EL SEPTIMO SELLO de Ingmar Bergman

-Cine-

Una visión sobre el arte, la muerte y la salvación

Por Clarisa Pozzi

El film a considerar es El séptimo sello, del año 1957. De él dirá su director Ingmar Bergman: “Tuve la idea de hacer El séptimo sello al contemplar los motivos figurados en pinturas de iglesias medievales…Esta película no pretende dar una imagen realista de la vida en Suecia durante la Edad Media. Es un ensayo de poesía moderna, que traduce la vivencia de un hombre moderno, pero está realizado libremente con motivos medievales. En mi película el caballero regresa de las Cruzadas como en nuestros días vuelve de la guerra un soldado. En la Edad Media los hombres vivían aterrorizados por la peste. Hoy día, aterrorizados por la bomba atómica. El séptimo sello es una alegoría cuyo tema es sencillísimo: el hombre, su búsqueda eterna de Dios, con la muerte como única respuesta”.
Se presenta un juego dialéctico en el que la noción de arte (artista/obra de arte) aparece como superadora de la antinomia muerte/salvación. El concepto de “arte” está representado en la figura del artista por medio de la presentación de los juglares que a lo largo del film se convierten en vencedores del miedo y de la obsesión de la muerte.
El protagonista está sumido en la angustia existencial, temática clave de la obra del filósofo Sören Kierkegaard que Bergman toma como fuente: “la amenaza está en todo y en ninguna parte – dice Kierkegaard – la angustia no es provocada por nada determinado. Por eso la angustia nos envuelve en un sentimiento de extrañeza inquietante (umheimlichkeit)”.
La palabra arte está resignificada también en el hecho artístico, en la obra de arte. Se ponen en juego los tres géneros literarios: el drama, a través de las representaciones de los juglares, que ejemplifican al arte “como espejo de la vida”, la lírica, en boca de la poesía del juglar y del escudero y la narrativa a través de los frescos que actúan como relato dentro del relato por medio de las historias de los flagelados y en la danza macabra, estas imágenes medievales emulan también la experiencia estética que supone la contemplación de un cuadro o de una escultura: el caballero que contempla el fresco es igual al espectador que mira la película, de allí la total identificación con el protagonista y su búsqueda.
Bergman abre y cierra el film en el mismo ámbito de la playa y cita, también de base literaria: Apocalipsis 8:10-11 donde San Juan explica que Dios sostiene un papiro en su mano con los Siete Decretos Divinos, al romper el último sello y tras un silencio de media hora habrá llegado el momento de escuchar la suprema revelación: el destino final del hombre.
“La obra de arte – dice Heidegger – establece y nos revela el mundo en que estamos, al mismo tiempo que nos hace atentos a la tierra, la tierra que eclosionando se arropa mundo. Mundo y tierra que desnudan su esencia en la obra de arte. La obra instaura el mundo sobre la tierra, sólo entonces aparece el mundo como suelo natal”.
Se presentan en el film los contrastes muerte/salvación, angustia/esperanza, peste/juglares. En analogía con los “Cuentos del decamerón”, la peste enmarca la obra y actúa como amenaza constante a lo largo de la historia.
Así como la playa, la iglesia es otro ámbito por donde desfila el caballero, allí es testigo del mural que le marca momentos de su vida, se da la confesión donde es engañado por la misma Muerte y también el encuentro con la bruja con la que él intenta contactarse para tratar de encontrar algunas respuestas a su propia existencia.
La partida continúa y el caballero pone en jaque a la Muerte al mismo tiempo que el comediante simula su propia muerte y la Muerte personificada se le aparece para acabar con su vida.
El caballero es recibido en el castillo por su propia esposa, mientras desayunan repiten la cita del Apocalipsis 8:10-11 justo en el preciso momento en que la presencia de la Muerte se encarga de cubrirlo todo con su sombra.
En el epílogo, de vuelta en la playa, Bergman nos presenta lo cíclico del film, ante la incredulidad de su esposa, José es quien tiene la visión en el horizonte de la danza macabra ya avizorada en los frescos de la iglesia por el caballero.
El director sueco logra retratar con maestría una estética medieval donde el film es reflejo de sí mismo y en el que a través del artista se inicia el camino de la trascendencia. “Al artista lo mueve una fuerza superior contraria a la voluntad de negar la vida”, explica Nietszche. Allí es cuando la obra de arte, la totalidad de la película se transforma, en palabras del filósofo alemán en “el más alto punto de comunicabilidad entre las criaturas”.

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