Los jóvenes viejos de Rodolfo Kuhn


Por Guido E. Maltz


Sí, la juventud era Némesis, la diosa de la venganza. Destruía a los viejos sin darse cuenta de que al hacerlo se destruía a sí misma. Se dilataba las arterias y se aplastaba los nudillos, y con el tiempo era a su vez destruida por la juventud. Porque la juventud era siempre joven; sólo envejecía la vejez.

– Jack London, “Por un bistec”.


Si se usa un poco la imaginación, el principio de la década del ’60 en Argentina puede compararse –a grandes rasgos– con una especie de juventud del país. Se trató de una etapa de transición. En lo político significó un paréntesis dentro de dos dictaduras militares; un poco de aire democrático que, al fin de cuentas, estaba viciado por la prohibición del peronismo. La televisión, tal como la conocemos hoy, se inició por esos días. Así empezaron a llegar a las casas la última moda, las nuevas costumbres y las novedades del momento. La cultura popular, las tendencias de la época y la visión del mundo se modificaron de forma intensa en estos años; la TV ayudó no tuvo toda la culpa, pero sí aceleró el proceso. Así, entre las viejas generaciones y las que vendrían quedó preso del cambio un grupo social que comenzó a aparecer por esos tiempos: los jóvenes. Ellos empezaron a mostrarse como un sector distinto dentro de la sociedad. Buscaban una forma de ser propia, una manera de hablar, de hacer, de sentir… en síntesis, su identidad. Desde el primer momento tuvieron que pelearla. Al tiempo que “los viejos” trataban de negarles su expresión, su resignación y el sentir su encierro se les hizo rutinario como el humo del pucho: no eligieron respirarlo, pero no les quedó otra que vivir acostumbrados a él.

Dirigida por Rodolfo Kuhn, Los jóvenes viejos cuenta la historia de tres muchachos que pertenecen a esa autodefinida “generación de transición”. Roberto (Alberto Argibay), Ricardo (Jorge Rivera López) y Carlos Hugo (Emilio Alfaro) están justo en el medio de los viejos y de los adolescentes. Los primeros les niegan posibilidades de hacerse oír, y ello por pensarlos demasiado jóvenes; con los segundos comparten aventuras amorosas y una cierta desorientación acerca del rumbo que habrán de dar a sus vidas.

Los tres protagonistas tienen características bien marcadas. Ricardo y Roberto tal vez sean los más parecidos dentro del grupo: se muestran más seguros con las mujeres y más encaradotes que Carlos Hugo. Sin embargo, ahí terminan las semejanzas, porque mientras que Ricardo se desenvuelve seguro de sí mismo, Roberto no puede ocultar la profunda tristeza que le ocasiona la soledad y el sentir que no encuentra su lugar en el mundo. Ricardo se desempeña como productor televisivo; representa a una nueva figura que aparece junto a la nueva programación. Es decidido, tiene confianza en sí mismo y es mujeriego. Roberto, por su parte, sabe seguirle la corriente a Ricardo, pero por momento se pierde en su melancolía y en sus sueños frustrados de cineasta independiente. En cambio, Carlos Hugo se presenta como el más adolescente del trío: por un lado estudia Derecho, con lo cual aspira a un futuro profesional… pero por el otro está cómodamente encallado en la mitad de la carrera y miente a su familia al respecto. Más allá de sus diferencias, los tres amigos tienen en común su deseo de escape, ya sea a través de mujeres rápidas, viajes repentinos y un movimiento perpetuo. Todo les sirve con tal de no detenerse a pensar adónde están yendo tan apurados.

En su viaje constante y sin destino aparente, lo único que los protagonistas creen que puede salvarlos (o al menos guiarlos) es encontrar el amor. Los amigos hablan de hallar a la mujer ideal, alguien con quien compartir algo más que una sola noche y que recorra junto con ellos el camino a la adultez. Es así que la suerte parece sonreírles cuando conocen a tres jóvenes: Chiche (Manuela López Rey), Sonia (María Vaner) y Beatriz (Beatriz Matar). Los seis hacen parejas al instante; pronto se sienten cómodos entre ellos, como si se conociesen desde hace tiempo. Comparten varias salidas y piensan haber encontrado a su alma gemela… pero los muchachos no saben que ellas están igual de desorientadas que ellos.

