LA NATURALEZA DEL ARTE


Por: Clarisa Anabel Pozzi

Uno de los personajes del film de Woody Allen “Manhattan” dice: “yo creo que la esencia del arte está en darle a la gente cierta capacidad de penetrar en las cosas, ¿sabes?, para experimentar sentimientos que, en realidad, tú ignorabas poseer”.
Porque a través del arte nos comunicamos con lo más íntimo de nosotros mismos y logramos desplegar todas nuestras potencialidades, nos entregamos como en el amor y nos dejamos llevar sin pensar en límites.
Es parte de lo inagotable que se muestra ante nosotros y logra inundar todo nuestro universo a través de distintas identificaciones que hacemos propias y del descubrimiento de un caudal infinito, perpetuo.
Y es que nos introducimos en lo absoluto y sentimos que formamos parte de algo, somos ese algo, parte de una substancia que se vuelve materia, encontramos trascendencia dentro de la inmanencia.
“Lo que es esencial en el arte – explica Nietzsche – es su perfeccionamiento de la existencia, su provocar, la perfección y la plenitud: el arte es esencialmente afirmación, la bendición, la divinización de la existencia”.
Un ser que transcurre su existir y que reafirma su vida en cada encuentro con la obra de arte, que contempla el lienzo y penetra en los recovecos de su alma para reencontrarse todo el tiempo consigo mismo y lograr así comunión con los demás.
Este hacer comunicativo se niega a caer en el pesimismo, ratifica su apuesta por permanecer en este mundo y aúna voluntades para ratificar su creencia en algo más que casi sentimos poseer pero que se nos escurre entre las manos en torno a su inmensidad.
Explica Heidegger: “la obra de arte se caracteriza precisamente, aún en la experiencia estética más común, por el hecho de imponerse como digna de atención en cuanto tal”, es que la obra no implica nada útil, es un placer desinteresado.
La obra inaugura significados, de ahí su intraducibilidad. Si la obra inaugura significados, es porque se muestra, porque no desaparece en el cumplimiento de su función. Su presencia resalta y no se gasta.
El hecho artístico ilumina, permite ver todo lo que existe. Siempre se refiere a nuevas interpretaciones, y suscita siempre nuevas lecturas, es decir, nuevos mundos posibles. Es un espacio abierto que acontece.
“Al tomar distancia con la técnica – puntualiza Heidegger – conservamos nuestra esencia, que es la de mantener despierto el pensar reflexivo y la apertura al misterio”. Ese secreto de la naturaleza que intentamos descifrar y se torna cada vez más críptico.
Asistimos a la ausencia de los dioses, “Dios ha muerto”, dirá Nietzsche. Esta es nuestra angustia. Pero el hombre no dejará de vivir poéticamente. La posibilidad de “salvación” del hombre, es precisamente, como precisa Hörderlin, “habitar poéticamente sobre la tierra”.
Y es el propio Adorno el que reflexiona: “a través del arte, la vida aspira a ser redimida; así las imágenes del arte son las vías que permiten rescatar los fragmentos de la vida mutilada. Si bien el arte de por sí no puede garantizar ninguna salvación, su anhelo de abrir el camino para una vida más plena sigue en pie”.
Está presente entonces la promesa de felicidad, que encuentra en la desesperación la esperanza más viva, que ve en la libertad no simplemente la libre determinación y realización de sí mismo sino más bien la determinación y realización de los fines propios para poner en valor la existencia, para protegerla.
Como un remedio al desamparo el arte está al abrigo, si no hubiera nada que interpretar se borraría la línea de demarcación del arte, las obras están esperando su interpretación, transmiten su contenido pero no lo agotan.
En esta época de incertidumbre el arte irrumpe con todo su potencial, ese otro que la obra de arte nos dice en tanto símbolo, también puede abrirse en una multiplicidad de significados posibles, para hacernos experimentar la totalidad del mundo experimentable en un determinado momento del devenir histórico.
La obra de arte es apertura a una visión profunda de lo que nos rodea, es concreción de un sueño, es agregar vida a la vida es, sobre todo, enorme caudal de luz que irradia y encandila la visión porque no podemos atrapar tanta plenitud que, si bien nos completa también nos sobrepasa, más allá de cualquier frontera, avasalla los caminos y a su vez los enmarca.
Es, en síntesis, la senda que seguimos para no perdernos en la incertidumbre de los tiempos, es presente inconmensurable que habitamos para persistir en lo que somos y para ser resistentes a lo que vendrá.


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