Por Nadia Zimerman
Only unfulfilled love can be romantic
Es ésta una premisa central en Vicky Cristina Barcelona, el retorno a las fuentes de Woody Allen, que se recupera con creces de sus fallidas últimas entregas.
Retorno a las fuentes porque en esta película vuelve a demostrar su maestría en el esculpido de personajes con multiplicidad de matices, en la construcción de diálogos fluidos, leves y profundos a la vez que se acercan al nivel de los de Hanna y sus hermanas, Maridos y esposas, Annie Hall o Manhattan.
En este caso la convocatoria a actores de ‘candelero’ es eficaz; empezaba a resultar irritante el coqueteo que venía teniendo el director con estrellitas de moda en las últimas películas que, lejos de justificar la vacuidad de los personajes interpretados, la acentuaban; como el caso de Colin Farrell y Ewan Mc Gregor en El sueño de Casandra o el de Hugh Jackman y la misma Scarlett Johansson en Scoop por ejemplo; o el de Christina Ricci y Jason Biggs en La vida y todo lo demás.
En cambio, la elección de Penélope Cruz y Javier Bardem (aparte de Rebecca Hall, revelación en el rol de Vicky) además de avalar como exponentes locales el escenario de fondo, es un acierto para Vicky Cristina Barcelona. Allen les arranca lo mejor de sí, recuperando la lucidez y la frescura tanto para la dirección como para un guión que manifiesta su solidez en el ritmo inesperado y la interacción química de sus personajes, siempre en movimiento.
La dinámica del triángulo es lo que posibilita esta vitalidad; es el motor de una historia donde el punto de apoyo de los vértices pivotea y se traslada no sólo entre los tres personajes principales sino también hacia los cuatro restantes que protagonizan el film. La figura del triángulo, atávico tema de la fantasía del deseo, con su equilibrio inestable, su tambaleo permanente, su volatilidad garantizada, es la geometría que determina la verdad campeadora de la película desde los tres componentes del título: “sólo el amor insatisfecho, incompleto, puede ser romántico”.
La relación que tienen los personajes de Penélope Cruz, Johansson y Bardem remite por momentos a la que tenían Lena Olin, Juliette Binoche y Daniel Day Lewis en La insoportable levedad del ser, otro trío donde el erotismo implicaba raíces afectivas profundas que enredaban a cada protagonista al punto de impedirle funcionar sino a través de los otros dos. Pero lo fundamental de esta coincidencia es la relación entre los elementos femeninos; María Elena (Cruz) insta a Cristina (Johansson) a fotografiarla en un juego de seducción que replica el de aquella versión sobre el libro de Kundera, donde Sabina (Olin) y Tereza (Binoche) se vinculaban eróticamente en una sesión de fotos, y el hombre (Day Lewis, en este caso Bardem) pasaba a un segundo plano.
Es que Woody Allen, veterano fascinado por las mujeres, logró conocerlas como nadie (al menos en la ficción). Su ‘entomología’ de la naturaleza femenina, el romanticismo de Allen, que se gesta, nace y se nutre del arte de la palabra, se emparenta, dejando de lado a su admirado Bergman, con el de Eric Rohmer y sus mejores colegas y discípulos de la nouvelle vague. La relación entre los personajes de Bardem y Cruz en Vicky Cristina… encarna a su manera aquel lema de La femme d’à côté (La mujer de la próxima puerta) de Truffaut: “ni contigo, ni sin ti”.
Uno desearía tener para la vida esa capacidad dialéctica tan precisa, lúdica e invaluable que posee Woody Allen, y que en Vicky Cristina Barcelona resurge en toda su magnitud. En un viaje que parece transmitir, a partir de la incomodidad burguesa de sus personajes -designada en la película con el certero término restlessness (impaciencia, agitación, inquietud, imposibilidad de descanso)- que lo único que podemos tener por seguro es… el cambio.
Vicky Cristina Barcelona
Woody Allen, 2008
Con: Scarlett Johansson, Rebecca Hall, Javier Bardem, Penélope Cruz.
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