“Elogio a la sombra”, de Claudio Pereyra


Dos caras de una muestra

Por Guido E. Maltz


La vida es sólo una pequeña luz entre dos grandes oscuridades.
– José Narosky.


Ni bien entramos en la habitación nos asalta la oscuridad total. Es una noche que nos toma de sorpresa. De a poco nos acostumbramos a la penumbra; entonces distinguimos una o dos luces violetas, muy pero muy tenues, pero luces al fin. A nuestro alrededor, donde pensábamos que las paredes nos cercaban, de a poco vemos las figuras que se supone deberían dar rienda suelta a nuestra experiencia sensitiva. La sombra que respiramos en torno nuestro nos hace sentir extranjeros; venimos de un lugar de luz, un mundo de imágenes, ruido y de colores brillantes, y de pronto esto: otro país, o mejor dicho, otro planeta.

La propuesta de Claudio Pereyra en su Elogio a la sombra es centrarse en la representación de “uno mismo”. La escenificación de la muestra es simple: una cortina a la entrada de la sala 11 del Centro Cultural Recoleta nos sirve de advertencia para lo que sigue, que es la preservación de la oscuridad interior, acaso nuestra propia oscuridad individual. Es un viaje hacia una dimensión inexplorada de nosotros mismos.

De entrada nos damos cuenta de que no se trata de una muestra convencional. Si bien las obras están localizadas en las paredes de la sala, también podemos pensar que la sala misma es la obra en sí misma. Se trata de otra concepción del arte, donde en lugar de contemplar los trabajos nos sumergimos en la obra en sí misma, la vivenciamos por completo.

Para el artista, esta muestra significó para él el enfrentamiento con su propia sombra, donde encontró que el temor era desmedido y que nada era tan bueno, pero tampoco tan malo. “Para Carl Jung, la sombra es una bolsa donde cada uno debe ocultar lo que la sociedad desea que seamos, y allí va a parar todo lo que nos individualiza, lo básico, nuestros instintos, nuestra creatividad”, sostiene Pereyra. “Esta sombra crece y le tememos, pero en algún momento debemos enfrentarla y trabajarla”.

Uno de los puntos más interesantes de la exhibición es que nos muestra, precisamente, sus dos caras. Luz y sombra se alternan para dar lugar a experiencias sensoriales totalmente contrapuestas, pero complementarias entre sí. Después de todo, luz y sombra son inseparables entre sí. La sala entera es una suerte de pileta conceptual de “yin-yang”; es la dualidad de todo lo existente en el universo.

Finos trazos violáceos brillan en las paredes. Para Pereyra, la divinidad está representada a través del círculo, tal como el hombre primitivo lo hacía ya desde la prehistoria. Las figuras representan círculos concéntricos y otras formas entrecruzadas; son refugios diminutos para la luz que no quiere ceder ante la abrumadora noche artificial. Entonces, como un microcosmos de la batalla eterna de entre noche y día, la luz vence por unos instantes a la sombra. En ese momento es como si hubiésemos sido trasladados a otra muestra totalmente distinta. Sin embargo, como parábola universal, no terminamos de volver a acostumbrarnos a la luz, que la oscuridad vuelve a inundarnos.

La exposición se presentó en la sala 11 del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930, Ciudad Autónoma de Buenos Aires) del 3 al 27 de febrero de 2011.

Enlaces de interés:
centroculturalrecoleta.org
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