por Nicolás Pose
Solos, distanciados, un poco resignados pero no tanto como para anular la esperanza que siempre enciende un encuentro casual, él y ella se encuentran en una plaza rodeada de niños. No es mucho lo que tienen para ofrecerse, pero para ellos es demasiado. Una vez que se acercan, comienzan a entablar un diálogo. Primero, lentamente, tímidamente, como si estuvieran desprotegidos, para luego comenzar a sentirse un poco más confiados que de costumbre. Construyen un diálogo en el que no sólo buscan vanas respuestas, sino que también quieren sentirse escuchados, quieren sentirse acompañados al menos por un rato en medio del bullicio de lo niños que pareciera contrastar con el silencio que cada uno de ellos lleva adentro.
Él es un viajante de comercio, ella es una empleada doméstica que reniega de su trabajo pero que al mismo tiempo lo cumple rigurosamente. Él viaja para escapar, para alejarse de los pensamientos que despierta la soledad. Ella percibe en él la misma soledad que ella sufre diariamente. Cada uno es el espejo del otro. Han encontrado por primera vez una oreja para saberse escuchados, oídos, lo que para ellos es lo mismo. Ella siempre ha pensado en alguien que la elija, que la ame, que la rescate de la aterradora rutina laboral sin tener a nadie para que la consuele. Él nunca ha parado de viajar, nunca se ha detenido, para no admitir su resignación ante el amor.
Durante el tiempo en que estas dos almas tratan de conocerse transcurre la acción de Intemperie. Un tiempo que parece estático, una fotografía que los muestra a los dos siempre sentados sobre un banco, porque la plaza como espacio le escapa al movimiento general del mundo, haciendo que lo más importante sea la comunicación maravillosa que va surgiendo entre esos dos seres humanos, que de repente, se prometen un baile en una taberna, como si eso fuera tocar el cielo con la manos.
Así, esta obra basada en una de las primera novelas importantes de Marguerite Duras-Le Square-, hace una apuesta arriesgada, confiando sólo en las palabras que brotan de las bocas de esos dos personajes que se afligen, se alegran, y se sienten indiferentes, a medida que dialogan de todo y de nada. Con maravillosas actuaciones que logran instalar la emoción con facilidad en el público, y una escenografía despojada que materializa el estado de soledad de ambos protagonistas, la obra apuesta a la concentración de los espectadores durante ese largo coloquio que sólo se altera por silencios tímidos, emotivos, y a veces tensos, para que el espectador se sumerja de a poco en el drama de la comunicación humana.
Como en un lento sueño, de manera parsimoniosa, transcurre la obra mientras nos olvidamos de todo y dependemos del destino de ellos dos, como una melodía que nos tranquiliza con el perfume doloroso y atractivo de la tristeza.
Basada en el libro Le Square de M. Duras.
Ganadora del Premio producción teatral 2006 otorgado por El Instituto Nacional de Teatro. Ganadora del premio Teatro del mundo 2008 (trabajos destacados por la adaptación)
Adaptación: Claudia Carbonell, Alejandra Gonzales
Actúan: Georgina Rey, Fernando Armani
Escenografía: Marcela Bazzano
Realización escenográfica: Jorge Mondillo
Vestuario: Graciela Caruso
Diseño de Luces: Marcos Pastorino, Claudia Carbonell
Música Original: Fernando Lerman
Fotografía: Marina Devesa
Dirección: Claudia Carbonell
Gráfica: Florencia Fernandez
Prensa: Andrea Fueiguin, Leticia Hernando
En Patio de Actores, Lerma 568.
Sábados a las 21. Reservas(4772-9732)