¿PUEDE MORIR EL ARTE?

Por: Clarisa Anabel Pozzi

Hegel hablaba de “la muerte del arte”: “considerado en su destinación suprema, el arte es y sigue siendo para nosotros, en todos estos respectos, algo del pasado”. Algunos la tomaron como bandera del fin definitivo del arte; otros, menos apocalípticos, vieron en ella una premonición de los profundos cambios que transformaron el arte del siglo XX.
Hegel encuentra un arte subjetivista alejado de lo divino, donde el hombre es ahora el centro de su propio universo; la idea de dejar a Dios de lado no es del todo tranquilizadora para el filósofo, distinta va a ser la posición que adopte Nietzsche al asumir la “muerte de Dios” con extrema satisfacción.
“El carácter de pasado del arte – explica Elena Oliveras – no supone, según Hegel, ningún fin histórico del arte. Por el contrario, se ha operado en él una franca liberación, en el sentido más amplio en que pudo alguna vez ser imaginada, aún viviendo su propio muerte (como ‘pasado del arte’), el arte continúa vivo”.
Este redescubrimiento del arte en el que el artista es dueño y señor de su obra implica un vuelco de ciento ochenta grados en la concepción estética; las temáticas también varían, el hombre se convierte en protagonista de su propia historia.
Nietzsche, en la vereda opuesta, encontrará en el arte el sentido mismo de la existencia, “aquello por lo que la vida merece ser vivida”, explica Oliveras, un vitalismo que coloca al artista en lo más alto.
“El artista, al revés que el filósofo, el sabio o el ´’hombre teórico’, es por definición aquel que plantea valores sin discutirlos, que nos abre ‘perspectivas de vida, que inventa mundos nuevos sin necesidad de demostrar la legitimidad de lo que se propone, al igual que el aristócrata, el genio manda sin argumentar contra nadie ni contra nada”, define el filósofo Luc Ferry.
El tema de la existencia o no del arte, de la obra de arte, recrudece ya en el siglo XX con la Escuela de Frankfurt, “¿es posible escribir poemas después de Auschwitz?, se pregunta Adorno, “su pesimismo – expone Oliveras – responde a varios motivos, entre los que se cuenta, sumado al tema del holocausto, su decepción ante manifestaciones del arte que, como el dadaísmo y el surrealismo, no cumplieron con las expectativas de oposición al sistema sino que, por el contrario, resultaron incorporados en él”.
Adorno teme que la obra de arte se transforme en un bien de consumo, que pierda su libertad, quiere devolverle al arte su derecho a la existencia, su autonomía, no quiere que el arte se convierta en industria.
“La utopía del arte se alimenta de la indigencia y del sufrimiento humano, siendo Auschwitz su máxima expresión. Es allí donde se produce la catástrofe que obliga al pensamiento a replantearse su propia condición de tal, a cuestionar definitivamente la marcha de la historia en la que se abrió un abismo tan profundo de dolor. El arte, si por algo se mantiene vivo, es justamente por su fuerza de resistencia, por ser ‘promesa de felicidad, pero promesa quebrada”, culmina el pensador alemán.
El sentido del arte fue cuestionado a lo largo de las décadas, desde filosofías que lo endiosaban hasta aquellas que negaban toda posibilidad de continuar, ya sea porque se encontraban en períodos de decadencia o porque determinados hechos sociales, inundados de extremo dolor, imposibilitaban la permanencia de aquello que trabaja con lo sensible, con el sentimiento. Pero el arte se sobrepuso a su tiempo y se convirtió en fundamento y respuesta de todo aquello que inquieta a la sociedad actual.

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