observaban. Uno se destacaba por sus cejas gruesas y peludas, como los gallegos que atendían los comercios; el otro, tenía candado, y a través de sus ojos entrecerrados, tenía expresión de garca. Le pareció que sus miradas se perdían en su rostro. Lo miraban, es cierto, pero notó que sus ojos no se posaban sobre su cara, era como si le clavaran los ojos más allá de su rostro. Miró detrás de él con furia y no vio a nadie.

A través del cristal empapado por la humedad y la llovizna que caía,  vio cómo entraba otro tipo parecido a él. Sonrió. El diario tenía razón. Los recortes nunca mienten, ¿cómo fui tan boludo de pensar que alguien publicaría...? Y allí se cortó su pensamiento, porque escuchó un ruido en la mesa que estaba pegada justo al lado de la suya. El tipo que se estaba sentando le echó una mirada severa. A continuación, fueron ingresando más personas, todos hombres, que ahora lo miraban, y que unos segundos antes lo habían mirado, antes de sentarse, más allá de sus ojos, más allá de su frente. No entendía nada. Mirando a través del cristal-como tantas veces- hacia la puerta susurró las palabras que se le cruzaron por la cabeza en ese momento: “Acá son todos putos.” 

Encendió un cigarrillo y se quedó pensando mientras la llama azulada del Zippo despedía olor a bencina. Cerró la tapita del encendedor, y cuando se escuchó el golpe seco lo miraron ahí; sí, le pareció que se quedaban mirándolo más allá de su rostro. Entonces fue cuando vino el mozo y le dijo que no se podía fumar. Se levantó, miró hacia delante y caminó tranquilo entre las mesas. Una vez afuera ya no se hacía preguntas.

 


II

Estaba a punto de ingresar por la puerta con los grabados. Miró hacia el café y notó que lo seguían mirando. ¿Será mi imaginación, o me están mirando de verdad? Se preguntó si tan extraño sería el lugar. Tocó timbre. Un señor mayor le abrió, y adentro lo saludó con extrema cordialidad.  

Miró hacia delante y se sorprendió de que el recinto fuera tan grande. Sus ojos divisaron al fondo una enorme bola esférica pintada en la pared. Se acercó  de manera pausada. Cuando tuvo la bola cerca, aún no sabía de qué clase de fruta se trataba.  Se alejó, y al ver bien la naturaleza muerta, le pareció que no estaba tan mal. Tenía un leve aire a las naturalezas muertas de Cezzáne, pero obviamente, no era un cuadro del pintor, sólo habían tratado de imitarlo. Curiosamente, el recinto de entrada no estaba decorado, lo único que sobresalía en la sala era el mural de la naturaleza muerta perfectamente iluminado, que cobraba mayor vigor al no haber otra luz allí, excepto la lámpara del mostrador donde el hombre que le había abierto la puerta leía el periódico. El piso era de mármol, y las paredes estaban pintadas de rosa.

Continuó el recorrido y pasó a otra sala. Ésta era diminuta en ancho comparada con la anterior, pero era alargada, y no divisaba dónde terminaba. En aquellas paredes infinitas, que corrían paralelas, se asombró al ver semejante cantidad de retratos alineados. El extenso corredor le recordaba a ciertos museos europeos de pintura.  Reconoció en esas caras congeladas a algunas personalidades del siglo XX. A medida que caminaba, fijando su mirada en los rostros enmarcados, pudo ver a Picasso, a Stanley Kubrick, en una foto de la época de The Shining;  Leopoldo Torre Nilsson, Jean Luc Godard, con su cigarrillo característico;  Lenin y su rostro severo, Churchill,  ¿Freud?, ¿Edgar Allan Poe?, Sean Connery en una foto actual, Charles De Gaulle, Sarmiento, John Malcovich, Fontanarrosa,  Pablo Neruda, el Indio Solari, Al Capone, Osvaldo Soriano, el expresidente Roca, Jack Nicholson, Bochini, Alfred Hitchcock, Curly y Larry de los tres chiflados, y la lista seguía. También vio a un hombre con cara de garca, pero que no conocía. Debajo decía, en una plaqueta dorada con la fecha de nacimiento y muerte: John Pierpont Morgan. Había plaquetas en el rostro de algunas personalidades, pero no en todas, por eso había ciertos retratos que desconocía. Continuó avanzando por el extenso pasillo: Billy Wilder, Pollock, Antonio Saura, Luca Prodan. Seguía mirando y se topaba con más nombres: Arnold Schoenberg, Jean Genet, Germán Rozenmacher, Michel Foucault, Ingmar Bergman. Se perdía entre tantos nombres, no entendía el sentido de colocar tantos retratos de personalidades allí.

Se alegró mucho al ver a dos escritores que había leído. Cómo no iba a recordar el rostro de ese enfant terrible que había escrito Otras voces, otros ámbitos. Y cerca de Truman Capote, otro personaje que le había ocasionado serios problemas con la masturbación: la cara pícara y bondadosa con ojos achinados de Henry Miller lo miraba fijamente, como si fuera su propia Gioconda. Contentísimo por los recuerdos que le traían las caras de los dos escritores, luego se encontró con fotos que le parecieron curiosas y atractivas al mismo tiempo. Allí estaba Humprey Bogart como nunca lo había visto, y El Duce, que cabalgaba,  jugaba al golf, y hacía natación, fotos que demostraban la enorme capacidad deportiva de Mussolinni, o también, al deporte como una de las propagandas preferidas para demostrar la fortaleza del hombre fascista. Leyó debajo de la cantidad de fotos montadas en el enorme cuadro: “El Duce cultivando su extremada afición al deporte”. Sonrió y aunque no le gustara el personaje, pensó que a ése sí que le gustaba mostrarse, que era posible ser feliz siendo así sin avergonzarse de nada ni de nadie. Y seguramente que sí, porque las distintas sonrisas en determinados rostros lo atestiguaban y lo demostraban, pero desde luego, la foto es una pose, como todo, prácticamente como todo, como la vida. 

Así se entretuvo durante casi una hora paseando por aquella sala, olvidándose por completo de que había venido al lugar por otra cuestión; hasta que le hizo una pregunta a un señor vestido elegantemente que pasaba junto a él.
-¿Disculpe, Señor?
-Si, dígame en que lo puedo ayudar.
- Es por curiosidad, sólo por curiosidad.
-Sí, qué necesita-dijo el hombre atento.
-¿El hombre de allá es Humphrey Bogart?
-Sí, el mismo ¿por qué?
-Es que me parece rara la foto.
-Aaahh, Ud. ha sido engañado por los trucos de Hollywood.-dijo el señor con naturalidad y desapareció por una puerta.        

No se demoró más y comenzó a caminar hacia la puerta por la cual había entrado el señor. Al abrirla se encontró con una gran sorpresa.







Dirección:

jimenarepetto@gmail.com

Ariana Pérez Artaso
capullodealeli@gmail.com

Equipo de redacción:
Marilyn Botta
Carmela Marrero
Guido Maltz

Diseño y moderación:
Pablo Hernán Rodríguez Zivic
elsonidoq@gmail.com

Las opiniones expresadas en los artículos y/o entrevistas son exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Revista Siamesa