Guillermo Galli

Yo maté al ratón Pérez


¿Dónde estás ratón Pérez que no te puedo encontrar?, se titulaba mi primer cuento. Yo estaba intrigado porque mis amiguitos perdían dientes y recibían dinero a cambio, pero por mi casa el ratón Pérez no pasaba. Le mostré el cuento a mi madre y me dijo que el título era excesivo, que si yo preguntaba ¿dónde estás ratón Pérez? era desde ya porque no lo podía encontrar, por lo tanto decir que no te puedo encontrar estaba de más. Y también me dijo que el Ratón Pérez no existe. Así aprendí que si mis amigos recibían dinero por cada diente perdido era porque sus padres ganaban más que mi mamá, lo que les daba el lujo de inventarles a sus hijos un mundo de fantasía.
Una noche, antes de ir a dormir, se me cayó un diente. Lo puse bajo la almohada porque me daba fiaca levantarme para ir a tirarlo al tacho de basura. Me dormí. A eso de las doce sentí ruidos bajo de la cama. Me agaché para ver: ahí estaba el famoso ratón con una bolsita cargada de dientes y otra repleta de monedas. Me miró con una mezcla de travesura y tristeza. Lo pensé, o no, no sé, pero luego no me arrepentí. Me bajé de la cama, perseguí al roedor por todo el cuarto hasta que finalmente logré acorralarlo y lo aplasté con el manual de segundo grado. Tomé las dos bolsitas, tiré el ratón y los dientes al tacho de basura y puse las monedas bajo la almohada de mi madre.
Ahora el ratón Pérez no existe de verdad. Yo busco y no me canso de buscar su guarida secreta, seguramente repleta de dientes, pero también de muchas monedas que nos ayudarían a tener un mejor pasar y a comenzar a creer en un mundo de fantasía.



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