EL TIEMPO Y LOS CONWAY de J.B. Prietsley


Por: Clarisa Anabel Pozzi

“Tras los ecos del tiempo”

En agosto de 1937, se estrenó en Londres la comedia dramática “El tiempo y los Conway”, del inglés J.B. Priestley. Formaba parte, junto con una “Esquina peligrosa” y “Yo estuve aquí una vez” de una trilogía que abordaba, desde diferentes puntos de vista, la problemática del tiempo.
Dice el propio Prietsley: “llevaría mucho espacio y tiempo exponer toda la acción de la obra en términos de ‘serialismo’ pero afortunadamente no es necesario hacerlo ni aquí ni en el teatro donde la pieza puede tener éxito por sus virtudes teatrales. Pero quizás deba añadir que la teoría del tiempo expuesta en ella es la más próxima a mí y que de las tres piezas, El tiempo y los Conway es mi favorita”.
“El tiempo y los Conway” plantea la historia de una familia, una madre con cuatro mujeres y dos varones, en dos momentos contrapuestos, al comienzo nos muestra una escena alegre y luego relata el ocaso del grupo, cuando los integrantes de éste vuelven a reunirse, veinte años después de aquella escena, para vender la casa de sus padres.
El artificio consiste en que el episodio de la disolución familiar está intercalado en el segundo acto, mientras que en el tercero, en cambio, retoma la escena inicial. El dramaturgo inglés le da una vuelta de tuerca al problema arquetípico del apogeo y la agonía. Los personajes se debaten entre lo que quieren, lo que son, y lo que consiguen.
Una de las hermanas, Kay, que es la que festeja su cumpleaños número veintiuno en el acto primero y luego sus cuarenta años en el tercero, es la que lleva el hilo conductor de la historia. Kay sueña con ser escritora, ya con sus jóvenes veinte años lleva escritas algunas páginas y se promete ser una buena novelista no dispuesta a caer en las garras del periodismo.
Pero la joven termina en Londres contratada por un periódico londinense; así siente que al escribir para otros ha perdido su libertad, se han hecho añicos sus sueños de juventud y, como mujer madura, se lamenta de su triste destino.
Su hermano Alan, que permanece inmune a la destrucción de la familia, es quien la aconseja que vea la vida desde otro lado. Él le dice a su hermana para consolarla: “lo esencial es que en este momento o en cualquier momento, somos solamente un corte transversal de nuestro ser real. Lo que ‘realmente’ somos es la longitud total de nosotros mismos, de nuestro tiempo, y cuando llegamos al fin de la vida, todos esos seres, todo nuestro tiempo serán ‘nosotros’ el verdadero tú, el verdadero yo”.
Al transitar el primer acto nos acercamos a la intimidad de cada integrante de la casa, conocemos de su personalidad y nos acercamos a sus sueños más preciados.
Es el cumpleaños de Kay, toda la familia juega a las charadas, representan enigmas a resolver, se disfrazan; ellos también son “el otro” en ese momento, así como sentirán en el acto dos, cuando se reúnen veinte años después, al ver qué fue de cada uno; uno de los personajes se preguntará “si no se trata de una charada”.
La hermana mayor representa la corriente socialista de la época -la obra transita las dos guerras mundiales-, que apuesta al progreso como sueño de bienestar, asignándole a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones futuras.
Nos enteramos en el segundo acto que la menor de la familia, la más angelical y bondadosa y la más querida por todos muere. Es conmovedor verla en el acto siguiente al expresar unas enormes ganas de vivir.
La más linda de la familia, pretendida por medio pueblo, termina en las manos de un manipulador que la domina y al que, más que respetarlo, le teme.
Y, por último está el hijo predilecto, que viene de la guerra y que se lleva el mundo por delante; la madre da todo por él, hasta el dinero, motivo por el cual después se endeudan.
Los personajes se miran en el espejo del futuro para verse reflejados en el presente como parte de ese pasado que trae la melancolía. Estos seres cargan con la frustración de “no haber sido”, anclados en este hoy que se ha llevado sus esperanzas y por el que ya no hay razón para luchar.
Sólo Alan supera esta situación con sus lecturas: sus pensamientos se enriquecen con lo que lee, él está más allá de las pujas de poder, de la ambición de algunos, porque siente que acaricia sus sueños a cada momento y que el fluir de la vida lo lleva a completarse hacia el final de sus días.

FICHA TÉCNICA: Autor: J.B. Prietsley. Director: Mariano Dossena. Intérpretes: Los Conway: Mecha Uriburu (Sra. Conway), Luis Gritti (Alan), Alcira Serna (Magde), Gabriel Kipen (Robin), Victoria Arderius (Hazel), Mariela Rojzman (Kay), Margarita Lorenzo (Carol). Los otros: Diana Kamen (Joan Helford), León Bara ( Ernest Beevers) y Hernán Bergstein (Gerald Thornton). Localidades: $ 30.

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