Ensayo espontáneo acerca de las ciudades en el cine

Por Vivian García Hermosi



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No sé bien en qué momento de mi infancia asocié, como si fuera algo lógico, a París con la ciudad del amor y a Buenos Aires con la ciudad del tango.

No recuerdo con exactitud cuántos años tenía la primera vez que vi Gilda (Película de 1946), pero era chiquita.

En esta película se muestra una Buenos Aires disfrazada de algo extraño. Como si a un gato lo pintaran de caniche. O al revés. Buenos Aires como un caniche que es disfrazado de gato.

Me impresionó mucho la desnaturalización que sentí cuando veía a estos dos yanquis diciendo que estaban en Argentina. O la escena en la que Rita Hayworth huía al Uruguay. También me acuerdo que sentí un sentimiento de angustia difícil de explicar cuando llegó la escena del canarval:

- Mamá, mamá –grité-. Dicen que están en Buenos Aires pero están en Brasil.- Llegué a la conclusión totalmente ofuscada.

Porque el carnaval es de Brasil. Ni de Gualeguaychú ni de nada por el estilo. Para el mundo de los pequeños espectadores criados en frente de una pantalla yanqui, como lo era yo en ese entonces, el carnaval era sólo de Brasil.

Después crecí y me di cuenta que puede haber amor en Banfield, bailarines de tango en Catamarca, Carnaval en Córdoba. Y mi geografía fantástica se fue desmoronando. También me enteré de que la alegría no es sólo brasilera.


Pero hay días que desconfío de esa afirmación.



(Continuará el siguiente miércoles...)





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