Argentina Nigeria








Por Jimena Repetto



El sábado a la mañana algún que otro mozo habrá tenido que sostener la bandeja mientras servía cafés con leche al ritmo que Messi (¿se escribe así?) pateaba al arco. Tempranito y con lluvia sufrimos la simpática condena de tener que sentarnos a participar de un ritual nacional. Argentina-Nigeria fue el título que reunió multitudes en bares, casas de familia, clínicas y...cines...sí sí porque el partido también se trasmitió en HD en el cine CineMark de la calle Beruti en un evento auspiciado por Torneos y Competencias.

¿Qué tiene la pantalla de un cine que no tenga el modesto televisor de casa? La respuesta puede pecar de obvia: en el cine todo es más grande: más grande la pelota y el espacio físico por el que la vemos desplazarse, más notorias las arrugas de los periodistas que presentan la trasmisión. También más intenso: más intenso el color de las camisetas, el sonido de los parlantes, más intenso el gusto de los pochoclos que uno no deja de tragar como hipopótamo en cada "situación de gol".

Nos interese o no el fútbol los Mundiales generan esa cuestión de evento social al cual uno no puede dejar de pertenecer. Si no miramos los partidos, no tenemos de qué hablar en la oficina, no entendemos los comentarios de los taxistas y sentimos que hay algo importantísimo de lo que nos estamos perdiendo. Es mucho más divertido, como actividad de sábado a la mañana, dedicar 90 minutos a tratar de dilucidar con esfuerzo y pasión qué carajo se le está marcando al equipo contrario cuando saca, cuál es el lugar en el que tiene que jugar Jonás, qué pasa si empatamos, quién es nuestro próximo rival y la importancia de que Corea tenga un buen equipo. Ponerle empeño a la comprensión de todas esas cosas, pueden hacer de nuestra racha mundialera una experiencia mucho más atractiva.

Pero, si lo pensamos, el Mundial también nos da a los ignorantes del juego experiencias de pleno disfrute. Hay que ponerle onda y de a poco vislumbramos el desfile de jugadores churrazos, el sentimiento de pertenencia, la posibilidad de que nos regalen banderitas en las heladerías y esa alegría de participar del juego nacional, más cuando uno viene entusiasmado desde los festejos del Bicentenario.

Volviendo al cine. Digamos que la experiencia permite unir el placer de los babosos por la tecnología y sus avances, la expectativa del partido cual película de acción (en definitiva es un evento narrable con todo el suspenso del género) y el efecto masa en una sala, repleta de banderitas, que comenta cada jugada.

Falta poco para el próximo partido que dicen que es el jueves demasiado temprano. Habrá que ponerle onda y madrugar...seguro que algún vecino colabora despertándonos con un cornetazo. El resto es ir a un bar, prestar atención, quejarse cuando todos se quejan, festejar cuando la pelota entra al arco que tiene que entrar y rogar que los próximos partidos se trasmitan en el horario que uno está en el trabajo y que ningún jefe del mundo se atreva a obligar a sus empleados a hacer otra cosa que hinchar -al menos durante 90 minutos- por la camiseta nacional.

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