La línea elegida por Kuhn para desarrollar la trama y los personajes se parece en muchos aspectos a dos películas de Federico Fellini: Los inútiles (1953) y La dolce vita (1960). La desorientación de los protagonistas, su amargo crecimiento, sus intentos de huída, la banalidad en la que se sienten inmersos son algunos rasgos que asemejan a estos films. Los contrastes y desigualdades dentro de la misma sociedad aparecen tajantes para nosotros como espectadores, pero para los protagonistas son sólo un escenario. También está el hecho de que no parecen tener una estructura dramática convencional; las acciones parecen fluir sin una dirección definida, las cosas se van dando de una cierta forma. De la influencia de Fellini en Kuhn sólo podemos suponer; lo cierto es que éste formó parte de la llamada “Nueva ola de directores hispanoamericanos”, al igual que otros directores argentinos como Fernando Ayala, Manuel Antín y Leopoldo Torre Nilsson. Su propuesta era la de un cine más denso y concentrado en los conflictos existenciales urbanos.

Si bien el enfrentamiento de jóvenes contra viejos no aparece explícito, sí está presente en los diálogos de los personajes. Los viejos son quienes cierran las puertas a los nuevos; no les dejan decir lo que tienen para decir, los hacen esperar a su turno, al momento en que los viejos ya no estén y los jóvenes sean los nuevos viejos. Es Roberto quien se da cuenta de esto en una charla con Sonia. Él admite que él y los de su misma edad habrán de ser el paso a otro momento en el que los jóvenes que vengan tendrán más oportunidades que los anteriores. Si bien lo que dice está teñido de cierta amargura, no deja de haber esperanza en sus palabras; se da cuenta de que tanto él como los suyos están haciendo camino para las nuevas generaciones.

En Los jóvenes viejos, ni Roberto, ni Ricardo, ni Carlos Hugo pueden cambiar las reglas del juego. De eso se da cuenta Carlos Hugo casi sobre el final de la historia: “no se trata de trampear; la baraja está mal dada de entrada”. Con el juego que les ha tocado tienen que enfrentar los desafíos… o escapárseles e irse al mazo. Ellos tres sienten que están en una especie de “limbo de las edades”: como jóvenes ya están grandes, pero todavía no les da para ser viejos. Aún verdes para ser llamados “adultos”… y sin embargo están ya muy maduros para la rebeldía adolescente. Tal como dice una canción de Jethro Tull: Demasiado viejos para el rock and roll, muy jóvenes para morir.

La película de Kuhn es una interesante versión de lo que pasaba por la cabeza de esa camada de primeros jóvenes: muchachos y muchachas que amaron, soñaron y lucharon por encontrar su identidad en tanto nuevos actores sociales.


Título original: Los jóvenes viejos.
Dirección: Rodolfo Kuhn.
Producción: Jorge Siri Longhi.
Guión: Rodolfo Kuhn.
Música: Sergio Mihanovich.
Arreglos: Oscar López Ruiz.
Fotografía: Ricardo Aronovich.
Montaje: Antonio Ripio y Gerardo Rinaldi.
Escenografía: Federico Padilla.
Reparto: Alberto Argibay (Roberto), Jorge Rivera López (Ricardo), Emilio Alfaro (Carlos Hugo), Manuela López Rey (Chiche), María Vaner (Sonia) y Beatriz Matar (Beatriz).
País: Argentina.
Fecha y lugar de estreno: Buenos Aires, 5 de junio de 1962.
Género: Drama.
Duración: 106 minutos.
Compañía Productora: Artistas Argentinos Asociados.
Premios y reconocimientos: Ganadora del Cóndor de Plata como mejor película de 1963.




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