Por Mariana Levy
La obra de Patricia Camponovo se presenta como “un unipersonal sobre la masturbación femenina”. Con esos datos nos puede asaltar el miedo de ir a presenciar un insoportable manifiesto feminista de esos que abundan en el circuito teatral –comercial y no comercial-, esas obras que parecen una copia poco agraciada y adaptada al teatro de Sex and the city y donde las mujeres se ocupan todo el santo tiempo de mostrar a los hombres como unos imbéciles solo para concluir que las mujeres son superiores, que no los necesitan (aunque hace 90 minutos que solo hablan de ellos…) y que están mejor solas.
Nada de eso ocurre en este caso. Y ese es el mayor mérito de Lucy toca fondo: la obra es sobre Lucy y sus deseos y actividades. El personaje se define por lo que le gusta y no por lo que no le gusta o por lo que los hombres hagan o dejen de hacer. La mayor presencia masculina en la obra es como personajes protagónicos -pero ocasionales- en las fantasías que ella usa para llevar a cabo su actividad favorita.
Y eso está muy bien. Pareciera que no hay tradición de mujeres heterosexuales masturbándose en el cine o en el teatro. La escena del nene o el adolescente mirando una revista con la foto de su objeto de deseo y encerrándose en su cuarto o en el baño de un colegio para tocarse la vimos miles de veces en todas sus variantes: drama, comedia, comedia escatológica, película de terror, de todo. Pero ¿dónde están las chicas? Sí, sí, ya sé: en Sex and the city. Pero mientras las New Yorkinas hacen todo con mucho glamour y con ayuda de aparatitos a pilas, en Lucy el glamour se termina en el tutú que lleva puesto (que bien podría ser un homenaje al vestuario de Carrie en la presentación de la serie) pero no tiene miedo de llamar a las cosas por su nombre y sobre todo de ensuciarse las manos.
Sin embargo a veces la obra se vuelve un tanto repetitiva, tanto en el discurso como en las acciones. No por ser explícito hay que ser redundante. Y da la sensación de que no es necesario que Lucy esté la mitad de la obra con la mano entre las piernas tocándose para ilustrar lo que va contando. El texto también se pierde temas interesantes en los que se podría ahondar más, en general es todo muy simpático pero cae más de una vez en el chiste chabacano y fácil y todo lo que se cuenta parece tener el mismo valor.
En general, la obra entretiene, tiene momentos muy divertidos y cumple su objetivo de abrir el juego sobre un tema del que no suele hablarse. Y todo esto hecho tanto desde el texto como desde la actuación con mucha honestidad.
Ficha técnico artística
La obra de Patricia Camponovo se presenta como “un unipersonal sobre la masturbación femenina”. Con esos datos nos puede asaltar el miedo de ir a presenciar un insoportable manifiesto feminista de esos que abundan en el circuito teatral –comercial y no comercial-, esas obras que parecen una copia poco agraciada y adaptada al teatro de Sex and the city y donde las mujeres se ocupan todo el santo tiempo de mostrar a los hombres como unos imbéciles solo para concluir que las mujeres son superiores, que no los necesitan (aunque hace 90 minutos que solo hablan de ellos…) y que están mejor solas.
Nada de eso ocurre en este caso. Y ese es el mayor mérito de Lucy toca fondo: la obra es sobre Lucy y sus deseos y actividades. El personaje se define por lo que le gusta y no por lo que no le gusta o por lo que los hombres hagan o dejen de hacer. La mayor presencia masculina en la obra es como personajes protagónicos -pero ocasionales- en las fantasías que ella usa para llevar a cabo su actividad favorita.
Y eso está muy bien. Pareciera que no hay tradición de mujeres heterosexuales masturbándose en el cine o en el teatro. La escena del nene o el adolescente mirando una revista con la foto de su objeto de deseo y encerrándose en su cuarto o en el baño de un colegio para tocarse la vimos miles de veces en todas sus variantes: drama, comedia, comedia escatológica, película de terror, de todo. Pero ¿dónde están las chicas? Sí, sí, ya sé: en Sex and the city. Pero mientras las New Yorkinas hacen todo con mucho glamour y con ayuda de aparatitos a pilas, en Lucy el glamour se termina en el tutú que lleva puesto (que bien podría ser un homenaje al vestuario de Carrie en la presentación de la serie) pero no tiene miedo de llamar a las cosas por su nombre y sobre todo de ensuciarse las manos.
Sin embargo a veces la obra se vuelve un tanto repetitiva, tanto en el discurso como en las acciones. No por ser explícito hay que ser redundante. Y da la sensación de que no es necesario que Lucy esté la mitad de la obra con la mano entre las piernas tocándose para ilustrar lo que va contando. El texto también se pierde temas interesantes en los que se podría ahondar más, en general es todo muy simpático pero cae más de una vez en el chiste chabacano y fácil y todo lo que se cuenta parece tener el mismo valor.
En general, la obra entretiene, tiene momentos muy divertidos y cumple su objetivo de abrir el juego sobre un tema del que no suele hablarse. Y todo esto hecho tanto desde el texto como desde la actuación con mucha honestidad.
Ficha técnico artística