Juan Guinot


O% de grasa

“Félix la miró un momento, sonriendo:
–Espero –dijo- no quedarme solo con mi razón.
–Es muy cierto –replicó Eugenia– que la propia razón
resulta terriblemente insípida. Es como una cama sin colchón.”
Los europeos – Henry James

Bajo las sábanas corre un río de sensaciones. La placa de dos plazas me hace sentir de una extensión informe y abarcadora. Como si fuese pan crudo en reposo sobre la mesada térmica, meta levar, me expando y no me quedan rincones sin conocer de nuestro “nidito de amor”. Anoche discutimos a causa de ese don; es que tengo una clase de sensibilidad abarcadora y el contacto a la placa de dos plazas me hace hipersensible. Recuerdo la primera vez pegados de costado. Yo miraba mis proyecciones sansónicas de tu figura y, sin previo aviso, esa figurilla, antes musculosa, fue taladrada por un “criki-criki-criki”. Cuando pulverizaste tu propia imagen con esa metralla quedé con aquel sonido como única y generosa muestra de tu ser. Ajusté toda mi agudeza perceptual hasta descubrirlo: eran tus pestañeos. Enloquecí, no podía creerlo, una repetición aguda del chasquido de tus párpados mordía ese aire insuflado de regocijo tras acoplarme a tu costilla. En ese momento hubiese llevado nuestra realidad al infierno. Con tan solo drenar mi enojo por el contacto de la placa de dos plazas hubiésemos sido carbón, pero algo me contuvo, será porque soy muy sensible y percibo nimiedades, pequeñas puntitas del iceberg de la generosidad de tu especie que solo los de mi serie pueden ver. Disparé el registro sonoro y la búsqueda por aproximación halló como lo más parecido a aquel sonidito al canturreo de los grillos. Hice un espectograma. Los dibujos de las dos líneas lo terminaron de validar: tu pestañeo era idéntico al cántico grillar. Me dije: “Criki-criki-criki y recontra mil crikis”, estaba sulfatada y, te lo repito, casi nos fuimos de este mundo por mi enojo, pero nos salvó el puntito de contacto final de mi paquete de nervios. Cual si fuese la ramificación perdida de un cauce amazónico, hubo un sutil arroyuelo que, antes de amalgamarse con la arcilla cuarteada, lamió de tu ser y nos rescató del fin: un pequeño filamento inquieto (escindido de mi última escala vertebral) que pudo conectar con el vértice de la placa de dos plazas y reencontrarte como un páramo yermo, dispuesto a mi irrigación y cruzado por una sola música, la de tu pestañeo que, a partir de esta nueva representación traída por mi extremo sensible, pasó de ser un estorbo a una melodía de cuna. Y me ves, hoy, pendiente de ese chasquido mecánico e interminable de tus pestañeos para poder reposar.
No me hablas, ya lo sé. También entiendo, no es por enojo. No, no hace falta que lo digas es como si estuviese escuchándote: “siempre con tus enrosques, siempre dando máquina a tu cabecita, nunca paras”. Y, es cierto, soy una chica extremadamente cerebral, pero qué hay, ¿has llegado a conocer a alguien tan receptiva de su media naranja como yo? O tal vez añoras esas parejas en las que uno tapa al otro, no, mi querido, no doy con ese tipo. Por eso somos complementarios, como una especie de nave acoplada: “El Expreso Transmercuriano, un viaje al universo”. ¿Acaso no estamos en ese recorrido? Porque la vida es un viaje, ¿no estamos haciendo lo mismo que nuestro guía cósmico de titanio que suma a los eslabones sueltos en el espacio para cumplir su travesía infinita? Momento, hay una diferencia importante entre nuestra nave y nosotros: la nave como acopla suelta, en cambio yo nunca me quitaré de tu costilla, esa que me entregaste con tanto amor. Somos el uno para el otro y acumularía, sin