Andrés no quiere dormir la siesta de Daniel Bustamante


Para recordar


Por Guido E. Maltz

Cada tanto aparecen películas distintas al resto. A veces su originalidad se debe a propuestas estéticas novedosas, a actuaciones sobresalientes o a una historia bien definida. La singularidad también puede deberse a la apelación a la biografía social, a la emotividad de situaciones humanas, o bien a la recombinación de elementos ya usados que, ensamblados de otra forma, dan como resultado una obra diferente. De cualquier manera, lo cierto es que Andrés no quiere dormir la siesta (Daniel Bustamante, 2009) es una alternativa bien diferente a las que podemos encontrar en la cartelera de los cines comerciales.

La película narra la historia de Andrés (Conrado Valenzuela), un niño de ocho años que luego de la muerte en un accidente de su madre Nora (Celina Font), debe ir a vivir con su hermano Armando (Lautaro Puccia Sagardoy) a la casa de su abuela Olga (Norma Aleandro) y su padre Raúl (Fabio Aste). 

En el barrio santafesino donde viven funciona un centro clandestino de detención; su macabra presencia es un secreto a voces. La cara visible del centro es Sebastián, un misterioso personaje que mantiene conversaciones casuales con Andrés, mientras éste juega con otros chicos del barrio en un terreno baldío que linda con ese infame galpón. 


Asimismo, un poder que rige la vida de todos de manera silenciosamente está presente en cada  acción cotidiana, develando un estilo de vida, una manera de crianza, una educación para Andrés. El amor, el rencor, el misterio y los secretos tejen los vínculos de esta familia y su barrio. Es el año que va de 1977 a 1978; es un año de cambios y transformaciones, un año en el que Andrés y Olga descubrirán el poder y la influencia que tienen el uno sobre el otro.

Si hablamos de los personajes, podemos empezar por Raúl, el padre de Andrés y de Armando, debe aprender sobre la marcha el rol que le ha tocado. Estaba distanciado de Nora, con quien ya no tenía diálogo alguno. La repentina muerte de ella lo pone en la situación de ocupar el papel de padre, una asignatura para la que tal vez no se sentía preparado para afrontarla sólo.

Para su fortuna, Raúl cuenta con la ayuda de Olga, su madre y cabeza de la familia;. Ella maneja a todos con hilos muy sutiles y nada pasa sin que lo sepa. Nada escapa a su matriarcado, el cual lleva adelante con firmeza, pero al mismo tiempo con dulzura. Se trata de un personaje desarrollado con mucha delicadeza y 
humanidad. 

Olga se muestra al mismo tiempo como una persona sencilla, pero a la vez indescifrable. Da muestras de cariño y cuida a sus nietos casi más que a su hijo, y al mismo tiempo es una mujer que no baja la guardia en ningún momento. Sabe bien cuál es el momento por el que están pasando ella y sus seres queridos: por un lado, la convulsión familiar por la pérdida de Nora; por el otro, la callada convulsión social con los muertos que nadie ve (o que dice no ver)

Por su parte, Andrés debe aprender a  integrarse a una realidad donde el silencio es el único boleto de salvación. Desde su mirada inocente (aunque nada infantil), el protagonista va deshilvanando de a poco las tramas urdidas en torno a su familia y su barrio. No es normal lo que sucede en el galpón ubicado frente a la casa de su abuela, él lo sabe. Con el tiempo sus impresiones fugaces de esa realidad, sobre la cual todos los adultos a su alrededor hacen la vista gorda, van dejando huellas en su ser y lo hacen madurar con rapidez.

Más allá del cálido entorno familiar, la casa de Olga funciona casi como una isla; es un diminuto haz de luz entre tanta muerte y violencia alrededor. Estamos hablando de un período muy turbulento a nivel nacional: el nefasto Proceso de Reorganización Nacional, una época que se inauguró en 1976 y dio comienzo a la más dura y salvaje represión que sufrió el país en toda su historia.

Pero, afortunadamente, la vida sigue. Eso nos lo recuerdan las placas que se van sucediendo unas a otras a lo largo de la película. Es el paso de las estaciones; ellas marcan los ciclos vitales. Tal como en el film "Primavera, verano, otoño, invierno… ¡y otra vez primavera!", el paso de las diferentes época nos evoca sabores y sensaciones distintas, hasta historias diferentes. 

Tal vez la presencia de las estaciones en el film sea casi equiparable a la de un personaje más. Están ahí para recordarnos que todo tiene su tiempo y que no hay final para la vida ni principio para la muerte; la muerte es también parte de la vida.

Con respecto a las actuaciones, Norma Aleandro nos deslumbra una vez más con su candidez y vivacidad a la hora de interpretar sus roles. Su desempeño no es una sorpresa; estamos hablando de la actriz argentina más importante de los últimos treinta años. Por el contrario, sí nos sorprende la madurez actoral de Conrado Valenzuela, quien con nueve años se da a conocer como una revelación actoral y se perfila como una promesa del cine. 

Valenzuela posee un talento natural; le aporta frescura y naturalidad a su personaje. Si tenemos en cuenta todas sus características, es notable que no tenga una experiencia anterior en la actuación; ésta es su primera película. Dicho actor responde con efectividad a las motivaciones del personaje que interpreta. A lo largo de toda la película se aprecia la sutileza de los cambios que va experimentando Andrés durante todo ese año tan importante en su vida; es un año que acaso lo marcará para siempre. La transición que vive el protagonista lo lleva a perder algo de su característica inocencia; el arco de su transformación lo vemos completo en el film.

Para terminar, podemos decir que Andrés no quiere dormir la siesta no es una película más acerca de la dictadura militar. Detrás de su relato sencillo, sus diálogos costumbristas y su clima familiar, hay una película que propone una nueva mirada sobre la historia argentina, acaso más intimista. 

Se trata de una mirada más reflexiva pero no por ello menos emotiva. Andrés no quiere dormir la siesta nos recuerda que a veces es necesaria una nueva mirada sobre aquel pasado no tan lejano cuyos violentos ecos todavía hoy resuenan en nuestras vidas. 

El film nos demuestra que las personas somos a través de lo que hacemos; los compromisos personales, familiares y sociales que asumimos nos convierten en los responsables de nuestras acciones; somos nosotros quienes debemos generar, construir y  releer nuestra propia historia. Así tal vez un día dejemos de construir nuestra propia pira funeraria y dejemos de arrojarnos a ella, porque recordar es vivir.


Ficha técnico-artística:
Título original: Andrés no quiere dormir la siesta.
Guión y dirección: Daniel Bustamante.
Música: Federico Salcedo.
Fotografía: Sebastián Gallo.
Montaje: Rafael Menéndez.
Reparto: Norma Aleandro (Olga), Conrado Valenzuela (Andrés), Fabio Aste (Raúl), Marcelo Melingo (Sebastián), Celina Font (Nora), Juan Manuel Tenuta (Antonio), María José Gabin (Carmen), Lautaro Puccia Sagardoy (Armando), Ezequiel Díaz (Alfredo), Brian Sichel (Gustavo), Nontué Bautista (Hernán), Alicia Aller (Martha).
País: Argentina.
Género: Drama.
Duración: 108 minutos.
Compañía Productora: El Ansia Producciones.
Premios y reconocimientos: Selección Oficial en el Festival des Films du Monde, Montreal, Canadá, 2009.

Dirección:

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