pesar, muchísimos años luz contigo. No ves que soy sincera, que mi cerebro es todo tuyo, que no te exijo como, estoy segura, las demás han hecho contigo. ¿Lo ves? Claro que lo ves, tienes suerte al portar globos ópticos. Habrás descubierto ya cómo soy: tu sueño de chica 0% de grasa. Encuentra un gramo adiposo en mi cuerpo y te daré un premio. Ni siquiera este cerebro tiene grasa, es circuito magro de pura riqueza mental. Eso es lo que te gusta, me llegó un día tu solicitud: “quiero chicas que piensan, trabajadoras de la matemática borrosa y desgranadoras de problemas cuánticos”. Acaso no estabas cansado de las chicas pulposas cabeza hueca. Aquí me tienes: cerebro, base de cráneo, cervicales, columna vertebral y un manojo de nervios, esos cientos de hilitos que me hacen tan sensible, desde la base de la nuca hasta el último eslabón de mi columna vertebral.
Pero vuelvo a lo de anoche porque le estuve dando vueltas al asunto y en verdad te noto distante y sabes que puedo sentir lo que seguro no registras, pero sientes sin saberlo y yo puedo hacerte ver. Parece extraño, pero es así, justo yo que no tengo ojos puedo hacerte ver. Préstame atención, creo, tal vez, eso de montar una familia me simpatiza poco. Ya que puedes mira al universo, sabes es vasto y nuestra tarea en él también lo será, no creo propicio el momento para pensar en niños. Lo he calculado, cien años luz y no habremos conocido ni la décima parte de nuestra vida útil. Deberíamos darnos tiempo para nosotros, disfrutar del viaje, plagar la mente de recuerdos sin esa constante irrupción de pequeñitos con sus artimañas egocéntricas y sus seudópodos secadores de vida. No ves qué bien la pasamos solos, compartiéndolo todo, las sábanas y, debajo, la placa de dos plazas haciendo que te sienta hasta allí donde ni siquiera sabes qué sientes. ¿Entiendes cuánto me necesitas y que no es momento para distraer mis energías mentales en otras criaturas? Si ya te tengo y eres mi bebé, a quien más quiero cuidar, no lo olvides, no eres nada sin mí, tampoco lo soy sin ti, somos los dos uno, la pareja perfecta.
De acuerdo a lo que ves, siento. Tus ojos miran en todo tu cuerpo y yo veo tras sentirte. Eres mis ojos. Los ventanucos de proa y popa, el principio y el fin del viaje, todo, todo, todo, mis ojos, manos, brazos, venas, sangre, corazón, tripas, músculos, huesos. Mi costilla es tu costilla (estamos soldados desde el primer día) y tus ojos, son también los míos. Acaso no sabes que quien observa también interfiere en la realidad observada. Y al que siente, ¿qué le toca? Lo mismo, mi querido, el que siente hace sentir al sentido. Por eso estamos juntos, nos necesitamos.
Pero así como son las cosas, lo que tienes de ojos no tienes de cerebro, nervios y vértebras. Entonces funciono como el pez piloto con el tiburón, tu eres mecánica de fuerza y yo la fuerza de la orientación. Uno con el otro, uno que no puede vivir sin el otro, una suma, simbiótica, unidos y montados a la comba cósmica, crecida desde tu costilla, unido por la costilla, sensible, sentida, amada… algo cansada, me callaré. Es que necesito oír tus pestañeos, no podré hacerlo si no hago silencio, me ha llegado la hora del reposo y disfruto de escucharte. Que descanses mi amor, sé que aprecias mis cavilaciones, lo sé, puedo sentirlo todo gracias a la placa de dos plazas, pero no hace falta tu palabra, sigue durmiendo, yo aquí con tus criki-criki-criki pienso todo por ti, sigue en paz que este cerebro y manojo de nervios no te abandonará, descansa, mi querido, hasta el final del universo.

07/11/2008






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